Capítulo 38

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Azael

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Azael

—Le insistí en que no hacía falta que los trajera aquí -acabé diciendo vistiendo las ropas del Portador de las Almas Perdidas, tal y como me conocían en el reino humano.

Vi la decena de humanos mirándome con temor, muchos temblaban, sus miradas perdidas en la nada y otros, a punto de colapsar. Una de las reglas que se instauró en época del rey emérito fue que ningún niño o adolescente fuera esclavizado, solo a partir de los dieciocho años cuando en su mundo ya podían entregar su luz. Por eso no pude reclamar a Xylia antes y la verdad, es que había valido la pena a esperar verla en toda una jovencita obstinada la cual empezaba a no soportar por haberse metido en rincones dentro de mi interior en los que no debía.

—Majestad, es un grupo exquisito, me veía en la necesidad de hacérselo ver.

No dije nada, no soportaba a ese Lord, no me agrada en absoluto, debía haberse muerto cuando mi padre selo propuso pero no quiso, su ambición y el deseo por hacer suyos a los humanos, era tan grande que la vejez empezaba a corroer por su cuerpo.

Con la capucha puesta, los miré sin que ellos me vieran a mí. Habían más mujeres que hombres, seis mujeres y cuatro hombres, todos muy jóvenes, como Xylia. No me dieron pena ni aunque pensara en Xylia, era una tradición que se ha hecho durante milenios y que más de una vez, he aprovechado en alguna festividad del reino.

—Ya los he visto, ya se pueden marchar -acabé diciendo con la intención de marcharme de la sala del trono pero su voz frenó mis intenciones, quedándome postrado en el trono.

—Majestad, ¿qué ha decidido sobre la humana?

Le lancé una mirada fulminante. Él no era nadie para pedirme respuestas pero si quería oirlas, las oiría.

—Ella se queda a mi lado -su semblante se oscureció, haciendo que sonriera triunfalmente hacia mis adentros. -y si no quiere nada más, ya puede largarse de aquí. -espeté yo ahora consiguiendo si, dejar plantado a ese bastardo saliendo de la sala con rapidez, pasando por el lado de los humanos esclavizados, los cuales temblaron más al notar mi fría y oscura aura. La cual solo hizo aumentar mi arrogancia y mi ego, por desgracia para ellos.

No tenía ningunas ganas de toparme con nadie, no tenía el humor como para prometer que el primero a quién viera, acabase muerto. Así que una vez, salí de esa sala, viajé a través de las sombras con el fin de llegar a mis aposentos, los cuales anhelaba demasiado. Cuando aparecí allí, hice que mi ropa se evaporase y que tan solo me quedase en ropa interior, nadie tendría la osadía de entrar y menos, sabiendo con quién estaban tratando. Me acerqué a la cómoda y cogí unos pantalones tejanos simples negros y una camisa holgada del mismo tono. Me los coloqué y una vez lo hice, salí al balcón de la habitación y dejé que la brisa helada acariciara mi piel. El invierno estaba a punto de llegar y cuando la nieve cayera, el reino se congelaría. Una de las mejores épocas del año, a pesar que os suministros serían escasos, esta época daba lugar a las magníficas auroras boreales que darían color al cielo nocturno constante y que acompañarían junto a las estrellas, a las Tres Lunas.

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