Capítulo 39

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Neith

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Neith

Al entrar en aquel portal, recibí un golpe en la parte baja de la cabeza que tuvo que dejarme inconsciente ya que cuando por fin desperté, ya no me encontraba con aquellas mujeres, ahora me encontraba en una pequeña habitación de roca negra en la que la única luz que entraba se trataba de la pequeña obertura en la puerta en la que parecía entrar los destellos de la luz de las velas.

Me toqué donde recibí el golpe, y gruñí al tacto ya que dolió y más cuando en mis dedos se encontraban los restos de sangre seca. Me dolía la cabeza y tampoco ayudaba, que aquel lugar apestara a hierro y a carroña. No sabía exactamente donde estaba pero lo que si que sabía es que no estaba en su mundo, debía de estar en el Subsuelo, ese lugar despreciable y mortal para humanos.

Con todas mis fuerza, me levanté tambaleándome. No sabía cuánto tiempo estuve inconsciente pero la verdad es que mis músculos se sentían atrofiados y pesados. Miré a mi alrededor, y esa piedra se parecía a la misma piedra oscura que en el poblado número diez, la cual sus hogares estaban construidos en la misma montaña. No tenía ninguna arma conmigo, ni mi carcaj, ni mi arco ni la pequeña daga. Tuvieron que habérmelas quitado, al menos eso pensé pero cuando más tarde, me acerqué lentamente a esa pequeña obertura, las encontré tiradas junto a un saco negro al lado de una puerta de hierro. No pude ver más sobre lo que había más allá de esa puerta pero la verdad, es que no había ninguna posibilidad de escapar de allí. Ella me mantendría bajo su control y más cuando su poder se hospedaba en la marca que ahora se situaba en mi cuello.

¿Qué pensaría la gente del poblado? Nunca sabrían lo que verdaderamente había pasado, ni Owen que había estado presente, no podría contarlo ya que no se acordaría en absoluto. Había fallado, les había fallado a todos, pero sobre todo a Xylia. Ella también estaría ene este mundo, con ese terrible y siniestro ser, el Portador de las Almas Perdidas. Nunca podría salvarla, sacarla de ese lugar siniestro y hacer que todo volviera a la normalidad. Todo estaba perdido, y ahora, formaba parte de la Corona Roja, por lo que mencionó la Bruja Roja. 

Ahora viviría en un mundo de criaturas mágicas, o más bien, de brujas. O bueno, visto lo visto, acabaría viviendo en este cubículo de piedra, sin ningún contacto con el exterior.  Pero estuve equivocado con lo último, ya que con un sigilo maestro, una mujer con una apariencia bastante maltratada y desgastada, al igual que su pobre vestido, totalmente rasgado, y sin ningún rasgo de ser una bruja ni una criatura mágica, al no poseer esas puntiagudas orejas, me quedé observándolo como si fuera una amenaza. No podía fiarme de nada ni de nadie. Entonces aquella mujer mayor, me miró con una débil sonrisa.

—¿Cómo te encuentras, hijo? 

Intenté no mostrar la confianza que me dio al segundo, ya que se notaba que era humana y de algún poblado vecino al nuestro. El que me llamara "hijo" le delataba y yo, estaba agradecido.

—Para ser realistas no muy bien —confesé yo generando que aquella mujer sonriera.

—Es normal aunque tu no creo que llegues a debilitarte.

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