Capítulo 59

16 2 0
                                    

Neith

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Neith

Ya caída la noche, ni Zawna ni Shezis volvieron a ser vistos. Ninguno de los dos asistió a la cena y tampoco fueron avistados en el interior de aquella increíble y gran mansión. Tampoco es que me preocupara porque en esos momentos, tan solo quería salvar a mi gente y tener alguna oportunidad de sacar a Xylia de allí aunque no supiese su paradero, necesitaba volver a casa con ella. 

Me acerqué de nuevo a esa ventana y miré el cielo, uno tan oscuro pero a la vez decorado con el tiempo invernal que parecía casi irreal. ¿Cómo habíamos llegado hasta tal punto? ¿Cuándo se empezaron a torcer las cosas? Negué con la cabeza exasperado. Todo debía volver a ser como antes y con un poco de suerte, me hubiese declarado a Xylia. Hubiera apartado mi estúpido orgullo y le hubiera confesado lo que sentía. Esa misma noche en la que apareció ese monstruo para llevársela y hacerle chantaje emocional con su familia, temí por su vida y por la mía. No fui lo demasiado valiente como para salvarla y lo peor es que me avergonzaría toda la vida de ello. Siempre fui un idiota con ella y aunque, tal vez ella no sintiera nada cuando peleábamos, en el fondo, yo me alegraba de hacerla rabiar porque así sabía que había captado su atención. 

He estado con muchas chicas pero ninguna se comparaba a Xylia. Ninguna tenía esa picardía y esa valentía que tanto me gustaba. Y cuando la vi vestida con los trajes tradicionales, me quedé engatusado. Perfecta y preciosa se quedaba corto a su lado. Lo peor de todo era que ahora esas imágenes tan solo serían recuerdos porque no sabía si la volvería a ver o si podría salvarla. Y si la Bruja Roja haba dicho la verdad, Xylia tenía el don de la luz, infundido por la Diosa Madre, además de ser la heredera de la estirpe dorada. No tenía idea de a qué se refería ni la trascendencia de aquellas palabras pero tan solo sabía que la defendería. Su familia había hecho muchas cosas por mí tratándome y cuidándome como a un hijo más. Siempre les estaría agradecido. Y por eso ahora, aunque sufriera intentaría salvarla. Saldaría mi deuda con la familia Sylvam y salvaría al poblado si eso significaba mi muerte. Lo tenía claro y nadie me haría cambiar de opinión.

Sin embargo, unos pasos detrás de mi provocaron que me pusiera a la defensiva, girándome y dándole la cara a la persona que había detrás de mí y a la cual no había ni siquiera escuchado entrar.

—No sabía que fueras tan reflexivo contigo mismo, rubito. —murmuró Zawna con una sonrisa pícara.

¿Qué hacía allí dentro, en mi habitación? La miré extrañado y no con la misma alegría que ella.

—¿Qué se supone que haces aquí? —pregunté cortante.

—Necesitaba verte —admitió ella, dando un paso hacia delante para que la luz de la luna la cual no se veía por el exceso de nubes, la iluminara.

Entonces la observé, parecía cansada y exhausta. Sus ojos desvelaban ese pesar pero sobre todo, me centre en su cuello en el había dos chupetones. Sonreí descaradamente sabiendo cómo había conseguido esas dos marcas y más, quién se las había propiciado.

La Leyenda ÁureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora