Azael
Rompí mi promesa, no la llevé a ver la ciudad, es más, evité su presencia todo lo que pude y aunque mis sombras me la mostraran, intenté ignorarla. Todo lo que dijo, fue dicho con rabia y odio, y aunque debía de importarme una mierda, me dolió, joder si dolió. Era un maldito demonio, uno que nunca se había tenido que preocupar por lo que pensaran ni si me querían o no, todo eso era algo que dentro de mi sistema no entraba, pero ella era distinta. Necesitaba saber qué opinaba sobre mí aunque me engañase constantemente, ella se había adentrado en el lugar más profundo de mi alma, lugar que no había permitido a nadie entrar.
Me fuí incluso, a luchar junto al batallón de Keegan, de lo furioso que estaba. No dormí, me dediqué a matar, esta vez sin utilizar mi poder porque si lo hacía, no estaba seguro del todo si iba a poder controlarme. Una vez empleaba mi poder, si no tenía suficiente control, el poder acabaría consumiendome y estaba seguro de que en esos momentos lo hubiese conseguido.
No podía hacerme eso, no podía decirme todas esas cosas reprochándome mis acciones sin conocer el verdadero trasfondo. Y estaba seguro de que si se lo hubiese dicho antes, hubiésemos acabado discutiendo. Ella me repudiaba aunque sus miradas lascivas, me provocaban de tal manera que estuve a punto de tirarme sobre ella y encontrar el placer, que hacía meses que no probaba. Todo por culpa de ella, estaba metida en mi cabeza, grabada en mi piel porque era mi maldita destinada, quién me odiaba con mucha honra. Menos mal que no cedí a mis impulsos de callarla con un beso y contarle que era mi destinada. No era el momento ni tampoco estaba preparado.
Aún no me había acostado a dormir, no estaba cansado estaba enfurecido conmigo mismo y con ella. Y mi ira se descargaba sobre aquellos que querían matarnos. Pero mientras me enfrentaba a grupo numeroso de asyhe, noté una mano apoyada en mi hombro. Era Keegan, me miró con esa mirada tenebrosa. El furor de la batalla siempre levantaba nuestros ánimos, entrenados para defender y para matar. Keegan no preguntó cuando aparecí en su tienda de campaña, acompañada por una de las centinelas del ejército que con rapidez y a medio vestir se marchó. Les había cortado su momento pero no estaba para esos rollos, Keegan tampoco recriminó y más cuando aparecí hecho una furia.
—Joder Azael —fue lo único que musitó mientras se pasaba una mano por su cara.
—Voy a entrar en su territorio, no quiero que nadie me siga, continúa con el plan y atacad a la hora prevista, necesito descargar mi furia.
Esas mismas palabras fueron las que le expuse a Keegan quién no pudo ni contestar ya que yo ya había salido fuera de la tienda. No quería saber nada de nadie, ni de la propia Xylia. Estaba harto, si, me sobrepasaba sentir aquello tan profundo por una mujer, y además de ser una humana, bueno, si las escrituras antiguas están en lo cierto, se trata de una semidiosa con el don de la luz. Si esa era mi destinada, y lo peor es que éramos polos opuestos, yo oscuridad y ella luz, pero los dioses quisieron juntarnos y era algo de lo que no estaba muy seguro del porqué.
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La Leyenda Áurea
FantasíaEsa noche, Xylia nunca olvidaría esa noche, en la que los habitantes del bosque salieron a celebrar sus rituales sagrados hacia los dioses con sus danzas tradicionales pero todo colapsó con la llegada de ese monstruo que la reclamó a ella ¿ y qué oc...