Un año duro.

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Han pasado dos meses de aquella fiesta. La semana siguiente yo no me podía concentrar en nada, ni en el trabajo, ni en atender a mis familiares que están lejos en casa, ni en nada que no fuera el cambio que estaba experimentando en mi propia piel.

Mi cabeza volvía una y otra vez a esa fiesta. Sí que es cierto que mis recuerdos son más nítidos en lo referente a lo que viví con Laura, pero también con otras personas. Con Blanca y con Eva, por ejemplo. También con Julia, con Jimena y Astaroth.

Laura me llamó la semana siguiente y nos vimos un día para comer. Me citó en un restaurante muy concurrido y me explicó que estaba muy confundida. Jaime le había fallado en algo que era muy importante para ella, pero no me quiso decir en qué. Solo me explicó que se iba a ir de la ciudad unos días y que cuando volviera me llamaría. No lo ha hecho.

Bastantes días después me llamó Blanca. Me propuso una aventura. Una sola noche para los dos. Yo acepté. Estaba enojado, irritado porque Laura hubiera huido de mí. Necesitaba sentirme hombre y también necesitaba tener sexo. La proposición de Blanca era simple. Ella la formuló de la forma más natural.

–. Primero cenamos en mi casa y luego me dejas hacer mi trabajo en ti. Cuando amanezca te vas y seguimos siendo tan amigos.

Cenamos un par de fines de semana más tarde en su casa. Después de cenar, preparó encima de la mesa de la cocina una “mesa de trabajo” en la que yo me puse. Tenía la misma postura que los hombres que estaban en el embarcadero en las sillas de colores. Blanca se tomó su tiempo. No tengo que decir que yo antes de la cena ya estaba excitado por la idea de someterme a sus expertas manos, pero ella lo tenía todo calculado.

Desde que llegué a su piso, cada ítem estaba dirigido y estudiado. Blanca me recibió desnuda. Me pidió que me desnudara yo para sentirse cómoda. La temperatura, la música, el aroma de la casa, la iluminación con velas… Todo estaba destinado a crear el ambiente más erótico posible. Blanca es una experta también en eso. Cuando terminamos con todos los prolegómenos y me pidió que me sentara encima de la mesa, yo me podría haber corrido con un único roce de su piel en mi polla. Pero ella eso ya lo sabía.

Lo que empezó a trabajar estaba cerca, muy cerca. Blanca trajo una caja roja de terciopelo de su dormitorio y me empezó a presentar sus juguetes sexuales. El primero fue un gel lubricante con Jojoba. El nombre lo dice todo: “Black Door”. Seguido me presentó a su querido dilatador anal cromado, talla M. Quiso excusarse de no tener en casa uno más pequeño, pero eso era porque a ella no le hacía falta la talla S. Dijo que a mí tampoco porque minutos después cambió a otro, talla L. Blanca me iba explicando lo que estaba haciendo dilatándome el ano.

Después empezó a combinar estímulos tan extraños para mí como los dilatadores con otros mucho más placenteros y conocidos. Me aplicó una gran cantidad de gel lubricante con sabor a mango en la polla con las manos. Muy despacio. Agarraba mi polla fuerte de la base y subía por ella muy lento, pero aplicando mucha fuerza apretando.

Blanca me empezó a hablar del aparato sexual masculino. De cualidades y rarezas, de cosas curiosas. Yo a eso no prestaba importancia. Solo a sus manos. Sentía que mi final estaba cerca, lo ansiaba… Lo necesitaba. Pero cuando blanca intuía que venía ese momento volvía a atender el dilatador que me había dejado dentro.

Blanca empezó a hablar del tamaño de los penes y de el de mi polla en particular. Ella me adulaba diciendo que era preciosa y de buen tamaño. Que lo que más le gustaba era lo equilibrada que es. Derecha, de color claro y bien coronada por un capullo rosado y suave. Cuando dijo esto lamió esa parte con muchísima delicadeza. Me preguntó cuánto media. Yo le dije la verdad, que nunca me la había medido yo mismo, pero que tenía 21 centímetros. Dos amantes que tuve de joven lo hicieron por mí.

Cama Redonda. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora