Laura. Un diamante, una casa y una sala.

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He vuelto al lago a pasear solo. Mañana por la tarde vuelve Laura y me ha pedido que vaya a buscarla a aeropuerto. Tengo muchísimas ganas de volver a estar con ella, de verla, de oler su aroma…  Me ha dicho que ya ha encontrado una casa para vivir y que me la enseñará mañana mismo a ver que me parece a mí. No me ha dicho mucho al respecto, pero tampoco me importa nada, porque yo me iría a vivir a donde ella quiera hacerlo conmigo. Incluso mi pequeño apartamento me valdría para formar un hogar con ella, pero ha dicho que no cumple con los requisitos. En fin, me asusta a veces pensar en cómo usa el doble lenguaje.

El caso es que vuelvo a estar una semana más tarde en el mismo sitio y dándole vueltas a mi cabeza, pero nada es como entonces, no. Ahora, he retomado mi relación con Laura o hemos empezado algo nuevo. Ahora, soy socio independiente de “El Laboratorio”. Y en mi casa están las invitaciones para mí y para mi acompañante, Eva. Yo no sé bien lo que espero de esa fiesta, pero es cierto que ahora me doy cuenta de que es mejor ir, sin haber hablado mucho más de nuestra relación entre Laura y yo. Me sentiré más libre y podré aprender mucho más de mí mismo y también de ella, de esta forma.

Veo a las madres que están hoy aquí en el parque, con sus niños y bebés y nada es como hace una semana. Ninguna mujer me ha vuelto a recordar a Laura. También me he alegrado de que he vuelto a ver a las mujeres de otra forma y que he vuelto a sentir los mismos sentimientos que antes, los que me resultaban normales y naturales. Veo una chica que me parece que tiene que ser simpática y a otra que me parece bella, pero mi estado emocional ha vuelto a ser más normal. No sé explicarlo bien, pero me doy cuenta de que he estado pasando por un valle, que cuando lo estaba transitando, no era consciente de hacerlo y que me estaba llevando a un lugar muy oscuro y yo no soy gris. Ahora saludo a la gente, sonrío y veo la vida mucho más bella.

Llego al aeropuerto con el tiempo justo de recoger a Laura y me tomo un pequeño instante para evaluar mi estado. Estoy eufórico, contento y feliz, pero sobre todo estoy ansioso por verla otra vez. Medito un momento sobre ello. Tengo 42 años y si sumo todo el tiempo que he estado con Laura, en total, no suma más de treinta horas en seis días. El que la conocí junto a Maika y Carlos solo estuvimos juntos un par de minutos y de ahí nos presentamos en la fiesta. Ese día entre su casa, en taxi y la fiesta, unas pocas horas, porque la mayoría del tiempo estuvimos cada uno por su parte hasta antes de la sala oscura y la zona del embarcadero. Y la habitación privada…  Después de ese día aquella comida en la que me dijo que se iría unos días y casi un año después volví a verla en el lago. Entre ese día y hoy, el hotel. Y en ese poco tiempo ha creado en mí, una dependencia brutal y absoluta. Necesito estar cuanto antes con ella otra vez. Necesito bucear en su mirada para poder seguir adelante.

Cuando llego al aeropuerto observo a las personas que esperan impacientes a conocidos y familiares en el hall de llegadas. Me he dado cuenta de que una señora me miraba sonriente mientras se atusaba el pelo y un par de chicas más jóvenes también parecían agradecidas de las miradas que me han dedicado, pero ahora también he podido advertir que un hombre de mi edad me ha mirado en el mismo sentido.

Hace un año jamás había pensado que yo pudiera parecerle atractivo a otro hombre, pero algún prejuicio vamos eliminando. En la pantalla de información acaban de poner que el vuelo de Laura ha tomado tierra y mis nervios se manifiestan más cada vez. Miro la puerta de llegadas cada vez que se abre. La señora que me había mirado antes ha puesto cara de frustración cuando ha cruzado esa puerta un hombre que caminaba decidido hacia ella. Se han dado un breve beso en los labios cuando han estado uno frente al otro y han comenzado a caminar hacia el aparcamiento. Ella se ha dado la vuelta para mirarme otra vez y ha sonreído.

De pronto Laura aparece detrás de la puerta y todo lo demás se desvanece. Realmente desaparece de mi vista y de mi percepción todo el entorno y solo la veo a ella caminar hacia mí sonriendo de esa forma tan bonita, desde que me ha visto esperándola. Viene decidida con pasos largos y precisos, subida en unos tacones rojos, absolutamente imposibles, que le hacen las piernas aún más largas y esbeltas y yo soy incapaz de no fijarme en ellas. Está algo bronceada y su piel brilla preciosa, hasta el corte de la minifalda roja y blanca a cuadros grandes. Enfoco bien la mirada en sus muslos, que se marcan y se definen a cada paso, meciendo el tejido de la falda que aparenta desafiar a la gravedad, como si fuera a coger vuelo dejando a la vista aquello que insinúa, aquello que apenas esconde por unos pocos centímetros. Por encima de la faldita se ve el vientre de Laura un poco, lo suficiente para que se distinga una luz blanca que emite el piercing de su ombligo y más arriba una camiseta muy ceñida blanca, con unos labios de mujer muy rojos, impresos en el algodón. La camiseta es tan ajustada que no deja lugar a dudas de que hoy Laura no ha tenido a bien proteger su pecho de las leyes físicas poniéndose sujetador. Sus pezones provocan dos sombras junto a las comisuras de los labios carmín de la camiseta, porque los otros labios, también lacados de carmín, dibujan esa fantástica sonrisa que ahora miro detenidamente.

Es una bendición ver esos labios sonreírme así, y me concentro en la plenitud que me brinda, anticipándome al momento de maridar sus labios y los míos en un beso. Siento ansiedad de comer esa boca, esos labios…  todos… Empiezo a caminar hacia ella inconsciente de mi gesto, que le devuelve mi mejor sonrisa, la más sincera, la más cómplice y cariñosa. La más natural, sin duda, porque mi mundo amanece cuando la veo y se oscurece cuando ella no está a mi alcance.

Y mi mundo está iluminado de esa luz cuando nos juntamos en un abrazo muy apasionado y muy esperado, sin dejar de mirarnos uno al otro a los ojos para no perder detalle de nuestras emociones y de nuestra ansiedad. Ansiedad que bloquea esa mirada para besarnos profundizando en nuestro abrazo. Laura me estrecha fuerte entre sus brazos dejando caer al suelo la maleta de mano, que emite un sonido bronco y desproporcionado, mientras yo acaricio su cuerpo con una mano en su cadera y la otra en la espalda. Su olor me envuelve acariciándome, meciéndome y provocando más atracción hacia ella. Más necesidad de ella y de sus atenciones. Su susurro en mi oído me lleva a tierras añoradas y muy esperadas: “ Joder, estás enorme. Y no aguantaba más tiempo sin tener eso que me estás clavando en el pubis”.

No quiero ocultarlo y la verdad es que inconscientemente, quizá haya forzado ese contacto. Mi erección a través de la ropa aprieta fuerte el cuerpo de ella en nuestro abrazo. No sé si enorme, pero soy consciente de que estoy muy arriba. Todo. Muevo forzando más ese roce de mi pelvis contra Laura que sonríe más ampliamente aún, mientras hace un gesto de placer inmenso.

Laura es la que se ha dado cuenta de que las dos chicas que he visto antes de llegar a verla a ella, nos miran atónitas. Cuando nos separamos unos centímetros para poder ver a Laura de cuerpo entero otra vez, me doy cuenta sin mirar, que las dos están fijándose atentamente en mi bragueta. Laura se ríe a carcajadas y vuelve a unirse a mí, abrazándome más intensamente y yo siento ahora plenamente la ansiedad de Laura en su cuerpo que tiembla nervioso y excitado. Laura me besa otra vez, mucho más ardiente que antes, empezando a bailar con su lengua dentro de mi boca y llevándome sin remedio a otros contextos mucho más privados, insinuando otorgarme una licencia que no dudo en tomarme.

Mi mano derecha, que abrazaba su cuerpo de la cadera por detrás, pierde altitud y gana objetividad cuando mis dedos reconocen la suavidad de la piel de sus glúteos. Siento a la vez como Laura se derrite de placer y como yo, aprieto más con mi erección contra ella y eso me llena de gozo, de excitación y de ganas de mucho más con ella. La respiración de Laura gana intensidad a medida que mis dedos perciben en primer lugar, que Laura tampoco ha tenido tiempo o voluntad para proteger su intimidad con más tela que la minifalda, y que entre las piernas de ella hay un volcán en erupción, húmedo y deliciosamente suave, adorablemente dispuesto y preparado para albergar mi intensidad. Cuando saco la mano de la entrepierna de Laura, está gimiendo de una forma muy erótica mirándome con los ojos muy abiertos. Ella susurra que con lo que acabo de hacer, acabo de mojar al menos tres coños. Miro descaradamente a las chicas que nos estaban mirando antes, y que ahora lo hacen con los ojos como platos y las bocas abiertas. Elevo mi mano hasta la altura de mi boca y la acerco a la de Laura y los dos empezamos a lamer los dedos reconociendo sabores prohibidos en la humedad que los baña. Las dos chicas acaban de explotar y se han mirado una a la otra, como para cerciorarse de que lo que han visto es cierto. Laura me dice que necesita hacer algo y que tenemos que ir al bar que hay al lado. Nos vamos con dos miradas clavadas en la espalda. O más abajo…

Nada más llegar a la cafetería, Laura va al baño mientras yo pido dos expresos. Laura ha cogido algo de su bolso discretamente y ha dejado al lado de mí, la maleta y el bolso, pero en ese momento ha habido algo que me ha llamado la atención. La forma en la que ella ha cogido, lo que quiera que haya cogido del bolso, me ha parecido un gesto raro. He pensado que parecía que hubiera cogido un tampón, pero tengo la evidencia de que no está con el periodo. Mis dedos aún tienen la esencia de su sabor. Vuelvo a lamerlos inconsciente de lo que hago y me sumergo en su sabor. El día del hotel, cuando ella aún dormía…  mi boca profundizó en este sabor hasta saciar todas mis ansias. La imagen de esos labios entregados a mí y de su vientre contrayéndose de felino placer aún me abruma. Los cafés están tirados y Laura regresa del baño. Su expresión es distinta, es “ especial”. No sé, diferente. Me fijo en ella antes de preguntar. Está alegre, ilusionada, feliz, desde luego. Pero noto algo de nerviosismo y de impaciencia en su gesto.

-. ¿ Estas bien?. Te siento nerviosa…

-. Estoy mejor que bien, genial. Tenemos que ir enseguida a ver la casa. Hoy es el último día para que me decida por ella o no, pero quiero que tú la veas y me des también tu opinión, pero es que he hecho algo…

-. Si claro, tenémos toda la tarde para hacer lo que necesites hacer, pero, ¿ que has hecho?.

-. No te voy a decir nada, pero sé que te va a gustar. Es un regalo para ti, en realidad, pero que lo estoy disfrutando yo, con tu permiso…

Laura y su doble lenguaje siempre. No me dice nada más de eso, pero sí que me apura para tomar el café muy rápido y vamos hasta mi coche. He comprado hace poco un viejo golf de más de treinta años, pero que está muy bien conservado y mecánicamente muy bien mantenido. Laura no hace ademán de que le interese lo más mínimo el coche pero cuando abro el maletero para meter la maleta, me sorprende enormemente. Iba a subir yo la maleta para meterla, pero ella se ha adelantado a mí y exagerando muchísimo en los gestos la ha metido inclinándose mucho más de lo necesario hacia delante. La falda es demasiado corta para soportar tanta expresividad y muestra impune ese “ regalo” en forma de brillo centelleante y nítido centrado perfectamente en su anatomía. Cuando Laura ha ido al baño en la cafetería, sí que había cogido algo íntimo de su bolso, pero no un tampón, sino un tapón anal cromado y con la base de efecto diamante blanco. Apoyada en la maleta y con medio cuerpo dentro del coche me ofrece unas grandiosas vistas de su culo perfecto, expuesto deliciosamente para mi disfrute y las ganas, la necesidad que siento de embestirla por detrás son inenarrables. Debajo de ese diamante hay otro. El coño de Laura empapado y maravillosamente suave,  suplicando atención. Mi mano va directamente a tapar su desnudez centrándose en oprimir con dos dedos el diamante hacia adentro y moviéndolo a los lados a la vez. Laura gime dentro del coche unos segundos. Yo vuelvo a mojar mis dedos, esta vez metiéndolos donde los labios sudan la esencia que antes hemos compartido, lamiendo de mis dedos. El calor dentro de Laura es un Bálsamo a todo sufrimiento y un estimulante a mi sexualidad. Trepo por las paredes del deseo más rápido de lo que soy consciente de haber subido antes. La escena me sobrepasa por completo hasta que Laura me insta a montarnos en el coche con celeridad. Eso no ayuda a que encuentre la paz que ansío, la paz que obtendría sin duda penetrando ese calor con lo que me está apretando tan fuerte debajo del pantalón.

Tampoco ayuda que al sentarse en el coche y arrancar, Laura se suba la falda con la escusa de no mojarla y empiece a acariciarse incluso mientras pago el parquin a un operario que nos mira alucinado. Salgo a toda velocidad de allí incapaz de centrarme en nada más, que no sea el movimiento de los dedos de  la mano derecha de Laura escribiendo poemas de amor en su cálida y húmeda vicisitud. Me va a matar tanta necesidad que empieza a ahogarme.

Unos kilómetros después Laura ya está en otro universo. Uno donde todo lo que procede termina en orgasmos y eyaculaciones, en sudor, gemidos y gritos. Antes de cambiar de tercio ya se estaba clavando ansiosa dedos, pero de pronto se lanza literalmente sobre mi pantalón que está algo más que amenazado desde dentro. Décimas de segundo y una alucinación. Conduzco por la autopista más despacio que el límite de velocidad, increíblemente excitado por Laura, por su universo perverso y su belleza humana, por sus dedos que la complacen, por sus gemidos que ahogan el sonido de las ruedas sobre el asfalto y por el olor del sexo que me está llevando más y más hacia ese mundo, cuando ella se tira sobre mí y de pronto me siento entrando íntegramente en ese mundo. Su boca me lleva al abismo en nada, menos que segundos, que ha tardado en bajarme la bragueta, liberarme de la prisión textil y meterme en ella. La pasión de Laura me embriaga y tengo que concentrarme en la carretera y el tráfico, pero ella no, claro. Ella llega al nirvana y cuando cruza la frontera, en ese preciso instante en el que hasta el coche que circula en paralelo a nosotros podría escucharla gritar, su boca se vuelve aún más expresiva en esa forma de dedicarme su amor.

Ella trata de tranquilizarse y se vuelve a sentar de una forma más adecuada mientras yo sigo conduciendo, expuesto aun, y también igual de explícito y excitado. Cuando salimos de la autopista y la carretera se vuelve más retorcida, Laura deja de acariciarse y se coloca la falda en su lugar original a la vez que sugiere que guarde yo mi apéndice aludiendo que vamos a tener que vivir en este barrio y que, aunque muy apetecible, esa parte de mí, tal vez no sea una buena tarjeta de presentación. Al final llegamos a un acuerdo y como ella ha sido la que me ha dejado así de expuesto, es ella también la que deja las cosas como estaban, no sin antes, dedicarme otros buenos segundos en los que contacto con el calor de su garganta. Paramos en una pequeña garita de seguridad donde nos entregan unas llaves y conduzco hasta la parcela que ella me indica. Es una casa no demasiado grande, pero más que suficiente para una familia. Hay césped y un bonito jardín, muy cuidado delante, entrada para dos coches y el acceso principal por la parte delantera. Es de piedra y el tejado de madera en lo que parecen dos plantas desde afuera, una de semisotano para el garage y la otra para la vivienda.

Laura en cuanto nos bajamos se pone a mi lado y me dice que el orgasmo que ha tenido en el coche, lo necesitaba tanto que hasta le ha sabido a poco…  Su mirada, la que me dedica justo después de decir esto, es una certeza en si misma. La certeza de que Laura siquiera ha empezado a disfrutar, a pesar de que ese orgasmo ha sido más intenso y erótico que la vida sexual completa, de la mayoría de las mujeres casadas de este mundo. Yo me pongo al lado de ella y bajando la mano por su espalda, a través de la falta oprimo el dilatador clavándoselo fuerte. Ella gime. Entramos en la casa.

Después de revisar toda la planta de vivienda que está amueblada a medias, hablamos unos minutos. A ella la casa le parece perfecta, pero quiere saber mi opinión. Yo le aseguro lo que para mí es una verdad absoluta. Para mí, la vivienda tiene una importancia mínima en mis prioridades y me conformaría con una cabaña hecha de troncos si eso quiere decir que vamos a compartir existencia y desayuno. En ese momento se enciende una luz de felicidad en sus ojos que me conmueve, pero nada más notarlo, ella me dice que la siga.

Por una escalera interior baja delante de mí al sótano. Tiene en principio, la misma superficie en metros cuadrados que la vivienda, pero está dividida en dos partes del mismo tamaño. Evidentemente por la que hemos bajado es la zona para los coches, las herramientas o la zona de almacenamiento de cosas inservibles para la mayoría de la gente. Laura atraviesa una puerta invitándome a seguirla. La otra mitad es completamente diáfana y está desnuda y vacía absolutamente, a excepción de un billar en el centro de esa sala. Yo me quedo maravillado por las posibilidades de esta habitación, de casi cien metros cuadrados, a ojo.

Cama Redonda. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora