15. "En la oscuridad"

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No se mentiría a sí misma, estaba muy nerviosa, sus manos frías y su respiración difícil eran pruebas más que suficientes. Que el rey no la hubiera acompañado a cenar ese día, tampoco ayudaba, aunque pensándolo bien, fué mejor así. ¿Cómo iba a verle la cara, sabiendo que pocas horas después tendrían el tan evitado encuentro?

Si se amaran... Si él, la amara; las cosas serían tan diferentes. Que Saori supiera que su esposo solo la buscaba por obligación, la ofendía mucho como mujer. Y delante del espejo, mientras cepillaban su largo cabello oscuro, intentaba darse valor, sentirse hermosa, colgándose de esas palabras que escuchó a escondidas tras la puerta; aquellas frases de pertenencia donde el rey, ese hombre indiferente y distante, la protegía y reclamaba como suya. Era solo una joven de dieciocho años, la que sin quererlo, guardaba una pizca de esperanza en su corazón y rogaba en secreto porque las cosas mejoraran entre los dos, aunque hasta el momento eran más los disgustos y las peleas.

Lucía un batón de dormir, largo y blanco hasta el suelo, con decenas de pequeños botones al frente y nada más excepto un albornoz que sus criadas le ayudaron a ponerse antes de salir de la habitación. En los pasillos en penumbras, la reina desfiló seria y con sus manos juntas al frente, apretando sus dedos para contenerse. Llegando al ala del rey, se detuvieron delante de una puerta, donde Temari le señaló e hizo una reverencia antes de alejarse un poco y permitir que los dos sirvientes que la resguardaban, la abrieran y dejaran a Saori pasar.

No había vuelta atrás, y tampoco como evitarlo. El rey estaba allí, sentado en silencio en una habitación enorme, solo iluminada muy escasamente por una vela junto a la cama y una muy tenue luz de luna que atravesaba las cortinas claras del ventanal. Los cuadros con temas marinos, ahora lucían sombríos, casi tanto como el hombre que tenía al frente, el que ni siquiera levantó la cabeza para mirarla. Saori no tenía estómago para reclamar o exigir, como lo había hecho anteriormente, estaba tan nerviosa que las palabras se le escapan y viendo que Naruto no reaccionaba, decidió caminar hasta la cama y subirse en ella. Se acomodó lentamente debajo de las sábanas y esperó como ofrenda a las bestias, pero casi a punto de llorar.

Sin quererlo, dió un mohín cuando él se puso de pie tras unos minutos, y comenzó a acercarse. Se detuvo delante de la vela y la miró de reojo antes de hablar.

—Te pido, por favor, que te abstengas... de cualquier palabra... des... despectiva o cruel que tengas para mí. Si no puedes hablarme con cariño... entonces solamente mantente callada— bajo esa luz ambarina y tambaleante, la expresión de su esposo era casi tan lastimera como el día de su boda. ¿Odiaba tanto la intimidad, o solo era por ella?

Apagó la luz de un suave soplido y Saori dejó su vista en el dosel, al escuchar los roces de la tela tras el rey comenzar a desvestirse. Agarró las sábanas y las apretó contra su pecho cuando el colchón se movió, anunciando su cercanía, pero tuvo que renunciar a ellas al Naruto arrodillarse entre sus piernas tras abrirlas un poco. Con el reflejo frío de la noche, la silueta de su cuerpo musculoso se mostró dibujada, cuando el rey se despojó por último de su camisa ancha y blanca. El rubor encendió más las mejillas de la chica, y al encontrar el rostro de su esposo, e incluso en la oscuridad, halló que también estaba muy rojo y tenía los ojos húmedos. Él notó su escrutinio, y con delicadeza colocó dos dedos en su mejilla izquierda y le hizo mirar a un lado, antes de inclinarse sobre ella.

Saori ya no pudo respirar; el aliento cálido en su cuello, el peso de ese cuerpo viril sobre el suyo, el latido que escuchaba tan fuerte y que con la tensión, ya no sabía ni a quien pertencía... Eran tantas sensaciones nuevas y atemorizantes, tanta intimidad expuesta, que sin quererlo comenzó a temblar. Sus manos a los lados, sus piernas y su barbilla, estaban tan tensas, que pensó que se echaría a llorar en cualquier momento.

—Eres hermosa...— el susurro en su oído, casi tan tembloroso e inseguro como su respiración, la sacó de lo profundo de su mente y la llevó a días cálidos en una fuente, con un pequeño velero tambaleándose en las hondas el agua. No, no podía caer de nuevo. Esa imagen era falsa, Naruto odiaba al mundo, la despreciaba... Si volvía a esos momentos de ensueño le sería más difícil enfrentar la frialdad después. Maldijo llorar, pero las lágrimas se escaparon solas ante la preocupada vista del rey —¿Tanto... te disgusta esto?

—Vas a tomarme... y ni siquiera me has dado un beso con propiedad. El único halago que he recibido de tí, es que me veo bien con la piel pintada de azúl. ¿Cómo quieres que me tome que justo ahora, me digas que soy hermosa, cuando apenas me miras? ¡¿Acaso sabes si en realidad lo soy?!— reclamó.

—Lo sé. Tu cabello es tan suave y oscuro como una sonata nocturna, y tus ojos rasgados... lucen severos para los desconocidos, pero para los amigos desbordan... sen... sentimientos. Tu voz baja se hace cantarina cuando hablas de algo que te gusta... pero se torna gélida al defenderte... Hiriente— Saori aspiró profundamente al percibir el roce de los labios del rey sobre su escote —Los dedos de tus manos me seducen cuando tomas los cubiertos al comer, pero son aún más atractivos si... se esconden debajo de los guantes de encaje. Esos blancos que más usas, a pesar de ahora poseer cientos.

—Me engañas...— reclamó emocionada, quedándose muy quieta cuando el rey comenzó a safar los botones de su vestimenta.

—No.

—Prefiero pelear contigo... Escucharte así, me da miedo— la tensión fué rota por una risita del monarca al escucharla.

—¿Por qué? ¿Porque podría enamorarte? ¿Tengo esa oportunidad?— insistió él, pero Saori negó y se cubrió el rostro con los antebrazos. Con suavidad, Naruto terminó con el último botón y apartando la tela, la dejó desnuda debajo de él.

Sus senos eran redondos, medianos y perfectos, su cintura estrecha y el vientre suave, ligeramente abultado hacia las caderas anchas. Una figura armoniosa y exquisita que continuaba en sus muslos redondeados y blancos, también un monte de Venus perfectamente triangular con pequeño y poco abundante vello negro. Tenerla así, dispuesta para él, para admirarla, olerla y sentirla, fué más que suficiente para excitarlo, y aunque no tenía experiencia, por instinto le separó más las piernas y volvió a colocarse sobre ella, quien aún respetaba la orden de no mirarlo. La sonrisa adornó sus labios cuando sujetó su barbilla para obtener un beso, y la reina mantuvo sus ojos cerrados.

¿Por qué no olvidar por esa noche los altercados y rencores? En esa habitación oscura y quieta, sobre sábanas limpias y en soledad, con el calor y los latidos del otro tan cerca, con ese beso secretamente esperado que les hizo a ambos cerciorarse, de que lo que estaban sintiendo el uno por el otro desde hacía tiempo, era real. Difícil de aceptar, pero tan real que resultaba doloroso. La textura, la humedad, el leve e inexperto empuje de sus lenguas que pronto se sincronizó. El roce de los pezones duros sobre el pecho masculino y fornido, lo resbaloso y pecaminoso de sus intimidades al frotarse. Esas uñas sobre la espalda al forzar la entrada y el grito quejunbroso de la virginidad perdida, de la reclamación que quedó marcada con sangre sobre lo blanco del lecho.

Naruto permaneció en lo profundo, temblando sobre su esposa, pues para él, todo aquello también era nuevo y aún estaba sorprendido de haber podido llegar hasta ese punto. Pero la deseaba tanto que sus demonios se habían ido al carajo. En su espacio, con ella, con su Saori, el rey cobarde no tenía cabida. Él podía ser un hombre esa noche, complacerla. Borraría de su cabeza esos pensamientos negativos que ella pudiera tener sobre su persona, no los necesitaba, nunca lo hacía, pero siempre estaban, sin embargo y entre sus brazos delicados, estos dejaron de existir, al menos mientras durara su encuentro. La escuchó gemir cuando comenzó a moverse otra vez, y en sus labios de nuevo encontró la forma de expresar lo que con sus palabras inseguras no podía; amor. Su primer y único amor. Y cuando lo abrazó con posesividad, escondiendo el rostro lloroso en su cuello, el rey de Inglaterra se sintió en el cielo, derramando prematuramente su semilla en el interior de su reina.

—Se siente... caliente— jadeó Saori, muy cerca de su oído, aún cuando las réplicas de su orgasmos seguían haciendo estragos y provocando una nueva oleada de pasión que mantendrían por horas esa noche.

Mad KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora