17. "Perdido en la tormenta"

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La primera luz del amanecer hizo que mirara hacia la ventana, quitando su atención sobre aquel rostro hermoso y dormido, que había contemplado por largo rato. Saori quedó rendida en sus brazos después de tan pasional encuentro, y Naruto ni siquiera quería moverse para no despertarla. Sus pestañas largas y oscuras eran adictivas, pero el color carmín de sus labios, algo hinchados de tantos besos y el aroma de su cabello, lo tenían enloquecido.

Con delicadeza y reteniendo la respiración, dejó un delicado beso sobre ellos antes de incorporarse con mucha lentitud. Sus pechos suaves y blanquecinos quedaron expuesto al él mover la sábana, provocando que se relamiera los labios y después sonriera al darse cuenta de que lo había hecho. La volvió a cubrir con suavidad y luego dejó el lecho. Colocándose su albornoz, atravesó una puerta de su habitación para llegar a otra conjunta, donde solo Shikamaru lo ayudaba a alistarse. Incluso tan temprano, el chambelán ya estaba ahí, pero con la misma expresión somnolienta de siempre.

—Buen día, majestad, tiene un mensaje de felicitación del obispo y otro de su madre— le entregó los sobres, unos que Naruto tomó y arrojó a la chimenea de la habitación sin siquiera abrirlos.

¿Era tan diferente que tenían que felicitarlo por lograr su obligación como esposo? El buen carácter que mantenía se vió turbado por un instante, pero luego volteó a ver la puerta cerrada, sabiendo que detrás de ella Saori aún dormía plácidamente, y sonrió un poco.

—¿Qué asuntos hay para hoy?— preguntó en cambio, acercándose a su aguamanil para limpiar su rostro y luego parte de su cuerpo con un paño húmedo.

—Los orfanatos, majestad. Llegó nuevamente la queja de que tienen falta de recursos indispensables.

—¿Otra vez?— gruñó.

—Le ruegan que haga una visita— Naruto resopló ante el mal chiste de su chambelán y comenzó a vestirse cuando este le fué alcanzando la ropa.

—¿Dónde están los documentos de las últimas finanzas?

—Ya los puse en su escritorio, junto a su desayuno.

—Espérame allá— ordenó, terminando de atar un pañuelo sencillo en su cuello.

Cuando Shikamaru salió de la habitación, el rey regresó a su dormitorio, ese al que prácticamente nadie tenía permitido entrar y ahora sobre su cama descansaba la reina, después de entregarse a él durante la madrugada. Se acercó lentamente para no hacer ruido y se arrodilló a su lado, cerca de su rostro, el cual despejó de un mechón de cabello para observarla mejor.

—¿Soy hipócrita al no aceptar felicitaciones por mi supuesto "logro", cuando yo mismo, creo que por primera vez, estoy feliz por algo que hice? Mi faro... Lamento ser un barco tan perdido en la tormenta, pero estoy llegando... So... solo quédate ahí, alumbrando para mí. Te lo ruego— murmuró sentido y selló sus palabras con un beso en la frente de su esposa antes de marchar.

Shikamaru le mostró los documentos cuando entró a su oficina, después de revisarlos durante horas, y no solo los de ese mes, sinó también los anteriores, llegó a la conclusión de que se estaban desviando recursos. Para una certeza, tenía que compararlos con los que guardaban en las instituciones y ver los centros por sí mismo, pues ya no podía confiar en intermediarios; pero para el rey tampoco estaba en discusión salir del palacio. Otra vez se sentía impotente, justo con el problema delante de sus narices, sin embargo, a su derecha notó los últimos reportes de Saori del manejo de palacio, escritos con una letra impecable y palabras fluidas.

—¿Majestad?— preguntó Shikamaru, cuando Naruto tomó los documentos de los orfanatos y se puso de pie repentinamente.

—Iré a... a ver a mi esposa— anunció al dejar la oficina.

Sí, Saori era la indicada para ayudarlo. Solo él estaba por encima de ella en autoridad, y la joven de carácter fuerte lograría actuar a consecuencia. Confiaba en que haría un estupendo trabajo, pero también moría por verla, y esa era la justificación perfecta.

Los sirvientes en el ala de la reina se sorprendieron al verlo, y aunque al inicio eso le incomodó, se forzó a ignorarlos hasta llegar a la habitación que antes había sido de su abuela. Delante de la puerta grande habían dos guardias como era costumbre, los cuales no se atrevieron a mirarlo a los ojos al contestar su pregunta; y no era de extrañar, ya toda la servidumbre estaba familiarizada con sus particularidades.

—Sí, majestad, la reina se encuentra. Recibe un baño— informó uno y Naruto apretó los documentos en su mano al escucharlo.

Habían compartido lecho y estaban cansados, así que el que entrara a la hora de su baño no sería extraño, ¿cierto? Algo nervioso colocó la mano sobre la manija, pero solo abrió un poco la puerta antes de escuchar una voz femenina.

—Eso es lo divertido, cotorrear después. Y además, se demoraron tanto, que sinceramente dudaba que fueran a concretar el asunto— Saori no estaba sola, y así Naruto no podía ni siquiera pensar en acercarse. Algo desilucionado, optó por retirarse, pero lo que escuchó luego no se lo permitió.

—No sé que esperas que te diga. No fué nada que valga la pena memorar— era la voz de ella, escuchándose fría y despectiva —Doloroso, incómodo y vergonzoso...

El rey apretó su mandíbula con fuerza y se alejó por el pasillo, sin tener el coraje de seguir escuchando. Los gemidos, los besos, los abrazos, ¿lo había fingido todo? Por supuesto, ¿qué esperaba? ¿Cómo podía haber creído que precisamente él, sería capaz de satisfacer a una mujer?

—"Eres estúpido, como tu padre. Tan blando y patético. ¡Ponte de pie, maldito chiquillo! ¡Me retorceré en el infierno por haber dejado mi reino a manos de un inservible como tú!"

Podía ser el hombre que llevara sobre sus hombros el peso de una nación, pero Naruto no era más que una columna de cenizas que se desmoronaba con cualquier señalamiento. La mente de los ajenos era cruel, llena de insultos para su persona; los ojos a su alrededor se tornaban flechas dolorosas que quería evitar a toda costa. Y los de ella... y sus palabras... Eran los que más dolían. Un hombre encerrado en sus miedos con ningún tipo de amor propio, un hombre enamorado profundamente de la mujer perfecta e inalcanzable. Sus esfuerzos habían sido en vano, pero, ¿qué esfuerzos? Si nadie los veía, ¿valían la pena?. Porque para lo que una persona normal parecía una nimiedad, para el rey cobarde se sentía como mover una montaña piedra por piedra. Las cicatrices de su locura.

Ella se sumó a la multitud de los atemorizantes desconocidos con su engaño, y se maldecía por aún así querer merecerla.

Mad KingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora