Capítulo 20

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No tengo idea de cuanto tiempo pasé encerrada en mi habitación viendo al horizonte, podrían haber pasado un par de horas o un par de vidas, entiendo que hice mal, mucho, pero también que el hacer lo correcto se había vuelto una tortura, la cual ya no quería vivir. Días junto a un hombre que no amo, en una familia a la que le importa más su estatus que lo que yo pienso ¿Por qué está mal si me hace sentir tan bien? Romeo era un poco mayor a mi en el incendio, él no hizo nada y no debería juzgarle por algo que sus abuelos hicieron. Romeo es dulce, atento y cree en la bondad del mundo, él no está mal, mi vida es la que está mal.

*Toc toc*

Yo, aún molesta: Rosalina lárgate, no necesito nada de una dama de compañía.

Nana, abriendo la puerta: ¿Estas bien? mi niña.

Yo: Nana, perdón. Sí, estoy bien.

Nana, sentándose en mi cama: ¿Pasó algo con Rosalina?

Yo: no es realmente su culpa, solo no me interesa verla ahora.

Nana: Tus padres quieren que bajes a cenar para celebrar el triunfo de tu primo.

Yo: podrías excusarme con ellos y subirme algo, no estoy de humor para ver a nadie.

Nana, abriendo sus brazos: ven aquí (abrazándome) Sabes que puedes contarme lo que sea ¿cierto?

Yo: no me gusta ser un fantasma, vivir mi vida esperando a los demás, que todos esperen que mi padre muera y basen sus halagos en ello, estoy harta de estas discusiones, odio que no tenga de otra y detesto a Paris, desearía que todo desapareciera, daría lo que fuera porque yo si fuera la muerta y que María esté a tu lado, porque esta forma de vivir no es vida.

Nana, arrullándome: no digas eso, eres la más linda niña que he tenido el privilegio de cuidar, eres mi niña, mi vida no sería feliz si tu no estuvieras conmigo. Sé que hay días difíciles, más si recibes a tanta gente contándote del mundo que tu no puedes ver y de las vidas que jamás podrás vivir. Pero todo siempre pasa. Algún día, aún con tus padres vivos podrás gozar de tu vida. ¿Aún quieres que traiga tu comida?

Yo, con lágrimas en los ojos: Por favor.

Pasé toda la noche encerrada en mi habitación, alegando de dolores inexistentes y hundiéndome en mis penas, abriendo el balcón y admirando la luz que iluminaba el hogar de las luciérnagas, mañana tendría que volver al infierno en el que vivía pero hoy permanecería en el purgatorio que era mi habitación, privada del cielo, sintiendo el infierno quemar mi espíritu.

Me preguntaba si ahora que Romeo sabía donde estaba, él también veía a través de su ventana buscando por la luz de mi balcón, como si eso pudiera reconfortarlo de alguna forma, como si pudiera desearme buenas noches desde la distancia.

No quería dormir, no quería existir, no sabía que hacer. Y aún estaba esa maldita voz en mi cabeza que lo ordenaba, aún tienes cosas por hacer, tienes que salvar a Rosalina, cumplir con tus deberes para con el apellido, no desperdiciaste tu vida por nada. Pero no quería hacer nada, simplemente quería dejar todo de lado, podría huir, Romeo diría que si, huiría conmigo, nos iríamos de aquí para siempre. Pero ese sentido del deber era tan fuerte que sabía que me quedaría aquí hasta la muerte.

*toc toc*

Pasaban las 4 de la madrugada, sea quien sea no podría mandarlo a volar sin tener que abrir la puerta y fingir estar dormida sería algo torpe pues la luz de las velas se puede ver desde afuera, abrí ligeramente la puerta y me encontré con mi primo Teobaldo.

Yo: Teobaldo ¿Qué haces aquí tan tarde? ¿Está todo bien?

Teobaldo: no bajaste a cenar. 

Yo: no me encuentro bien, cosas de mujeres ya sabes.

El diario de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora