Capítulo 31

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A pesar de los esfuerzos de Benvolio, llegué a mi habitación completamente molesta y furiosa, estaba harta de ser un títere de la familia Capuleto, era momento de cambiar la situación y acomodar las piezas a mi favor, si querían una líder eso tendrían, pero no me volverían a tener a mí; tomé mis ropas claras y las llevé a los pasadizos, a partir de este momento, la verdadera yo le pertenecía a aquellos que se preocupaban por ella (los Montesco), tomé todos aquellos vestidos que me rehusaba a portar, esos vestidos en tonos vino, rojo y burdeos, y los complementé en mi armario, me preparé para la cena y utilicé un vestido rojo que parecía que era de Francesca, la tela era escandalosa y tenía demasiado volumen en la parte superior, no era un vestido para una cena cualquiera, era algo que usabas cuando querías montar un escándalo en medio de una fiesta, bajé las escaleras con decisión, seriedad y firmeza, me transformé en su reina de hielo.

Teobaldo, sorprendido: ¿Pero qué traes puesto?

Yo, sarcástica: ay ¿hablas? como tenía tanto que no me dirigías la palabra pensé que te había comido la lengua el ratón (alejándome rumbo al comedor) o debería decir el gato, su majestad.

Paris no decía mucho sobre el cambio, era un adulador de primera el cual se limitaba a decir que el vestido me lucía mucho, el color iluminaba mi rostro y que eso solo complementaba mi belleza, no daba pie a una discusión o argumento en su favor ni en su contra.

Los que si se sorprendieron fueron mis padres y la propia Rosalina, quienes me veían extrañados pues el vestido iba mucho más allá de lo que esperaban de mi.

Mi padre, cortando su comida: Querida hija, es un placer verte usar los colores de la casa pero ¿no te parecen algo excesivos?

Yo, actuando fría e inmutable: Nunca es poco el orgullo de representar a esta casa, además fueron ustedes los que me solicitaron que este año metiera más ímpetu en parecer una Capuleto, solo cumplo órdenes.

Paris, buscando una señal de mi aprobación: A mi me parece que el vestido es maravilloso, mi Lady, la forma en que lo porta la hace destacar en elegancia y brío.

Mi madre, intentando guardar la calma: claramente, no era lo que teníamos pensado, pero, es un buen cambio.

La tía Lucrezia: Es lindo pero quizá es demasiado para una cena en familia.

Yo: quizá se les olvida lo que realmente significa la casa a la que dicen defender, al parecer los intereses propios superan a lo que están dispuestos a hacer por esta casa.

Tío Giuseppe: baja tu tono jovencita, no voy a consentir que le hables a si a mi esposa.

Yo, subiendo el tono de voz: y yo no voy a consentir que un miembro, trepador social, de bajo rango se atreva a amenazarme, me parece que ya es suficiente y deberían dejar de creer que la (imitandome) pobre e inocente Julieta (volviendo al tono serio) es la persona manipulable que creían. El día que alguno de ustedes cumpla con lo mínimo requerido, podrá si quiera dirigirme la palabra.

Mi padre: quizá ha sido (aclarando su garganta) demasiado, mas sin embargo, la joven tiene razón y me llena de orgullo que se haya decidido en por fin demostrar todo por lo que ha trabajado.

Mis tíos se levantaron llenos de cólera, me miraron esperando una reacción asustada pero se encontraron con mis inmutables y vacíos ojos, no me sostuvieron la mirada ni 5 segundos y salieron por la puerta.

Alessandro, aclarando su garganta: vaya tensión, sé que a mi no me preguntaron pero el estilo te queda bien, portas con orgullo la bandera de tu casa y es noble que lo hagas ¿Qué dices, Rosalina?

Rosie, sobrepasando sus palabras: Es un cambio radical, pero me alegro de que al fin seas parte de la familia, sigues destacando por el orgullo al portar tus prendas pero ya no tienes esa barrera de infantilismo que el blanco y los tonos pasteles te daban.

El diario de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora