Mi sol y libertad [Rhaenyra Targaryen]

Palacio

El palacio de Lanza del Sol se erguía con majestuosidad en medio del desierto dorniense. Sus altas torres se alzaban contra el cielo azul, destacando intrincadas filigranas que capturaban la esencia de la cultura dorniense. Las paredes de tonos cálidos, decoradas con mosaicos que relataban las epopeyas de la región, resonaban con la riqueza de la historia.

Los patios interiores, repletos de jardines exóticos y fuentes danzantes, ofrecían un oasis de frescura en contraste con el ardiente sol exterior. Las estancias se abrían en un laberinto de arcos y pasillos, cada rincón impregnado de la esencia única de Dorne.

Al adentrarse en la Sala de los Tronos, Rhaenyra quedó fascinada por la grandiosidad del lugar. Los techos altos sostenían candelabros ornamentados, y las ventanas arqueadas dejaban entrar haces de luz que iluminaban tapices tejidos con hilos dorados que contaban las historias de amor y traición así como narraban las leyendas de los Martell. Pero no solo eso caminando por los salones, Rhaenyra admiraba las pinturas que retrataban los paisajes del Desierto Rojo, esculturas talladas en mármol representando héroes dornienses.

Sus habitaciones privadas, estaban lujosamente decoradas, ofrecía una vista panorámica de los jardines y del vasto desierto que se extendía más allá de las murallas del palacio. Los suelos de mármol fresco contrastaban con las alfombras de colores vivos, creando un ambiente acogedor y elegante.

Al explorar sus habitaciones, Rhaenyra se encontró que había una puerta que la llevo a una pequeña biblioteca con la mayoría de sus libros favoritos, parecía un santuario de conocimiento donde podía ver antiguos pergaminos y libros nuevos que aguardaban en las estanterías de madera finamente tallada. Aquel espacio estaba segura que se convertiría en un refugio para ella, así como esperaba que con todos estos libros pudiese sumergirse en la historia y las costumbres de Dorne, pues no deseaba hacer el ridículo ahora que Arianne la había presentado como su esposa y princesa consorte de Dorne.

Recordó el gesto firme de Arianne al presentarla como "mi amada esposa y princesa consorte de Dorne". Aquellas palabras resonaban en su mente, llevando consigo un significado más allá de un simple título. Rhaenyra se preguntaba cómo sería vivir bajo la sombra de la Torre del Sol y qué implicaba ser la princesa consorte de un reino tan diferente al suyo.

Las miradas y vítores del pueblo dorniense habían sido un torrente de emociones que Rhaenyra apenas empezaba a procesar. Se cuestionaba si sería capaz de cumplir con las expectativas, no solo como Targaryen, sino también como la compañera de Arianne, quien ocupaba un lugar destacado en Dorne, pues no era solo miembro de una gran casa, era la gobernante de aque lugar.

En sus interacciones con Arianne, ahora podía recordar que no había notado el brillo en sus ojos que miro en la plaza, aunque siempre tenía una gran determinación en su voz.

Ahora la realidad la golpeó de manera abrupta pues el afecto y respeto que la princesa de Dorne le había demostrado ante todo el pueblo fueron realmente sorprendentes, y Rhaenyra se sintió agradecida por ello. Sin embargo, también estaba consciente de que este nuevo momento en su vida implicaba desafíos y ajustes.

Rhaenyra, para su desconcierto al volver a su habitación, se cruzó con una sirvienta cuyos ojos brillaban con un fulgor particular al verla. La joven sirvienta, nerviosa pero con una sonrisa, se acercó tímidamente.

"Mi princesa, he tenido el honor de servir en este palacio durante muchos años", expresó la sirvienta con voz suave. "Y permítame decir que la llegada de usted y el regreso de la princesa Arianne ha traído una nueva luz a estas paredes que sin ella se sienten vacías."

Rhaenyra asintió con cortesía, agradeciendo las palabras de la sirvienta. Sin embargo, algo en la mirada de la joven al hablar de su esposa le revelaba más que simple cortesía. Se percibía una chispa especial, una devoción que iba más allá de la lealtad común.