Heridas

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El viento rugía como una tormenta desatada mientras Arianne caía al vacío con Aemma en sus brazos. La lanza dorada brillaba a su alrededor, pero no sabía si su magia sería suficiente para detener la caída y protegerles. La princesa regente de Dorne mantenía a su hija firmemente sujeta contra su pecho, sabiendo que haría cualquier cosa por protegerla, incluso al precio de su propia vida. El suelo se acercaba rápidamente, y la desesperación nublaba su mente, pero entonces, un rugido profundo y ancestral rompió el aire, como el despertar de un poder olvidado.

De las alturas descendió un dragón inmenso, cuyas escamas doradas y bronce relucían bajo el sol del desierto. Vermithor, el legendario "Rey de Bronce", surcaba los cielos con la furia y la majestuosidad de una criatura que había estado dormida durante demasiado tiempo. Sin jinete desde la muerte del Rey Jaehaerys, el dragón había vagado sin rumbo por los cielos de Poniente, aguardando, silencioso, a que alguien digno reclamara su lealtad. Ahora, guiado por un instinto primigenio, descendía para salvar a la pequeña en los brazos de Arianne.

Con un rugido ensordecedor, Vermithor se lanzó hacia ellas, extendiendo sus garras. La maniobra fue precisa, pero las afiladas garras del dragón rasgaron el costado de Arianne mientras la atrapaba, provocándole una herida profunda que le arrancó un grito ahogado. Aun así, la princesa no soltó a su hija. El dolor era abrasador, pero no permitía que nada la separara de Aemma. Mientras descendían, otra figura dorada apareció en los cielos. Syrax, la dragona de Rhaenyra, volaba detrás del Rey de Bronce, rugiendo con una mezcla de alarma y furia, volando con su jinete y la pequeña cría que llevaba en sus brazos, sentía la angustia de su princesa y voló con mayor determinación. La dragona dorada no permitiría que su jinete perdiera a su cría ni que nada pusiera en peligro a quienes le proveían alimento y tesoros.

Vermithor aterrizó cerca de las murallas del castillo con un golpe atronador, envolviendo con cuidado a Arianne y a la pequeña Aemma en sus alas para evitar que sufrieran más daño. Syrax aterrizó junto a él, desplegando sus alas doradas en un gesto que parecía desafiar al otro dragón. Rhaenyra poco después bajo de su dragón, con el corazón desbocado por el miedo.

"¡Arianne!" exclamó Rhaenyra, con lágrimas en los ojos al ver la herida en el costado de su esposa.

Arianne intentó sonreír, aunque su rostro reflejaba el dolor de la herida. "Estamos bien..." murmuró con voz entrecortada. "Aunque parece que este dragón no sabe medir su fuerza."

Rhaenyra levantó la vista hacia el inmenso dragón que las había salvado y sintió un escalofrío al reconocerlo. "Vermithor..." susurró con asombro. Parecía que el Rey de Bronce había regresado para unirse a su hija.

Aemma, en los brazos de su madre, miraba al dragón sin miedo alguno. En sus ojos brillaba una calma inusual para un bebé, como si reconociera en la criatura algo más que una bestia. Vermithor bajó la cabeza hacia la pequeña con suavidad, dejando escapar un gruñido bajo y reconfortante. El vínculo entre ellos era palpable para Rhaenyra. El dragón del antiguo rey había elegido a Aemma, como si hubiese estado esperando por ella durante todos esos años de soledad en los cielos.

Rhaenyra dejó que ese pensamiento flotara por un momento en su mente, pero la realidad la trajo de vuelta al ver el rastro oscuro y húmedo que manchaba la túnica de Arianne. La herida en su costado, causada por las garras de Vermithor, no dejaba de sangrar, y su esposa comenzaba a palidecer peligrosamente. Rhaenyra sintió cómo el miedo le apretaba el pecho de nuevo, esta vez con la brutal certeza de que podría perderla.

"Arianne, estás sangrando demasiado" susurró, su voz temblando mientras movía con cuidado los brazos de su esposa que tenían a Aemma. Con la mano que no sostenía a Jacaerys, presionó sobre la herida de Arianne, pero la sangre seguía manando sin detenerse.

Mi sol y libertad [Rhaenyra Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora