33. La familia no siempre es de sangre

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Emma

Tessa y yo estamos sentadas en las bancas fuera del hospital, con el cálido viento soplando entre nosotras mientras esperamos que Nolan llegue con el auto desde el estacionamiento, para no tener que caminar hasta él.

Ambas nos quedamos calladas, solo viendo a las personas entrar y salir, a los autos pasar, a los árboles que nos dan sombra y escuchando a los pájaros que cantan con fervor. Podríamos continuar en silencio una eternidad más, pero sé que hay silencios que deben romperse.

—Tessa, ¿crees que contarte algo? —pregunto de manera cautelosa—. Sin que se lo digas a Elías.

Por un momento me pregunto si puedo confiar en ella, si puedo contarle todas mis preocupaciones y acabar con la desesperación que me consume al ocultar lo que siento, pensando que es lo mejor para todos.

—Debes tener tus razones para no contarle algunas cosas —dice, con más compresión de lo que esperaba—. Si quieres no se lo diga, no lo haré. Puedes confiar en mí.

Suelto una pequeña sonrisa, y poco después abro los labios como si quisiera soltar todo lo que tengo dentro. Lo pienso por un momento, pero antes de decir cualquier cosa, los vuelvo a cerrar con fuerza, como si quisiera sellar las palabras que estaban a punto de salir de mi boca.

Tessa nota la situación, y ve como reprimo mis palabras para quedarme callada. Así que, ante mi silencio, es ella la que habla.

—Nunca te agradecí como es debido.

—¿Qué?

—No quería ser pesimista, pero una parte de mí sabía que Elías no podría tener una vida normal jamás —suelta Tessa, fijando su mirada al frente para observar como el mundo gira alrededor suyo—. Yo nunca creí que Elías se casaría ni que tuviera la posibilidad de formar una familia. Yo deseaba que él tuviera todo eso, pero sabía que no iba a pasar, al menos hasta que llegaste tú.

Ella regresa su vista hacia mí antes de continuar, con una chispa en sus ojos que reflejan todos los sentimientos que ha estado guardando.

—Cuando te conoció empezó a ser más feliz, y a tener más esperanza. Tengo que admitir que superó mis expectativas —dice, mostrando su sinceridad—. Así que gracias Emma, por quedarte a su lado.

—No tienes que agradecerme por eso.

—Lo sé, pero quiero hacerlo. Tal vez me cueste admitirlo, pero tú también me cambiaste a mí. Para bien, por supuesto.

—Yo no te cambié —explico, sonriendo con complicidad—. Tú sola te diste cuenta de lo genial que podías llegar a ser.

—Tampoco exageres —bromea, y por un momento, toda la seriedad de la plática se vuelve solo una charla entre amigas—. Tengo que admitir que cuando nació Elías estaba realmente decepcionada —dice, en tono burlón—. Yo quería una hermana, una chica para poder jugar y charlar. Cuando era niña me imaginaba como sería tener una, y ahora creo que sería algo así como lo que somos nosotras.

—¿Estás diciendo que me ves como tu hermana? —pregunto, con una gran sonrisa en mi rostro.

—Bueno, no lo dije directamente —dice, mientras desvía su avergonzada mirada.

—Yo también —digo, con sinceridad—. Siempre quise tener una hermana y ahora ya la tengo.

Ambas sonreímos y a pesar de no compartir la misma sangre, tenemos un vínculo fuerte, una hermandad con la que nadie podría competir.

—Así que, como ya somos hermanas —continúa Tessa, mostrando una sonrisa tranquilizadora—, puedes contarme lo que quieras. Y si no quieres que lo comente con nadie más, no lo haré, ni siquiera con Elías.

Reconsidero lo que iba a decir unos momentos atrás. Pienso en la relación que tengo ahora con ella, pero también recuerdo lo unidos que son Elías y su hermana. Y una parte de mí sabe que no puede hacerles esto. Pero aunque no pueda decirle todo a Tessa, hay algunas cosas que si puedo compartir con ella.

—Tengo miedo —admito—. No quiero que Elías muera, pero yo tampoco quiero morir.

Su rostro se palidece al instante. Quizá no debí ser tan directa.

—¿Por qué morirías tú?

—Solo es un decir —miento.

Ella toma mi mano con firmeza. Es de la posible muerte de su hermano de la que estamos hablando, ella también está sufriendo y apuesto a que está muy asustada, pero eso no la detiene para consolarme y brindarme su apoyo mientras me desmorono ante ella.

—Estaremos bien.

Ella no dice que Elías sobrevivirá, porque sabemos que las posibilidades de que lo haga son escasas, y aunque no ha perdido la esperanza, no puede seguir siendo tan positiva. Tampoco recalca que yo no moriré, porque nadie sabe realmente cuando se nos acabará el tiempo. Pero esa simple frase es todo lo que necesio oír, porque al final, sea cual sea el resultado, los que sobrevivan van a estar bien.

—Gracias.

—Somos familia, siempre estaremos los unos para los otros, no lo olvides.

—No lo haré.

Un auto se estaciona en la acera frente a nosotras, dejando ver a un revoltoso cabello oscuro detrás del volante.

—Ya pueden subirse —dice Nolan desde dentro del auto.

Las dos subimos y recorremos lentamente las calles de la ciudad. Mi departamento queda bastante cerca del hospital, por lo que solo tardamos algunos minutos en llegar.

—¿Estás segura de que no quieres que me quede? —pregunta Tessa.

—No te preocupes, estaré bien, solo voy a tomar una buena siesta —explico, bajándome del auto—. Ustedes vuelvan con Elías y con la señora Ivette, los necesitan más que yo.

—Bien —acepta Tessa, aunque no muy convencida—. Llamanos si ocurre algo, ¿de acuerdo?

Asiento. Esta pasando de todo ahora, pero ya he llegado a un punto en el que contarles todo ha dejado de ser una opción. 

 

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Notas Para Elías #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora