4 temporada

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Una de las principales ventajas de permanecer en vela a las 3 y 27 minutos de la mañana, era el aparente aumento de la capacidad auditiva que el ser humano decía sufrir ante el abanico de sonidos particulares que atestaban la noche.

En más de seis horas de desvelo, Iván había podido discernir el canto de tres aves distintas, el silbido el viento danzando con las hojas de los árboles y cierto impacto retumbante y sorpresivo asociado por experiencia propia a la aplicación de una fuerza desmedida en el cierre de una puerta. En un intento de probar su delicada paciencia, se habia percatado, no sin cierta frustración, de los murmullos audibles que acompañaban a los sueños de Roque y la exasperante y no por ello menos típica costumbre de Marcos de roncar por la noche. Y todo ello debido al dios del sueño: Ivan Noiret no podia dormir.

Sabía que sus opciones eran pocas y todas ellas ya barajadas. Había probado el ejercicio físico, la lectura y hasta a contar ovejas, pero ninguna de las alternativas en las que había pensado se habia convertido en la solución definitiva a su insonmio puntual.

Las flexiones con las que habia tratado de cansar a su cuerpo, tan sólo habían servido para hacerle sentir un puzante y molesto cosquilleo en brazos y piernas, al que se atrevía a llamar agujetas. Sus dos únicas ofertas de lectura, se reducían a los libros del colegio y el cuento infantil que Macos había leido a Paula esa misma noche. Las ovejas, por su parte, tampoco habían funcionado: al llegar al ovino número 149, el rebaño, junto a Morfeo, habían salido despavoridos.

En definitiva, los caminos a tomar se reducían a dos: o continuaba dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño, o se levantaba, tentando a la suerte de ser descubierto, y trataba de buscar algun tipo de distraccion.

La respuesta llegó, como clave inspiradora, en boca de Roque.

-Julia- titubeó, entre susurros, con cara sonriente.

Iván abrió los ojos desmesuradamente, miró a Roque, quien continuaba dormido, y con gesto de asco decidió levantarse.

Procurando no hacer ruido, comenzó a divagar por el colegio agradecido por la luz que los focos situados en los pasillos le proporcionaba. Al pasar por delante de la puerta del baño, el más cercano a su dormitorio, se planteó el hecho de ocultarse en uno de sus cubículos y cómo en tantas ocasiones fumarse un cigarrillo que le relajara. Abriendo la puerta con sumo cuidado, asomó la cabeza lentamente, y recorriendo la estancia con la mirada, se cercioró que no había nadie.

- ¡Por fin solo!- susurró.

Pero se equivocaba.

- ¿Iván, qué haces aquí?.

Dando un respingo, Iván cerró la puerta del baño haciendo que su pie izquierdo fuera el primero en sentir el brusco y repentino golpe sobre su piel desnuda. Maldiciendo por lo bajo, cogió el pie con ambas manos y comenzó masajearlo manteniendo torpemente el equilibrio.

- ¡Joder, Casper!. ¿Qué pasa?, ¿quieres matarme?. ¿ No tienes suficiente con tus amiguitos los fantasmas?.

Julio hizo un mohín con la boca, y mirando fijamente a Iván, negó con la cabeza.

-¡Imbécil! - exclamó, mientras se daba la vuelta dispuesta a irse.

Iván resoplo, impaciente, cogiéndola del brazo.

-¡Espera!. ¿Qué haces despierta?

- Admirando el paisaje, no te jodes... Dejame, tengo sueño.

Julia intentó soltarse, pero Iván no la dejó.

- Ayer no me decías lo mismo - murmuró, acercando a la joven hacia su cuerpo - ¿Qué pasa?, ¿que ahora te da miedo estar conmigo?.

Julia desvió la mirada e Iván torció la sonrisa.

- ¿No dices nada?

- ¡Déjame! -volvió a repetir la chica- No podemos estar aquí. Podría vernos cualquiera y no me apetece otra semana de cuadras.

Iván aflojó su agarre, y sin soltarla, la miró fijamente a los ojos.

-Tienes razón...

Y antes de que Julia pudiera reaccionar, abrió la puerta del baño con una mano y con la otra arrastró a Julia junto a él hacia su interior. Acoplando a la chica contra la pared, pegó su cuerpo al de ella, y con sonrisa divertida, acercó su boca al oido de la joven.

- Somo reincidentes, ¿eh?. Siempre acabamos en el baño- susurró.

- ¡Idiota! - contestó Julia, dándole un golpe en el brazo- ¿Qué coño haces?.

Hacerte caso. Aquí no puede vernos nadie – explicó, con simpleza - ¿No me digas que no te gusta este lugar?. Con la de momentos tan bonitos que hemos pasado aquí...- se burló.

Julia entrecerró los ojos, dedicándole una mirada furiosa.

-¡Estúpido!. ¡Suéltame! -le exigió- Es de noche. ¿No tienes nada mejor que hacer?.

Iván fingió meditarlo durante unos segundos.

- Sí.

Y entonces, la besó.

Sin avisos ni preguntas.

Bajó su mano hasta su cintura, rodeándola firmemente, y atrapó sus labios con crudeza sintiendo como poco a poco la resistencia inicial de Julia se reducía. La chica gruñó, tratando de alejarle; empujando su torso en el breve espacio, apenas milímetros, que existía entre el cuerpo de Iván y el suyo. Pero fue en vano. Iván profundizó su beso, abarcando toda su boca, haciendo que Julia olvidase su objetivo y cerrase los ojos respondiendo a sus violentas caricias. Envolviendo su cuello, Julia recorrió con la lengua su labio inferior y sintió cómo Iván ceñía su pecho con la mano. La chica arqueó la espalda, y ajustando su cadera a la de Iván, perfectamente sincronizadas, dejó que sus manos se perdieran en el pelo del chico.

A fuera, las primeras gotas de lluvía repicaban contra las ventanas, y los truenos, cada vez más feroces y cercanos, iluminaban intermitentemente las paredes de azulejo blanco.

Julia tembló cuando Iván se separó lentamente de ella, y sin apartar las manos de su cuerpo, la miró intensamente a los ojos. Podía escuchar su corazón, o tal vez fuese el de ella; rápido, vivo, expectante. Podía sentir su respiración, el aire de su boca entremezclado con el suyo propio, rozando su rostro.

Un haz de luz, brillante y azulado, iluminó la cara de Iván resaltando su sonrisa.

Y para sorpresa de ambos, la acarició.

Apoyó su antebrazo sobre la cabeza de Julia, y sin apartar los ojos de ella, recorrió su cuerpo pausadamente rozándole la mejilla en una caricia breve y sutil. El delirio impulsivo de sus besos, la posesión firme de su agarre, en contraste con aquella delicada caricia.

- Sí, definitivamente hay cosas muchos mejores que podría hacer.

Julia bajó la mirada, y sin que Iván se lo impidiera, salió del cuarto de baño con las mejillas sonrosadas y la respiración vibrante. Sin borrar la sonrisa de su rostro, Iván miró de reojo el reflejo que el espejo situado en frente le devolvía. En su mente, preguntas que no quería contestar, reproches que no quería entender; una promesa velada, que sabía, tarde o temprano no tardaría en cumplir. Y la certeza de que aquella noche, no podría dormir.

Relatos JulivanistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora