...no entiendo tu rollito cazafantasmas...

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Iván tiene 4 años. Está sentado sobre la alfombra del salón. Sus pies descalzos, se cobijan entre los pliegues de lana rojiza y el pijama de Spiderman resulta discordante con el blanco roto del sofá. Sostiene entre manos un tazón con la cara sonriente de Winnie de Pooh y los restos de la última galleta con forma de tiranosaurio han quedado pulcramente ocultos debajo de la mesa ratona.

Iván se bebe la leche, chupa el chocolate que se desliza, perezoso, a lo largo de la cuchara y mira fijamente a la pantalla de televisión. Su serie favorita, acaba de comenzar.

-¡Mamá!-grita-Los cazafantasmas.

Iván tararea la canción con una sonrisa. Le gustan Los Cazafantasmas. "Son los mejores dibus del mundo mundial". Y por supuesto, de mayor, quiere ser como ellos.

Para Iván, el télefono ha dejado de llamarse teléfono (ahora es Ansa-Phone), la televisión ha dejado de llamarse televisión (ahora es Skelevisión) y el BMW de su padre ha dejado de ser "el coche más grande, más caro y más rápido de la tierra", para ser denominado, simplemente, Cazacarcacha. Y la principal característica que dota a todos ellos de semejante particularidad es su don parlante.

La cama de Iván esta adornada por una colcha de color negro con un fantasma níveo y bonachón en el centro. El mismo dibujo se reflja en el póster que recubre gran parte de la pared frontal de su dormitorio y en la camiseta que Iván se empeñó en llevar puesta durante una semana seguida ante el temor de que la lavadora pudiera comérsela.

Aunque Iván lo ignore, Valentina no puede evitar alarmarse cada vez que sorpende a su hijo interrogando a la cocinera sobre sus viajes en el tiempo o charlando animadamente con Rony, el periquito, que según Iván es un muerciélago de color rosa con cara de cerdo.

-Cosas de crios - responde su marido, por la noche, cuando le plantea sus temores durante la cena.

Valentina asiente, más tranquila.

Iván jamás a utilizado la sábana de su cama como capa ni ha simulado una muerte agónica ante la kriptonita. No desea tener un Batmóvil ni tampoco convertirse en una antorcha humana. Nunca se ha pintado la cara de verde ni ha sido picado por ningún arácnido. Sin embargo, todas las noches, en ese plácido y sosegado espacio que supone la duermevela; sueña, desea y anhela convertirse en el nuevo Jake Kong y liberar al mundo del despiado Premier Malvado.

12 años después, Iván habrá olvidado este propósito. No recordará a ninguno de sus protagonistas ni tendrá apenas retazos de los capítulos que cada mañana, obsesivamente y de manera puntual, analiza con esmero. El teléfono habrá vuelto a ser teléfono, la televisión habrá vuelto a ser televisión y el BMW de su padre habrá sido sustituido por un todoterreno verde.

Sin embargo, 12 años después, si Valentina siguiese viva, tendría motivos para preocuparse.

Porque la veneración que Iván destila por aquellos hombres, leyendas del mundo etéreo, encargados de divulgar el orden y la paz entre los no vivos, seguirá manteniéndose vigente aunque centrada sobre una mujer, de ojos verdes y un cuerpo mucho más atrayente que el de Tracey el Gorila.

Iván ya no querrá ser cazafantasmas. Habrá sido cazado por uno.

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