Capítulo III.

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Realmente loca.

PERO QUE VIVAN LOS HOMBRES (Enzo Vogrincic y Matías Recalt)






—La concha de mi madre —masculló entre dientes mientras sujetaba con fuerza el paraguas, caminando totalmente solo por las aceras que lo conducían hasta el complejo donde vivía—. La puta madre, Matías. Veintidós años y sos un rompe bolas, en serio.

Su monólogo había quedado totalmente atorado en su garganta cuando alzó la mirada para cruzar la calle que daba hacia el complejo donde vivía, topándose con la imagen de Fernández tirando todas sus cosas a la calle.

—Mierda.

Apenas había salido del trabajo y no tenía ni la mitad de lo que debía, pero tenía algo y era con lo que planeaba pagar y pedir más tiempo, un sinvergüenza quizá, pero necesitaba ese lugar por más pequeño que fuera, necesitaba donde vivir.

Cuando los carros dejaron de pasar, corrió por la acera mojada hasta estar frente al complejo y ver todas sus cosas totalmente tiradas frente a él, como si fuera una completa basura, bueno, para Fernández lo era.

—¿Qué mierda está pasando aquí? —escupió sin limitarse a su vocabulario.

—¿Qué mierda? Pasaron dos semanas, Bianchi. El tiempo se acabó y vos no me entregaste la plata que me debías, lo siento mucho.

¿Lo siente mucho? Lo siente una mierda, pensó mientras miraba todas sus cosas empaparse bajo el agua.

—Traía la plata, Fernández. ¿No me podías esperar a que viniera? Me mandas a la mierda de una vez —exclamó mientras intentaba levantar lo poco que se podía salvar del suelo.

—¿Completa?

—No ganó toneladas, lo sabes. —gruñó mientras levantaba la mirada desde donde estaba para mirarlo con rabia.

—De nada te iba a servir. Recoge tus cosas y vete.

Los pasos alejándose solo lo hicieron enfurecerse aún más, apretando sus dedos alrededor de la ropa mojada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y la rabia consumía todo su sistema de una vez.

Quería llorar y gritar por lo frustrado y enojado que se sentía, gritarle al cielo y rogar por una explicación sobre lo complicada que estaba siendo su vida, la mierda de vida que llevaba. Sus manos se interpusieron en su campo de visión, había sufrido quemaduras, como si sus manos jamás estuvieron hechas para ese tipo de vida y su cuerpo parecía resentirlo, sin embargo, no había respuesta a sus dudas.

El trueno que sucumbió el cielo lo hizo estremecerse cuando algo golpeó contra su cabeza y no precisamente algo material, era un recuerdo, demasiado borroso para considerarlo uno. Unas risas inundaban su mente junto a una imagen difícil de ver con claridad. La risa parecía tan genuina y llena de felicidad pura.

Sacudió su cabeza alejando eso, su vida no era feliz y precisamente no había felicidad en su vida. Guardo la poca ropa o lo que pudo rescatar en una mochila antes de colgarla sobre su hombro y sacar el sobre donde llevaba el dinero, tirándolo al suelo antes de lanzar una mirada llena de rabia hacia el complejo.

—¡Podes irte a la mierda, Fernández! —gritó antes de alzar su dedo corazón. Totalmente molesto.

[...]

La lluvia ya había cesado, era lo menos que esperaba mientras avanzaba por las calles. Sus pies prácticamente se arrastraban contra el suelo por lo cansado que estaba, lo único que deseaba era estar en una cómoda cama y durmiendo plácidamente, pero su realidad era otra. Una completamente distinta a la de su fantasía.

Un corazón de mentiras (LIBRO #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora