Capítulo XIII.

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Enzo.

El sonido de las llantas chillando contra el pavimento me siguen antes de verlo desaparecer y quedarme ahí, arrodillado mientras lo veo sangrar en mis brazos. Frío. Muerto.

Mis ojos se abren de golpe cuando recobró la consciencia y un gruñido se escapa de mis labios mientras echó la cabeza hacia atrás y me doy cuenta que estoy sobre mi cama, el sudor pega algunos mechones de mi pelo en mi frente y siento como el dolor me consume poco a poco, un tanto tolerable.

Me incorporo sobre la cama y gruño antes de mirar la notable mancha de sangre que hay en un costado de mi camisa, mi mano va hasta ella y la toco, hay una venda debajo que evita un poco el sangrado pero eso no evita que duela. La puerta de abre y me deja ver el cabello castaño que se asoma sobre ella.

—Quédate quieto, Vogrincic. —el regaño sale de lo mas natural y mi mirada va hasta Esteban que ingresa con un maletín.

—Maldita sea, ¿qué mierda paso?

Me desabrocho la camisa para que él tenga un mejor acceso a la herida antes de tomar asiento de nuevo en la cama y me recuesto para que él pueda verla mejor, Esteban coloca el maletín a un costado y lo abre antes de tomar los guantes estériles.

—Alguien les disparo —contesto como si eso no fuera lo más obvio—. Encontraron el arma a unos metros de la propiedad y unos metros allá, encontraron a un hombre muerto. Carajo, vos tenes la vida llena de muertes.

Esteban era un excelente médico cirujano y cardiólogo, nos habíamos conocido en la universidad, era dos años mayor que yo pero eso jamás fue impedimento para que nos lleváramos bien, incluso nuestras culturas tampoco interfirieron demasiado, era dueño de algunos hospitales importantes y un importante y reconocido cirujano.

—¿Querés que te pida perdón por eso? —masculle y lo escuché reír.

—No traje anestesia así que vas a tener que soportar esto, pelotudo —me miró—. Te lo mereces. Tuve que dejar a Fran solo en casa por venir a tu rescate una vez más.

Rodé los ojos, un gruñido salió de mis labios cuando Esteban se situó cerca de la herida antes de desinfectarla y sacar la bala para comenzar a suturarla. Sería irritable y doloroso sin anestesia pero no había otra forma de que me sacara de esta, ya lo había hecho una vez. Hace casi ocho meses atrás.

Y ahora lo hacía de nuevo.

Aún recuerdo vívidamente el sonido de ese disparo y la rabia no hacía más que sólo incrementar en mi sistema, ¿quién? ¿Por qué?

El solo pensar que podía haberlo perdido una vez más me carcome el alma, me consume entero y hace que la rabia solo crezca dentro de mi como algo incontrolable. No podía darme el lujo de perderlo dos veces. No hoy, no jamás. Matías me pertenecía y yo estaba dispuesto a entregar mi vida por él, una vez más.

—Haré que interroguen a cada persona en este maldito país —murmure antes de jadear cuando la aguja me atravesó.

—¿Estas seguro que no intento dispararte? Quiero decir...nos encargamos de eso, no lo sé. ¿Sospechas de él? —murmuro mientras miraba mi herida—. ¿Qué estabas a punto de decirle?

Mi mirada fue hasta Esteban, el argentino arqueó una ceja mientras me lanzaba una mirada rápida mientras terminaba de suturar la herida. Yo suspiré profundamente y cerré mis ojos, tragué con fuerza.

—La verdad.

Escuché su risa, llena de burla mientras negaba y yo jadeaba al sentir las punzadas de la herida.

—¿Cómo está?

—Tuve que sedarlo —respondió—. Tuvo un ataque de pánico cuando te vio en el suelo sangrando. No le pasó nada, salvo unos moretones y un poco de suciedad, él está bien. ¿Sigue en pie decírselo?

Un corazón de mentiras (LIBRO #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora