︿︿︿︿︿︿︿︿︿︿︿
│ │ │ │. ;; [💙] ', -
│ │ │ ✧
│ │ ◆
│ ✧
◆
Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
欲やエゴは殺して土に埋め Yoku ya EGO wa koroshitetsuchi ni ume
ビターチョコデコレーション BITĀ CHOKO DEKORĒSHON
僕は大人にやっとなったよママ Boku wa otona ni yatto natta yo MAMA
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¿Recuerdas cuando eras un niño y te enamorabas? Un amor puro, inocente y sin malicia. No sabías nada del amor, pero lo sentías. Era un amor que te hacía sonreír sin saber porqué, que te hacía sentir vivo y feliz. Era un amor que te permitía soñar con un futuro juntos, y que te hacía sentir que nada más importaba. Era un amor que te permitía sentir que todo era posible. Y lo mejor de todo, era un amor que te permitía ser tú mismo. Un amor que te hacía sentir que podías ser cualquier cosa, y que no importaba si el mundo lo cuestionaba, porque tenías a alguien que te apoyaba y te amaba por ser quien eras. Era un amor que te hacía sentir que no estabas solo en este mundo, y que todo iba a estar bien. Un amor infantil.
En los días radiantes de la infancia en Mondstadt, dos niños descubrían la magia de la amistad en medio de praderas verdes y cielos despejados. El pelirrojo, con su cabello ardiente como las llamas del atardecer, y el peli-azul, con mechones de tonos celestes que reflejaban la pureza del cielo, jugaban entre las flores silvestres.
Diluc, llevaba una camiseta roja y pantalones cortos de color blanco, siempre dispuesto a aventurarse en terrenos desconocidos. Mientras tanto, el peli-azul prefería la comodidad de su camisa negra y pantalones a juego.
Mientras se correteaban entre los arbustos, el de piel blanquecina se detuvo mientras miraba hacia arriba, el moreno, curioso, se acercó a él.
—¡Mira, Kaeya! Encontré un nido de pájaros. —Apuntó con su dedo hacia una rama que se encontraba al fácil alcance de ambos menores.
—¡Que bonito! —Se acercó lentamente y vio que sobre la rama, había un nido con tres huevos dentro en perfecto estado—. ¡Hay tres huevos! —comentó entre risas— ¿Le podemos mostrar al señor Crepus?
—Recuerda lo que pasó la última vez... ¡No quiero terminar con mis piernas llenas de picaduras otra vez por esos pájaros! —Tras pensarlo un buen rato, el de ojos rubíes volvió a hablar—. ¡Vamos a buscar palitos y hojas para construirles un refugio!