7. SAMUEL

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Las ocho horas de vuelo las pasé casi todas durmiendo. Estaba agotado física y mentalmente. No podía creer que me hubieran dado un respiro, aunque sabía que Adam tenía contactos en todas partes y qué seguramente me estarían vigilando. Pero me daba igual si con ello podía abrazar a mi madre y me olvidaba por unos días de toda esa mierda en la que me había metido. No dejaba de pensar en todo el sufrimiento que había pasado y las horas interminables y agotadoras trabajando en esos sitios: pasando droga, metiéndome esa porquería y follando con aquellas chicas con las que no lo hubiera hecho en siglos; pero cuando vas colocado ves el mundo de otra manera y esas chicas te hacen ver el cielo sin estar consciente. Era necesario meterme todo aquello si no, no hubiera podido seguir sus órdenes ni hacer todo lo que hice. Por suerte, sabía cuándo parar y no me enganché, aunque a veces lo necesitaba para respirar un poco y seguir y siempre llevaba algo encima. No me quedaba nada por lo que luchar, pero mi madre me necesitaba como yo a ella y en aquel momento su abrazo sería lo que más me reconfortaría. Lo anhelaba tanto como beber cuando tenía sed. Selene, había sido otro motivo, pero no quería saber nada de mí y seguramente no iba a volver a verla, así que necesitaba no pensar en ella, necesitaba no decaer porque si no, volvería al mismo agujero y mi vida se iría al traste en cualquier momento. Las personas somos fuertes cuando estamos enamoradas y ese amor es correspondido. Sabes que estáis unidos y nada ni nadie os puede separar, pero no es así. En un segundo se puede ir todo a la mierda y joder si lo sabía bien. Aquel bebé hubiera sido nuestra vida entera y hubiéramos sido felices por siempre jamás. Lo estropeé hasta tal punto de morir por dentro, porqué la abandoné y ella se derrumbó, pero yo morí con ella. Desde aquel momento en que Adam me chantajeó me dio igual todo, porque ya no estaba a su lado, porque fui un cobarde y los cobardes no merecen otra cosa que sufrir, y yo, había sufrido, y lo seguía haciendo.

Necesitaba ver a mi madre, abrazarla y sentir su olor hasta que esa angustia desapareciera de mi pecho. Necesitaba respirar, necesitaba su beso en la frente y sentarme con ella simplemente a tomar un café; observar lo guapa que era, lo bien que se conservaba a pesar de sus sesenta y dos años y hablar con ella durante horas: solo escuchándola, sin hablar.

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Cuando entré en el restaurante la vi, estaba rodeada por varios chicos y les estaba explicando como colocar los centros con flores y los adornos para la inauguración. Ella, no se percató de mi presencia, entonces fui directo hacia donde estaba y la abracé por la espalda, la abracé tan fuerte que sentí como su estómago se inflaba con una de sus sonrisas.

— Caro mío - pronunció con ese acento tan italiano y que tanto echaba de menos. - Has venido. Benvenuto, amore mío.

— Ciao, mamma. - dije dándole un suave beso en la cabeza.

Ella se dio la vuelta y me abrazó fuerte: respiré su aroma, respiré mi infancia y respiré ese amor maternal que tanto necesitaba. Su cabello estaba más rubio desde la última vez que la vi, pero conservaba su silueta y esa sonrisa tan maravillosa que la caracterizaba. No sé cómo había podido estar tantos años sin verla. Las arrugas de la frente y de los ojos se le empezaban a marcar un poco más, pero estaba igual de hermosa. El olor a hogar inundó mis fosas nasales y agradecí a Adam, aunque no se lo mereciera, por haberme dejado viajar solo para verla: había merecido la pena.

— ¿Cómo estás, tesoro? - preguntó mientras sus nudillos acariciaban mi cara.

— Cansado – dije un poco apagado – pero feliz de verte y con ganas de ver todo lo que tienes aquí montado.

— Cariño, sube y descansa un poco, la inauguración no es hasta las ocho de la tarde.

— Grazie, mamma. - a ella le encantaba que le hablara en italiano, aunque ella intentaba lo mejor que podía hablarme en español, ya que lo estaba aprendiendo.

La casa de mi madre se encontraba arriba del restaurante: era un piso muy amplio y con una luz impresionante. Tenía cuatro habitaciones, dos cuartos de baño, el salón era enorme con unos ventanales desde donde se podía observar toda la plaza sin salir al balcón y una cocina bastante amplia. Pero lo mejor era que olía a ella, a mi hogar y a todo lo que necesitaba en aquel momento. Me di una ducha y me acosté un rato, todavía eran las cinco de la tarde así que tenía tres horas para poder descansar. Cuando me levanté eran pasadas las siete y media, entonces me vestí, pero no lo hice de traje como solía ir en Nueva York, ya que aparte de que mi trabajo lo requería, Adam también era muy explícito a la hora de que me vistiera. Me puse unos vaqueros negros, un polo blanco y unas converse, también me dieron ganas de meterme aquel polvo blanco por la nariz, pero no lo hice, no con mi madre allí, no en aquel momento en el que ella me necesitaba y yo la necesitaba a ella. Al abrir la puerta me quedé pasmado: había mucha gente esperando fuera, la brisa era más fresca, ya se notaba que estábamos a finales de agosto y no hacía tanto calor y el olor que se respiraba a especias, tomate y queso era espectacular; estaba en casa, y eso, aunque estuviera muy abatido, me reconfortaba. Entré casi dándome trompazos con la gente que esperaba para entrar, la gente me observaba y hablaba, supongo que pensaban que me estaba colando, hasta que por fin entré. Los camareros empezaron a servir los canapés y las bebidas encima de la mesa y la gente empezó a colarse allí dentro. Fui hasta la barra y me apoyé en ella para no interferir en el trabajo de los camareros, no pensaba sentarme en esas mesas, esperaría en la barra y me tomaría algo allí junto a mi madre. Pedí un Martini blanco, me senté en el taburete de madera y me percaté de lo hermosa que estaba mi madre, de lo bien que le había ido todo aquel tiempo y de lo importante que era para mí. No se merecía un hijo como yo que la hiciera sufrir tanto. Me di la vuelta para mirar bien todo el restaurante, para ver qué bien había quedado y del buen trabajo que había hecho mi madre con él, pero mi espalda chocó contra otra espalda que estaba detrás de mí, fui a darme la vuelta para pedirle disculpas y entonces su olor me atrapó por completo. No quería darme la vuelta, seguramente estaba equivocado, pero me la di y entonces la vi, allí, enfrente de mí, observándome con detenimiento. Sus ojos volaron hasta mis labios, pero los apartó de inmediato. Estaba hermosa y más bronceada: su piel brillaba y su pelo caoba caía en cascada por los lados de aquel escote que era imposible no contemplar. Le ofrecí mi mejor sonrisa, pero ella hizo una mueca de desagrado y enarcó una ceja.

— Hola – dije en un tono amable.

— ¿Qué haces aquí, Samuel? - su voz parecía romperse al pronunciar mi nombre.

— Supongo que lo mismo que tú. - levanté los hombros, inspiré y luego fui soltando el aire poco a poco. Joder, estaba preciosa y mis ojos permanecieron pegados a los suyos sin poder apartarlos.

— Pensaba que tu amo no te dejaría venir; es más, estaba convencida, por eso vine, pero ahora veo que fue un error. - intentó marcharse, pero yo la cogí del brazo.

— Selene, por favor, ¿podemos al menos fingir que estamos bien y no estropearle la noche a mi madre? No creo que se lo merezca.

— No, no se lo merece, pero tú tampoco mereces estar a mi lado, así que me marcho.

— Selene, podemos comportarnos como dos adultos y ser comprensivos con ella o tirarnos de los pelos y gritar aquí mismo que nos odiamos, pero creo que lo más sensato es la primera opción ¿no crees?

Ella curvó sus labios y asintió marchándose al otro extremo de la barra. Intenté despejar mi mente, olvidarme de que estaba allí, aunque no quisiera. Solo lo hacía por ella para que no se sintiera incómoda, no quería hacérselo pasar más mal de lo que ya lo hice. No podía, pero mis ojos al final me llevaban otra vez a ella, a ese vestido color naranja que llevaba y que marcaba todas sus curvas: los zapatos de plataforma resaltaban sus piernas largas y ese pintalabios como siempre, me volvía loco. La noche transcurrió sin acercamientos por parte de los dos, pero yo no dejaba de observarla y de vez en cuando la pillaba mirándome, aunque fuera de reojo. No había probado bocado, ni yo tampoco, pero sí que la vi beber vino y yo casi me termino la botella de Martini observándola con detenimiento. Tenía que hablar con ella, tenía que buscar la oportunidad de poder tener esa conversación que tanto daño nos hizo. No pensaba encontrarla allí, pero estaba, y era la oportunidad perfecta para hacerla entender que seguía amándola. Sabía que lo nuestro era imposible, yo estaba metido en demasiados líos y ella, necesitaba estar lejos de mí, pero al menos hablaría con ella, le pediría perdón e intentaría que no me siguiera odiando. 

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora