20. SAMUEL

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Había tardado mucho en sacar el billete de avión ya que estaba ultimando los detalles de la compra de mi apartamento con una pareja que se había mudado hacía muy poco a Nueva York. No sabía si iba a llegar a la boda y gracias a dios y a esos dos chicos tan raros, amigos de Selene, pude llegar al baile e ir más o menos decente: sin dormir, pero decente. Tengo que decir que el esmoquin me quedaba como un guante y no es por presumir, es porque esos dos no se habían equivocado con la talla que era lo que más miedo me daba, aunque sospecho que ciertas brujitas estaban detrás de eso.

Cuando entré en la sala, intenté que no me viera: bailaba agarrada a su padre y era una imagen muy tierna. Estaba preciosa: llevaba un vestido color champán, liso hasta los pies, se anudaba al cuello y tenía la espalda descubierta hasta casi el inicio de su precioso trasero. Había aumentado de peso y estaba realmente hermosa, como nunca la había visto. Selene, es una mujer preciosa, pero en aquel momento estaba radiante: su pelo caoba ondeaba ondulado detrás de la espalda y su cara era de un color rojo intenso a causa del calor que hacía en aquella sala. Aquella noche estaba radiante, pero sus ojos parecían tristes, hasta que su padre me la entregó y me miró fijamente.

— Sam...

Esos labios con aquel color que tanto nos gustaba a ambos se abrieron para pronunciar mi nombre entre emocionada y cansada. El cansancio que proyectaban sus ojos parecía haber desaparecido un poco cuando sus labios se abrieron para mostrarme aquella sonrisa tan perfecta.

— Hola, preciosa. - mis ganas de besarla eran inmensas, pero me daba miedo estropear su maquillaje, aunque a ella eso le dio igual porque se abalanzó sobre mí y me besó intensamente. No me opuse, no. Yo tenía tantas ganas como ella y no solo de besarla si no de tenerla dentro de mí, de sentir su piel y saborear cada centímetro de su cuerpo. Estaba muy cansado, pero ya tendría tiempo de dormir: mi chica era primero y ambos necesitábamos esa atención. Cuando se apartó de mí, jadeaba y sollozaba al mismo tiempo.

— Bella mía, ¿estás bien? - pregunté un poco asustado. ¿Quieres que nos sentemos?

— Que, ¿qué haces aquí? - preguntó sorprendida.

— ¿No te alegras de verme?

— Pues claro que me alegro de verte ¿Qué pregunta es esa? - me abrazó con fuerza y eso me dio fuerzas para sentirme seguro en aquel lugar donde para mí era el hogar que nunca tuve.

Ella me abrazó y yo la invité a salir al jardín. Ya estaba anocheciendo y la luna creciente apenas acababa de salir. Al fondo, había un balancín y nos sentamos en él.

— ¿Tienes frío? - le pregunté, pues parecía que sus dientes empezaban a castañear un poco.

Ella me miró e hizo el intento de darme una negativa por respuesta. Tenía claro que Selene era de todo menos floja, aunque pareciera frágil, era una mujer fuerte, con un carácter que impresionaba y era capaz de defender a quien fuera con uñas y dientes. Pero al final, afirmó, y sus ojos se encontraron con los míos tan sinceros y llenos de amor que le brillaban con ternura.

— Un poco, la verdad. - me quité la chaqueta y se la puse por encima de los hombros. La noche empezaba a refrescar y se podía notar la fresca brisa que a esas horas ya molestaba. Pero a mí no me importaba tener frío, lo importante es que ella estuviese cómoda y no lo tuviese.

— Te he echado de menos. - dije sujetando sus manos. Tenía la piel suave y sus uñas estaban pintadas de un color marfil que las hacía todavía más delicadas y bonitas.

— Yo sí que te he echado de menos. Tenía muchas ganas de verte Sam y me estaba muriendo de ver a toda esa gente acompañada.

Le sonreí y besé sus dulces labios con delicadeza.

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora