13. SAMUEL

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No sabía dónde me encontraba, no estaba seguro de mi paradero, y es qué, cuando vinieron a por mí ni siquiera rechisté; no podía decir nada, no quería que la encontraran ni que le hicieran daño. Simplemente me arrodillé con las manos detrás de la cabeza y dejé que me golpearan y me llevaran con ellos. La volví a dejar; volví a dejar su risa marcada en mis labios, volví a dejar su aroma impregnado en mi camisa, volví a dejar sus lágrimas marcadas en mi retina, aunque no las pudiera ver, y volví a dejar sus caricias marcadas en mi piel. La volví a dejar sola y me moría por ello, pero había sido por su bien y si ella lo estaba, yo también. Aunque me mataran yo sería feliz si ella estaba a salvo. Durante la media hora que duró mi primer viaje no pude ver nada ya que tenía la cabeza tapada con una especie de saco. No podía pensar más allá de ella y solo me concentraba en respirar. Ni siquiera estaba nervioso: eso ya lo había vivido. Había vivido sus palizas y sus amenazas, así que no me daba miedo, simplemente me dejaría hacer y que me mataran. Mi dolor ya se había consumido por todo el daño que nos habían hecho. Cuando me bajaron del coche, me tiraron al suelo y empezaron a golpearme sin descanso: en la cara, en el estómago, en las costillas... de esas tenía algunas rotas: lo notaba. Al principio el dolor era insoportable, después... después no sentía nada porque todas mis partes estaban dormidas de tanto golpe. Dejé la mente en blanco y ni siquiera pensé en ella. Sabía que estaba a salvo y eso me tranquilizaba.

Mi segunda parada fue en una especie de sótano donde tenían a Atenea atada y muy mal herida. Tenía la cara hinchada, llena de moratones y chorretones de sangre seca en el labio y la nariz. ¡Maldito hijo de puta! ¿Cómo podía hacer algo así? Me lo iba a cargar si no lo hacía él antes conmigo, pero juré que, si salía vivo de allí, eso no quedaría así. Me ataron a otra silla y me pusieron a su lado. Intenté hablar con ella, pero parecía drogada y no podía casi ni moverse. No sé qué coño le habían hecho, llevaba la ropa rasgada y no quería imaginar lo desagradables que habían sido con ella. Atenea no era mala persona, solo era una chica enamorada y muy perdida en la vida y para no querer acabar como su familia lo estaba haciendo bastante mal. Aun así, la veía tan indefensa que me causaba mucha pena y, además, era mi amiga. Me había ayudado y no me había dejado solo en ningún momento y eso se lo debía. Volví a llamarla, pero no respondía: su respiración era bastante pausada. Llegué a atisbar una lágrima que empezaba a caerle por la mejilla. Al menos, sabía que me estaba escuchando y que seguía con vida. A veces me parecía que dejaba de respirar, pero luego veía como su pecho subía y bajaba, y me tranquilizaba.

— ¡Pero mira a quien tenemos aquí: a mi socio y a la putita que me lo jode todo! - gritó Adam abriendo la puerta de un golpe seco y acercándose a nosotros.

— No es que me hayas tratado como a tu socio precisamente, y a Atenea, como una mujer enamorada. - dije mirándolo fijamente a los ojos. Apenas podía abrir el derecho por la hinchazón, pero, aun así, lo miré fijamente.

— Si estuviera enamorada de mí, no me hubiera traicionado. Si solo se mantuviera calladita ya podría considerarla una opción, ya que nunca me ha parecido que tuviera ni medio polvo. No es una mujer que pueda estar conmigo, además, es mi prima y aunque me la haya follado un par de veces no tiene derecho a enamorarse de alguien como yo. No, no es mi tipo. Y en cuanto a ti, te consideraba mi socio y te advertí que no cruzaras la raya con Selene, pero me desobedeciste.

— No sabía que iba a estar en Italia. - intenté justificarme.

— Pero, aun así, te la follaste igualmente. No sé qué tiene esa putilla, pero me gustaría averiguarlo. Debe de ser sabrosa y claro está que tiene más de un polvazo, y aquella noche en el club me la hubiera follado, pero como sé que ha pasado por tus manos ya no me apetece mucho, aunque no lo descarto. Porque cuando la encuentre me las va a tener que pagar de alguna manera y que sea con su cuerpo, es una opción.

— No la tocarás. - dije contundente.

— ¡Oh, ya lo creo que sí! ¿Sabes por qué? Porque tú no estarás vivo para verlo, aunque igual te doy el placer de ver cómo me la follo delante de tu cara y te mueres viendo la imagen de Selene desnuda sobre mí. Si, eso es lo que haré.

Yo me removí inquieto en mi silla y es qué, allí atado, no podía hacer nada; no podía ayudar a Atenea ni podía evitar que cogieran a Selene. Solo necesitaba salir de allí y necesitaba buscar una solución lo antes posible.

— Te estoy hablando - pero yo no lo escuchaba, solo pensaba en cómo salir de allí y como no le hacía caso, vino hacía mí y empezó a golpearme muy fuerte. Caí con la silla y me estampé la cara contra el suelo. Mi mente se nubló y noté como la herida que tenía en la frente empezaba a sangrar de nuevo, pero él no paró y siguió golpeándome más fuerte en las costillas y en el estómago: me estaba desangrando y no iba a resistir mucho. Perdí la conciencia y después de eso no recuerdo nada. Cuando desperté estaba en otro lugar: una especie de iglesia o santuario, atado a un banco de madera, con la ropa llena de sangre y rabiando del dolor. No podía casi moverme, necesitaba ayuda, un médico o alguien que me atendiera o iba a morir. Intenté evadir el dolor, pero la cabeza me ardía y los pinchazos no cesaban. Miré a mi alrededor, pero estaba solo y me asusté, porque eso solo podía significar dos cosas: o se la habían llevado a otro sitio o se la habían cargado, y grité, grité fuerte y empecé a llorar como un niño, porque pensar que habían matado a Atenea por mi culpa me mataba y ya no tenía fuerzas para nada, solo para esperar a que mi hora llegara y pudiera descansar de aquel infierno.

................

Las horas seguían pasando y yo estaba solo, nadie venía a atenderme ni a decirme nada, estaba tan en silencio que me asustaba. No podía casi abrir los ojos, me sentía agotado, derrumbado y sin una pizca de esperanza. Cuando ya llevaba no sé cuántas horas allí tirado como un perro, entraron dos encapuchados y subieron al altar. Allí arriba había una especie de piedra grande de mármol que empezaron a decorar con velas de color blanco. A un lado, colocaron un cuenco donde vertieron un líquido rojo y al otro lado dejaron una especie de puñal. Estaba claro que aquello era un altar para sacrificar a alguien y seguramente sería yo, aunque lo dudaba: yo ya estaba medio muerto. Después de arreglarlo todo y encender una especie de incienso que olía como el culo, se volvieron a largar y volví a estar solo. Mi cabeza empezó a pensar y en ella solo aparecía Selene. Me hubiera gustado despedirme de ella, decirle cuanto la amaba y decirle que le estaría eternamente agradecido por haberme salvado de mi soledad, de divagar sin rumbo fijo hacía ningún sitio, de estar dando vueltas sin sentirme parte de algo: de alguien. Cuando ella apareció, lo hizo para cambiar mi vida, hasta que lo volví a estropear. Y lo había vuelto a fastidiar: desapareciendo otra vez, y sé que estaría sufriendo y eso me mataba, pero al menos, no me vería morir. La imaginaba feliz, con esa sonrisa que derrumbaba muros, con esos ojos que brillaban más que el sol y con esa piel blanca que hacía un contraste perfecto con la mía algo más bronceada. Me gustaba verla feliz y sé que en ese mismo instante no lo estaría, tal vez me volvía a odiar, pero yo quería imaginármela feliz para poder morir tranquilo.

Morir, esa palabra no me daba ningún miedo en las circunstancias en las que me encontraba: prefería morir a ver tanto sufrimiento. Prefería morir a ver como ese malnacido le ponía una mano encima y prefería morir si con ello evitaba todo el mal que le pudieran hacer.

Morir en aquel momento, para mí, era una salvación. 

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora