5. SAMUEL

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Estaba nervioso, pero cuando me encontré con sus ojos en la distancia empecé a tranquilizarme. A medida que me acercaba la veía todavía más hermosa; su cara era todo lo que había querido ver durante todo el maldito día: un día que se me había hecho eterno desde que Adam me dijo que iba a cenar con ella. Sus mejillas estaban sonrosadas y sus labios estaban pintados de ese color rojo que me volvía loco. No había más rastro de maquillaje; es más, no le había hecho falta nunca, porque era preciosa así, tal cual. Me adelanté a Adam que como siempre quería fastidiarme como fuera, pero esta vez me adelanté y me senté al lado de Selene; llevaba su crema corporal de frutos rojos: se lo notaba, era inconfundible. Me senté a su lado y la saludé con un

— Buenas noches – al que ella respondió fría y distante.

Supongo que no sabía que veníamos a cenar, de lo contrario, no hubiera puesto esa cara ni hubiera mirado así a Adam. Siempre había sentido pánico cuando estábamos juntos, de que saliera de la cárcel y nos hiciera algo, y ese sueño tan horrible se estaba cumpliendo, pero no iba a dejar que nada le pasase. Llevaba un vestido amarillo con margaritas: sus mangas llegaban por encima del codo y el escote era para enterrarse en él y no salir en una semana. La conversación la estaba incomodando tanto como a mí, porque tanto Adam como Atenea en aquel momento estaban incordiando demasiado. El tal Ares no dejaba de mirarla y me estaba poniendo de los nervios. No pudo aguantar y se levantó para ir al baño. Ares, le dijo que la acompañaba y no pude resistirme a responderle. Él no tenía ese derecho sobre ella y si no llega a parar la conversación nos hubiéramos enzarzado en unas palabras que hubieran desatado algo muy complicado. Pero no quería incomodarla, no allí, así que la seguí, necesitaba ese contacto con ella, necesitaba hablar y estar un poco más cerca. No miré a nadie, no hice caso de las miradas de sus amigos y me la sudaba lo que pensara Adam, mi prioridad en aquel momento era hablar con ella. Antes de que entrara la cogí por el brazo y la llevé a un cuarto que había cerca y que parecía ser el de la limpieza. Cuando sus ojos se encontraron con los míos estaban distantes, intenté disculparme, pero ella insistió en que no quería saber nada de mí y en un momento de descuido pegué mis labios a los suyos; no pude evitarlo, la deseaba tanto que mi cuerpo ardía en deseo por besar esa boca tan sumamente apetecible. Se me volvió a escapar, pero sabía que ella lo anhelaba tanto como yo, porque no se soltó enseguida. Luego, después de cenar, con el sabor de sus labios todavía pegado a los míos nos marchamos a una discoteca y me aferré a Atenea para ver su reacción, porque sabía que en el fondo estaba celosa, sabía que seguía amándome. De alguna manera verla enfadar era una adicción para mí, una adicción que me calmaba por dentro porque sabía que se ponía así por verme con ella. Desde la pista la vi pedir una copa tras otra, aquel liquido entraba por su garganta sin descanso, como si se bebiera un litro de agua sin respirar. Su garganta se movía arriba y abajo tragando, mientras me miraba de reojo y maldecía por lo bajini. Se levantó tambaleándose y moviendo sus caderas como una diosa desfilando en el olimpo. Su culo se movía casi al ritmo de mis latidos, no pude aguantar tanta tensión y la volví a seguir. Estaba celosa y eso en el fondo me gustaba porque significaba que todavía seguía importándole. No creía que tuviera nada con el tipo ese, pero solo con verla a su lado me ponía enfermo. En ese momento de debilidad la seguí hasta el baño y me metí dentro con ella, sin pensar en nada ni en nadie. La empotré contra la pared y me la follé como un animal, sin miramientos, sin remordimientos; necesitaba su cuerpo como ella necesitaba el mío, pero aquello no fue amor, aquello fue más bien todo lo que llevábamos retenido dentro, una mezcla de amor, odio, rencor, remordimiento, llanto y mucho dolor. Me aproveché de su borrachera y la llevé a la cima sin importarme que fuera del baño hubiera gente haciendo cola para entrar. Después de mirarme intensamente y mostrarme a través de sus ojos que aquello había sido un error (yo también lo creí) salió disparada como alma que lleva el diablo, se largó de allí sin ni siquiera decir nada a nadie y yo me puse mal, sabía que aquello no había estado bien, pero fue un cumulo de cosas. Verla tan guapa con aquel vestido, sentir su olor y tenerla tan vulnerable a mi lado, me hizo sentir un arrebato y hacerla mía. Llevaba mucho alcohol en mi cuerpo y alguna que otra ralla, así que tampoco estaba en mis cabales, pero ella era todo lo que ocupaba mi mente y en aquel momento la hice mía sin pensar en nada más. No me arrepiento y sé que ella tampoco, porque lo necesitábamos, lo anhelábamos como el aire para respirar. El daño que le hice no tenía perdón, pero al menos la había podido ver una última vez. Adam, me había comentado que quería marcharse en cuanto cerrara el negocio con Eric; había blanqueado mucho dinero con empresas Antonelli y se había forrado a mi costa. Me tenía cogido por los huevos, me amenazó con culpabilizarme de todos sus actos y dijo que si lo traicionaba me mataría, y la mataría a ella también, así que necesitaba pensar claro para poder deshacerme de él y empezar una nueva vida con Selene, eso sí, si llegaba a perdonarme. Sabía que me odiaba, le hice mucho daño y le iba a costar hacerlo. Cuando me fui decidí desconectar; no volver a verla ni hablar con ella me mató, porque sabía que estaba sufriendo, pero nunca imaginé que llegara a ingresar en psiquiatría ni que tomara esas dichosas pastillas para la ansiedad: la ansiedad que tenía por mi culpa y qué, a mí, también me estaba matando por dentro. Cuando llegué al hotel después de aquel encuentro tan desafortunado: lo sentí así porque no fueron las ganas de amarnos si no el cumulo de sentimientos mezclados y una ansiedad irremediable por hacernos daño. Adam me dijo:

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora