22. SAMUEL

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Realmente no sabía que estaba haciendo con mi vida. ¿De verdad merecía la pena todo aquello? ¿De verdad quería destrozar lo que estaba construyendo? Sabía que le iba a hacer mucho daño y que nunca me iba a perdonar, aquello desde luego, no me lo iba a perdonar. Una infidelidad, para Selene, sería lo peor, y no iba a perdonarme nunca más. Pero ¿qué podía hacer? Aquellas acciones ni siquiera me pertenecían, no tenía ningún derecho a perderlas, no podía perderlas. Ese dinero pertenecía a una familia y esa familia no merecía que yo la decepcionara. Él, no querría que yo lo hubiera decepcionado ni dejara que su familia pasara por algo así. Cuando Paolo me dejó en el testamento sus intenciones, para mí no fue ningún reto, al contrario, para mí fue como algo que tenía que hacer: algo que le debía. Ese dinero, esas acciones eran de su familia: de su hijo y de su mujer y si las perdía, ellos lo perdían todo. Gracias a esas acciones que crecían cada vez más, ellos estaban bien y, aunque Laura era enfermera y tenía un trabajo estable, no podía hacer que perdieran lo único que tenían de él. Tal vez si se lo contaba a Selene, ella lo entendería e intentaría buscar una solución conmigo, pero no podía darle más quebraderos de cabeza. Estaba embarazada y no quería darle más causas para estar intranquila. No quería verla sufrir una vez más, porque por mi culpa, lo había hecho mucho, y no se lo merecía. La dejé durmiendo en la cama, tan tranquila, tan bella y tan dulce que mis ojos se llenaron de lágrimas por todo lo que le iba a hacer de nuevo. No tenía ganas de salir de casa y cuando saliera por la puerta sé que en ese mismo instante en que mi pie estuviera un paso más allá, la habría perdido para siempre. Antes de salir de la habitación mi teléfono emitió el sonido de una llamada: era ella y salí para no despertarla.

— ¿Qué quieres? - pregunté de muy mala leche.

Dejar a Selene tendida en la cama observando como dormía para coger el puto teléfono a esa arpía, me había molestado muchísimo.

— Chico, chico, que mal humor tienes por la mañana, querido. Con lo contenta que me he levantado yo. Créeme cuando te digo que me he despertado con las bragas mojadas pensando en ti y estoy muy, muy excitada.

— No me vengas con tus mierdas de zorra barata, que no estoy de humor.

— ¡Oh, venga! Sabes que esta noche me lo vas a agradecer y te vas a sentir un hombre muy afortunado. Estoy deseando sentarme encima de ti y cabalgarte toda la noche.

— No pienses ni por un momento que pasaré la noche contigo. Será un polvo rápido y te irás tan discreta como has venido.

— Estarás todo el tiempo que a mí me apetezca. Que no se te olvide, mi vida, te tengo cogido por los huevos y si quieres recuperar las acciones de esa viuda y de su niñito estúpido, acatarás mis órdenes.

— No te permito...

— No me permites ¿qué? - me interrumpió - Tú me permites lo que yo quiera, príncipe. Nos vemos esta noche: sin juegos ni tonterías, porque a la mínima que vea algo raro, borro tus acciones y te borro a ti del planeta. Por última vez, quedas advertido. - Y colgó el teléfono.

Esa arpía me estaba manipulando y no me quedaba otra cosa que acatar sus órdenes si quería que Laura y su hijo conservaran esas acciones. Mi empresa ya estaba más que destruida. Había podido recuperar mucho dinero perdido gracias a los buenos clientes que tuve una vez, pero solo había recuperado el dinero: ellos ya no querían negocios conmigo y eso fue mucho peor que perder el dinero, porque algunos eran muy buenos amigos, que al final, no lo habían sido tanto. No habían comprendido por todo lo que había pasado ni se habían dignado a ayudarme, así que al final, siempre sabes quien está en las buenas y quien está en las malas. Volví a entrar en la habitación y Selene se había dado la vuelta. Estaba boca abajo con el pelo encima de la cara: se lo aparté y ella suspiro sonriendo. Dios, era tan hermosa que me costaba respirar al verla. Le di un beso suave en la comisura de los labios, aspiré el fantástico olor a manzana que desprendía de su pelo y la dejé que siguiera durmiendo. Fui hasta la cocina y le preparé unos creps con frutos rojos alrededor y dejé el tarro de miel para que se la echara por encima de sus creps: a su gusto, como a ella le encantaba. Le preparé un zumo de naranja recién exprimido y preparé café. Lo dejé en una bandeja en la nevera y puse una nota que apoyé en la jarra de zumo. Salí por la puerta decidido a acabar con mi felicidad, porque tal vez ella, no se enterará nunca de lo que iba a hacer, pero para mí ya no sería lo mismo. Mi corazón se rompería en mil pedazos cada vez que la mirara a la cara: a ella y a mi bebé y no lo iba a soportar. Me paré en el rellano, deslicé los dedos por mi pelo, aspiré el aire fresco de la mañana y subí al coche con decisión. Hasta por la noche no iba a tener el encuentro, pero no quería verla, no quería tener que fingir que estaba feliz cuando no lo estaba. No podía ver su sonrisa y yo aparentar otra sin ganas. No podía acariciarla sin que mi mente se fuera a otro lugar: a uno del que ya no volvería. No quería respirar su perfume otra vez porque ya lo había hecho por última vez y si lo volvía hacer, acabaría confesando y estropeando todo otra vez. No quería mirarla a los ojos y revelar con la mirada mis miedos más terribles. Ella, era la chica más lista que había conocido y con tan solo mirarme sabía cómo me sentía. Mi brujita adorable, mi hechizo de amor, mi brújula cuando me sentía perdido y desde aquel momento: mi pasado más doloroso.

....................

Cuando llegué a la mansión le dije a Andrés que no me molestara nadie, que quería estar solo.

— Señor ¿se encuentra bien? - preguntó con el ceño fruncido.

— Si, no te preocupes. Que no entre nadie en mi despacho, voy a estar todo el día, tengo mucho papeleo que arreglar y no quiero que me molesten. Cuando puedas, me traes dos botellas de champán fresco.

Pensaba emborracharme para no sentir a esa arpía dentro de mi o, al menos, no saber lo que iba a hacer.

— Señor. - me llamó cuando me alejaba.

— ¿Sí?

— El otro día, cuando estaba reunido con esas personas tan raras, la señorita Selene y su amiga, esa tan loca, estuvieron aquí. Selene subió a por unos papeles y la amiga se quedó aquí conmigo hasta que tuve que ir a atender una llamada, luego ya se habían marchado.

— ¿Cómo? ¿Por qué no me dijo nada?

— Ella me dijo que no lo molestara.

¿Me habría oído hablar con Jenna? Supongo que no y si así fuera ya daba igual, de todas maneras, mi relación con ella estaba más que acabada.

— Está bien, seguramente necesitaría algo. Gracias, Andrés.

Subí a mi despachó y me encerré todo el día. Me puse hasta arriba de alcohol y me lamenté por todo lo que estaba a punto de hacer. Estuve a punto de llamar a Selene y contarle todo, pero algo muy profundo me decía que ella ya intuía algo y que, si vino, seguramente me descubrió hablando. Pero ¿por qué no me había dicho nada? Tal vez ya estaba pensando en dejarme, aunque había disimulado bastante bien.

Seguí bebiendo y bebiendo hasta que me quedé dormido, pero al poco rato alguien llamó a la puerta.

— Señor, hay una mujer y un hombre en la puerta. Llevan antifaces puestos y van muy elegantes, al menos, la mujer ¿los hago pasar? - dijo Andrés.

— Está bien. Que esperen en la sala y cuando te llame, hazla pasar a la habitación número cinco, solo a la chica.

— Pero, señor...

— Sin preguntas, Andrés. Por favor. - le supliqué.

— Sí, señor. Como usted desee.

Andrés se marchó y yo me froté la cabeza: tenía una jaqueca horrible por culpa del alcohol, pero la resaca solo podía irse con más alcohol, así que me empiné la botella de mi mejor champán y me la terminé toda. Antes de ir hasta la habitación decidí mirar las cámaras, y entonces, la vi: a mi pequeña bruja mientras nos espiaba, y en ese mismo instante supe que nos había escuchado y vi un atisbo de luz entre tanta oscuridad. Solo esperaba que no fuera a la policía, no quería que nadie se metiera. Pensé que, si me colocaba un poco más, tirarme a Jenna sería como si no sucediera, nada me importaría y pasaría rápido. Hacía varias semanas que no había consumido, pero todavía tenía algo guardado, así que estampé el polvo blanco sobre la mesa, hice una línea recta y enrollé un billete para después esnifar aquella mierda. Mentiras y más mentiras, pero para mí, tan necesarias como respirar: no podía volver a hacerle daño, al menos, no conscientemente y sabía que algún día saldría a la luz, aunque si podía dejarlo antes, evitaría todo el desastre.

Cuando llegué a la habitación iba dando tumbos de un lado a otro, casi no me mantenía en pie; me quité los zapatos, me desabroché un poco la camisa y me senté en el sillón. Estaba preparado para lo que fuese que iba a pasar y me quedé esperando a que entrara esa arpía para saciar su sed de zorra maligna. 

EL EMBRUJO DE SELENE II : HECHIZADOS POR UN SOLO CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora