Capítulo 4 Yo Atiendo Al Caballero, April.

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La señora Bloom y sus trabajadoras recibían bien a la clientela, por suerte, la venta de flores no resultó tan afectada por el mal clima.

Terminaba de arreglar un par de ramos en la parte trasera cuando escuchó la campanilla de la entrada y una de sus asistentes atendía a alguien.

Salió a buscar unas tijeras a la tienda y se sorprendió al ver quien entró al negocio, era un hombre alto con barba de candado manchada por el gris de las canas al igual que su cabello, tenía una sombrilla oscura al igual que la gabardina mojada que portaba, a pesar de verse mayor, aún conservaba cierta jovialidad, tanto que ni siquiera le ponías atención al bastón con el que se sostenía.

La sonrisa de la señora Bloom cayó como una vela ante el fuego.

—Yo atiendo al caballero, April—le dijo.

La empleada entendió.

—Buenas tardes.

Daisy Bloom era conocida por su amabilidad, su buen trato, su gracia y encanto, pero ante ese extraño sujeto, cambió un poco.

El hombre miró la gran selección de flores que ofrecían en la "Bella Primavera", miró por todas partes los colibrís que adornaban las paredes, era el logotipo de la tienda.

—¿Qué se le ofrece?—podía sentirse un poco de hostilidad en sus palabras.

—Buenos días—habló con un tono profundo—. Acabo de mudarme al pueblo y buscaba un par de flores para darle vida a mi casa, más ahora.

—¿Cómo que tiene en mente?—le preguntó.

El hombre caminó entre los estantes, revisando los ramos y masetas ubicados alrededor; algo que caracterizaba mucho a la señora Bloom eran las rimas puestas en las etiquetas.

Uno podía leer cosas como: "Un ramo de rosas, alegra todas las cosas", "Las margaritas, sacan las sonrisas más bonitas", "Las hortensias lucen bellas, aunque no lo creas"

A él le parecía un poco ridículo.

—Siento que usted es un hombre al que le vendría bien un par de tulipanes—señaló la mujer.

—¿Por qué lo dice?

—Son flores que a todos nos vienen muy bien de vez en cuando—mencionó.

—Supongo que tiene razón.

Lo llevó a la caja donde pagó y se marchó con la compra, dejando en la mujer un inusual sentimiento de extrañeza.

—Debe ser el que compró la casa Elfar—mencionó April.

—¿Qué?

—Mi mamá lo ha visto por ahí, la estaba arreglando—contestó la chica.

—Pues va a necesitar más que unas flores para componer ese mausoleo—se burló la señora Bloom.

Y ese hombre se fue entre la lluvia que era más delicada que la mañana, aun así, seguía causando estragos en Spring Hill, donde se extrañaba el sol.

Caminó por las calles, llamando la atención de muchos, en un pueblo donde la mayoría se conoce, obviamente resaltaba.

Siguió hasta un sendero por el bosque algo sucio por el fango y se adentró unos cuantos metros hasta una bella casa roja de corte victoriano, perdida entre los árboles y rodeada por una verja.

Era cierto lo que se decía, no que estuviera embrujada, sino que le faltaban muchas reparaciones, las tejas caídas de su techo y torres, las entradas que rechinaban, reponer la pintura, arreglar el jardín y eso sólo por hablar de los desperfectos de su fachada.

Dentro, el desastre era igual de malo, las goteras y la humedad en las paredes eran un problema, tenían pocos muebles antiguos. El hombre se quitó la gabardina y la colgó en un perchero, dejó las flores en el alfeizar de una ventana y se sentó en uno de los sillones, el interior era frío.

Cuando le ofrecieron la casa, el mismo vendedor pensó que sería una locura conservarla, pero el hombre insistió tanto, de hecho, en un solo día pagó la deuda.

Una gota se coló por el techo y terminó en el rostro de una fotografía en la mesita del centro, se inclinó y la levantó, en la imagen se apreciaba a una mujer muy bella que sonreía.

Su parecido a Samantha se debía a su parentesco: madre e hija.

Se quedó contemplándola un momento con cierta nostalgia.

A pesar del tiempo, todavía la extrañaba.

Se preparó un poco de té en la cocina, el fuego de la estufa fue algo acogedor, que bueno que lo primero que arregló fue el gas.

Lo sirvió en una taza y lo bebió para disfruta la mañana, la lluvia interrumpió muchas de las reparaciones, no podía subir al techo o dedicarse al jardín, esperaba que pronto se calmara, pero no sería así.

Regresó a la sala a tomar su café, le dolía un poco la pierna, no era nada, ya se había acostumbrado a ese malestar.

Pensaba en Samantha, esperaba que se encontrara bien, que no sufriera como en otros lugares, que no pasara nada similar a otros sitios donde tenían que huir repentinamente en mitad de la noche y debían buscar un nuevo refugio.

Llegar ahí les tomó varios años.

Miró las flores que compró, eran muy lindas, parecían brillar con luz propia, acarició los pétalos con la yema de sus dedos, el tacto fue extraño, como un cosquilleo que no muchos podían sentir, acercó su nariz y percibió ese aroma, el más dulce de los perfumes; unas flores así no eran normales, tenían algo que superaba a la naturaleza y eso le preocupó.

Samantha por su parte, estaba en la escuela, comiendo sola en la mesa del comedor, nadie parecía estar dispuesto a hacerla parte de su grupo; Liam trató, pero siempre alguien sacaba una excusa.

—Quizá sólo sea tímida—mencionó él.

—Oh Liam, por favor, tienes mejores gustos—le dijo Susan.

—No lo digo por eso.

—Oh vamos viejo, sabemos por qué lo dices—Robin lo abrazó por los hombros.

—Quieres andar con una chica de cada especie—se rieron todos.

—Muchas palabras para un orangután como tú, Robin—se defendió Susan.

Y fingió ser uno.

—No, sólo es que debe ser muy complicado ser nuevo en la escuela y...

—¡Ya!—habló Susan—. Sólo di que la quieres y listo. Nadie te juzgara por tus...

Voltearon a verla.

—Mal trago.

Liam prefirió quedarse callado y ya no mencionar a Samantha, la cual, acabó sus alimentos y se marchó de la cafetería mientras la lluvia parecía aumentar más su ira.

Incluso se escucharon truenos y relámpagos.

Eso asustó a varios en Spring Hill, incluso al hombre sentado dentro de la mansión Elfar que presentía que nada bueno podría significar eso.

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