Capítulo 20 ¡Estoy harta de huir! ¡De ir sin rumbo!

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Samantha permanecía recostada en su cama, triste, aunque sin soltar una sola lágrima abrazaba su almohada, afuera, la lluvia seguía su curso llevado por esas emociones que albergaban su corazón.

Discutió con su padre como nunca.

—No debes confiar en nadie—le dijo el señor Black.

—Liam es diferente—respondió—. Él me aprecia por quien soy.

—Es porque no sabe quién eres.

—Sí lo sabe.

—¿Qué?

—Ya lo sabe—Samantha agachó la mirada—. Le dije quién soy.

—¿Cómo pudiste?

—¡Porque confío en él!

—Tendremos que irnos.

—¡No!—no le costó mucho salir de la cama—. ¡Estoy harta de huir! ¡De ir sin rumbo!

—¡Es por tu bien!

Durante la confrontación, la tormenta variaba de chubascos a aguaceros, podría pensarse que la Madre Naturaleza tenía una fuga en su tubería.

—No puedo creer al peligro que te estás exponiendo—reclamó el padre.

—Yo sólo quiero ser normal—respondió Samantha al borde del llanto.

—¡Pero no lo eres!

Un trueno golpeó Spring Hill derribando un árbol en medio del bosque.

—Lo mejor es que descanses, hablaremos por la mañana—indicó.

Con su paso lento, el señor Black dejó la habitación de su hija y desde su cuarto esperó a que el clima se calmara, lo cual significaba que se tranquilizó o que cayó rendida por el sueño.

Durante años, el señor Black hizo todo lo posible para mantener a salvo a su hija, nunca la quiso arriesgar a los peligros que existen en el mundo donde la magia y las brujas son temidas.

Desde que sostuvo a la pequeña en sus brazos, procuró que no le ocurriera ningún daño, en especial, sabiendo que existían cazadores que harían lo que fuera por matarla.

Se culpó, fue mala idea tratar de integrarla a ese mundo que jamás la entendería, por esa razón las hechiceras llevaban siglos ocultándose.

Despertó muy temprano, encontró a su hija dormida aún, era obvio que ese día no iría a la escuela.

El señor Black bajó las escaleras y aprovechó el tranquilo cielo gris para salir al dar un paseo por el bosque.

Samantha no tardó en abrir los ojos, sabía muy bien que sería otro aburrido día en su casa, ya no quería causar más problemas.

Se levantó y al asomarse por la ventana, vio a su padre adentrándose a los senderos entre los árboles, eso la sorprendió.

No tenía idea de que caminaba hacia un viejo cobertizo no muy lejos de la casa principal, el cual permanecía cerrado por un gran candando del que sólo su padre tenía llave.

Pasó al interior y se iluminó con la luz de una lampara, no escondía nada de valor ahí, un par de herramientas y cachivaches que, en realidad, ya estaban desde antes de que comprara la casa.

Al fondo, sobre una mesa, había un montón de flores en macetas, gardenias, margaritas, lirios, girasoles y demás, todas lucirían muy bien en un jardín o al menos adornando un corredor, pero él parecía estarlas investigando.

Tomó un pétalo, lo cortó con cuidado y lo examinó con una lupa inusual con un cristal azul, con unas pinzas arrancó un poco de la flor y lo revisó con otro extraño aparato.

—¿Papá?

Samantha entró al misterioso sitio, el señor Black se giró sólo para encontrársela.

—¿Qué haces?

—Nada—respondió en un titubeo.

La chica siguió avanzando hasta que alcanzó a ver los raros experimentos que parecía estar realizando.

—¿Nada?

Tras darse cuenta de que no habría manera de persuadir a su hija, no le quedó más opción que ser honesto.

—¿Sabes que estamos haciendo aquí?—preguntó el señor Black.

—Escondiéndonos, ¿no?

—Algo así.

Invitó a su hija a que se acercara.

—No sé si conozcas las leyendas que se dicen acerca de esta casa.

Samantha entendía a qué se refería, en el pueblo se contaban muchas cosas acerca de la Mansión Elfar.

—Bien, en parte son en serio y es que, la esposa de Elfar era una bruja y al parecer estaba tratando de encontrar una manera de... curarse.

A su padre le costó decir la palabra, sentía que era una especie de ofensa.

—¿Curarse?—la forma en la que Samantha habló mostraba un hilo de molestia.

—De su condición.

La muchacha seguía enojada por la manera en que su padre parecía estarse refiriendo a su realidad.

—No quiero que suene mal, es sólo qué... me preocupas.

—¿Quieres cambiarme?—refutó Samantha.

—Es por tu bien, para que tengas una vida normal—señaló su padre—. Para que podamos vivir en paz.

Los puños de Samantha resaltaron sus nudillos, no podía creer que su padre, el hombre que tanto respetaba y que era lo más importante de su vida la estuviera tratando de esa manera, se sentía traicionada.

—Esto es lo que soy—respondió con furia.

Las nubes se oscurecieron, el viento se agitó, truenos y relámpagos estallaron.

—Soy una bruja y eso nadie lo va a cambiar.

Dentro del cobertizo, las cosas se sacudían como si un ferrocarril se estuviera acercando, la luz parpadeo, el señor Black se preocupó por su hija, se puso de pie, pero algo lo paralizó.

—¡Samantha!

Nadie en su vida había visto una tormenta de ese tipo en la vida de Spring Hill, sólo Liam entendía que no era causa de la naturaleza, bueno, alguien más en todo el pueblo sospechaba que se trataba de magia.

El señor Black terminó en el suelo debido a un fuerte golpe que le propinó su hija, con sólo mirarlo lo mandó contra la mesa, derribando tanto las flores como sus instrumentos; Samantha reparó en su acto y de inmediato corrió a verlo.

—¿Papá?

Recibió un par de golpes en el cuerpo, pero nada grave.

—Lo siento, lo siento—lloraba.

—No, discúlpame a mí, fue mi error.

Levantó su herida mano para alcanzarle el rostro y deslizarlo en su suave mejilla, una lágrima de la chica bajó hasta su piel.

—Descuida, estoy bien.

No pudo evitar darle un abrazo a su padre y esa muestra de afecto fue suficiente para que la tormenta cesara, dejando a varios sorprendidos.


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