Esa tarde regresaron a la Mansión Elfar, Samantha ya no quería causarle molestias a Lily y su madre, aun así, Liam no la quiso dejar sola, el peligro la acechaba.
—Sé cuidarme sola—aseguraba.
—No importa lo que pase, no me iré de tu lado—prometió Liam.
Samantha quería que se alejara, no soportaría arriesgar a una persona más, así era su vida, huir, tener que escapar porque su condición era prohibida.
—Lo mejor es que te vayas—le pidió la chica—. Haré un hechizo de protección y no me pasará nada.
—Samantha, no voy a estar tranquilo si algo te ocurre.
Le sujetó las manos como nunca había hecho, su tacto fuerte y delicado a la vez sonrojaron a la chica.
—Lucharé por ti.
Esas no eran simples oraciones lindas que dices para quedar bien con una muchacha, era lo que sentía y lo que quería demostrarle.
Samantha aseguraba que estaría bien y no le quedaba más que aceptar su decisión.
—Si necesitas algo, sólo llámame y aquí estaré.
—Descuida.
—Por favor, cierra muy bien las puertas y ventanas y mantente bien resguardada.
A Samantha le daba un poco de risa la sobreprotección que le estaba dando.
—Ya, descuida.
Al menos la hizo sonreír.
Con cierto pesar, Liam regresó a su casa y trató de que su día fuera lo más normal, aunque sus padres parecían estar molestos por su ausencia y porque parecía que nada más le importaba.
—Todo es por culpa de esa muchachita—reclamó su madre.
—Samantha no me ha hecho nada—respondió—. Sólo quiero ayudarla.
Y subió a su habitación, molesto, la ventana le permitía ver esa llovizna que representaba el temor y la tristeza que albergaban a Samantha, no quería dejarla sola, quería estar con ella, ayudarla a enfrentar sus problemas, pero... ¿Qué podía hacer?
Esos cazadores parecían ser un gran peligro y no había manera de saber enfrentarlos, no tenía algo que pudiera servirle para luchar, ni siquiera sabía de quién desconfiar.
Podría estar en cualquier lado, podría ser cualquiera.
Tantos años en Spring Hill lo hicieron conocer a medio mundo, vecinos, maestros dueños de locales, sería difícil pensar que alguno de ellos perteneciera a la dichosa Orden de los Caballeros Sombra.
Afuera, sólo el viento hacía ruido, no llovía, pero en cualquier momento caería una gota, sin duda.
Liam permanecía recostado, con el torso desnudo pese al frío, dándole vueltas al tema cuando escuchó unos golpecitos en la pared, pensó que se trataba de una rama molesta, no espero que a su habitación entrara...
—¿Samantha?
—Lo siento—de un salto acabó en medio del cuarto.
Liam corrió a ayudarla, la puerta de inmediato se abrió y la chica se ocultó bajo la cama.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué fue qué?
—Se oyó un golpe.
Un balón rodó a los pies del muchacho.
—Perdón ma, es que estaba jugando—mintió, recogiéndolo.
La señora Cooper sólo se alejó meneando la cabeza desaprobándolo y Liam regresó a la cama para ver a Samantha levantándose.
—Disculpa, es sólo que... me sentía algo sola—dijo.
—Descuida, no hay problema.
Apenas cayó en la cuenta de que Liam se encontraba sin camiseta, se avergonzó un poco y trató de mirar a otro lado, a él no parecía molestarle exhibirse, aunque tampoco quería problemas y se cubrió con la pijama.
—Espero que no te moleste—dijo ella.
—No, claro que no.
Se sentaron en la orilla de la cama, Samantha le puso más atención a los detalles del cuarto, los carteles con equipos de basquetbol, la computadora en el escritorio, la ropa en un canasto donde muchas veces practicaba sus lanzamientos.
Liam era un mujeriego, sin embargo, era la primera vez que una chica entraba a su cuarto en medio de la noche.
—¿Cómo sigue tu padre?
—Bien—respondió en una voz muy leve—. Tal vez esté en casa antes del viernes.
—Genial.
La incomodidad entre ellos crecía a cada rato.
—Mira, si quieres, quédate en la cama y yo... bueno, yo...
Se levantó al armario y rebuscó en su interior cuando de pronto un montón de cosas cayeron, no recordaba tener tanta basura dentro.
Samantha sonrió y con un leve movimiento de mano, reacomodó ese desorden.
—Es tu cama, puedes dormir en ella—insistió Samantha.
—Lo mejor es que te la quedes, yo iré a...
La chica sólo sonreía, Liam Cooper, el gran conquistador que derretía a las chicas con su encanto se quedaba mudo ante una simple muchacha que sólo deseaba descansar.
—Gracias por ser tan bueno conmigo—Samantha se levantó y se acercó a él.
Primero, le rozó la mano, sus dedos se sintieron antes de terminar entrelazados, compartieron una sonrisa; el viento calmó su agitado paso en las calles.
Cuando Liam abrió los ojos a la mañana siguiente se dio cuenta de que no estaba abrazando una almohada, si no a Samantha.
—Oh no—reaccionó.
Casi cae cuando se dio cuenta, la chica también despertó de golpe, ¿en qué momento acabaron de esa forma?
—No lo hicimos, ¿verdad?
La puerta de nueva cuenta se abrió y entró su padre.
—Muchacho, ya es tarde, es mejor que ya te vayas.
—¡Puedo explicarlo!—se defendió—. ¡No es lo que parece!
Su corazón se agitaba tanto que no tardaría mucho en explotarle, su padre sólo se le quedó viendo, intranquilo.
—Descuida, no le diré a tu madre.
—¿Qué?
El señor Cooper pasó a recoger un plato sucio que su hijo dejó encima del buró al lado de la cama.
Al voltear, Liam encontró la cama vacía.
—Ahora vístete o llegarás tarde a la escuela—le recordó.
Confundido, trató de encontrar a su inesperada visitante que apareció de pronto encima de la cama, asustándolo.
—Hechizo de invisibilidad—dijo.
—A la próxima, avísame lo que harás—le pidió Liam, tranquilizando su adrenalina.
—Te veré en la escuela.
Samantha se apresuró a la ventana e hizo aparecer su escoba voladora.
—¿No quieres que te lleve?
—Creo que estaré bien—aseguró la chica antes de lanzarse.
Liam sólo la vio perderse entre las grises nubes que se esclarecieron un poco y sonrió, le gustaba ser parte de esa felicidad.
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HECHIZO
ParanormalLa lluvia no es muy común en Spring Hill, un bonito pueblo soleado, donde nunca pasa nada extraordinario, hasta que la llegada de Samantha Black, una enigmática chica, junto con su padre, parece estar relacionada con el clima y mantiene a todos intr...