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-Coronación-

"Dicen que quien menos demuestra, es quien más siente"

La serpiente envolvía mi cuello, se movía con delicadeza sobre mi cuerpo, rozando su lengua en mi piel, estaba tranquila, no como yo, que temblaba a cada paso que daba, mis movimientos eran lentos, mis pasos asustadizos no pasaron desapercibidos, el pueblo me miraba, me juzgaba, mientras llevaba su posesión más preciada, la víbora de la una.

Debía recorrer el camino de las estrellas, pasear sobre los huesos de los salvadores, sobre las cenizas de los traidores, sobre las lágrimas de los pecadores, un camino hacia mi bendición, hacia mi coronación, era hoy, en esta isla, cuando por fin alcanzaría la corona, el título, ese tan odiado y ansiado título, ese que me obligaba a aceptar.

Mis pies desnudos se pinchaban con los huesos a medio desvanecer, trataba de no perder él equilibró, mantenerme firme, no hacer movimientos bruscos, ni enfadar a la pitón, solo continuar el camino, que estaba custodiado por decenas de miles de plebeyos, todos observaban atentos a que me equivocara, a que su mascota me mordiera, a que no lo consiguiera.

Todos sostenían grandes antorchas, acercaban estas a mi débil cuerpo, con la intención de asustarme, de distraerme, al igual que los cuervos, que eran alborotados, les lanzaban pócimas mortales, con el propósito de que cayeran cerca de mí, que se desplomaran muertos en mi camino. Tuve mala suerte y uno aterriza sobre mis pies, los ojos salían de sus órbitas y aleteaba con fuerza sobre mis piernas. Un pequeño gemido se escapó de mi garganta, las risas pronto inundaron el lugar, aguanté las náuseas e ignoré todo el bullicio.

Me ardían los ojos, la arena volaba por la ciudad y atacaba mis sensibles ojos, que tras una docena en reposo, volvían a funcionar correctamente, al final no firme el acuerdo, aunque las amenazas de Selene me asustaban, mi instinto me obligaba a no hacerlo, sabía bien lo que significaba firmar, no quería encerrarme, no tanto, también entendía las consecuencias, acabamos de declararnos en guerra contra el reglamento, contra mi reglamento, el de mi tierra.

El silencio comenzó a reinar a medida que me iba acercando al palacio, donde solo estaría la burguesía, los altos cargos, algunos esclavos, sirviendo, pero nada fuera de lugar. La gente parecía emocionada, como si les gustase. Empezaron a dar palmadas a medida que me iba aproximando, llevaba más de diez minutos así, atravesando la pequeña ciudad costera. Algunos plebeyos atrevidos vociferaban mi nombre, y a esa pequeña masa se le sumaron todos los campesinos. Cuando me acerqué a los escalones, ya todo el pueblo gritaba mi nombre. Escondí una sonrisa de orgullo.

Me tomé la valentía de acariciar con cuidado a la serpiente, rozando las yemas de mis dedos sobre sus escamas, estas eran negras, con zonas azules, muy exótica, era una mutación por veneno, era una culebra mortal, los esclavos eran alérgicos a su tacto, se solía usar como castigo, o como objeto de burla, en las famosas plazas de Kelda, colocaban a la pitón sobre el mortal, este estaba amordazado y dejaban que lo matara, la gente apostaba grandes sumas de plata, por cuanto aguantaba.

Subí los escalones, decidida, con la mayor seguridad que nunca había tenido, las miradas de sorpresa inundaban el lugar, pude reconocer varias, Fátima, sujetaba su copa con fuerza, me miraba de reojo, la sonreí con falsedad, se dio cuenta, sabía que lo sabía, era una traidora a medias, luego me cruce con la de Keo, este me sonrió con mayor entusiasmo, al igual que su hermana, Vina, hacía mucho que no nos encontrábamos.

Decidí ignorar los falsos saludos, continúe caminando hasta el trono, al lado estaba Mazikeen, sentado en el suyo, él me miraba con deseo, fui directa hacia él, tratando de no bajar la mirada, necesitaba ser fuerte, demostrar que merecía estar ahí, que esa corona solo puede ser mía, que ese título me pertenece, necesitaba ser esa reina, esa mujer, era lo que debía hacer.

Mazikeen #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora