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-Vestidos-

Odio que haya tanta gente en la sala. Odio el ruido. Odio el olor a cerrado, a humanidad, a seres. Odio el blanco en mi cuerpo. Odio la joyería.

Detesto toda esta maldita situación.

Soy una mujer de azules, de fríos, si, pero también de colores. Irvenne llevará seis horas obligándome a probarme vestidos neutros, aburridos y simplemente, horribles. No me gusta ese color, ni ese tipo de vestidos, no me agrada el llevar corsé, ni los tacones muy altos, ni las joyas de oro.

Mis dedos duelen y pican, me reclaman por la ira interna, los hilos negros estan en toda la sala, moviendose, conectando unos con otros, llevan rato en la misma posicion, pues me he mantenido estatica mientras me colocaban el octavo vestido, me he mantenido mirando a un punto fijo, sin rechistar, como de costumbre. Me he mantenido serena ante esta tortura.

Hay cosas que nunca cambiarás.

Entre todo el murmullo, debido a que en el salón habrán, doce doncellas como mínimo, cosiendo a toda prisa, uniendo , rompiendo y cortando, todas las telas blancas. Rabio solo de verlo. Aradia ha tratado de explicarle a la dama del desamor que esos tonos no me agradan, pero no parece querer entenderlo.

Debo ir a un baile en unas noches, será en la isla de Arenisca, debemos terminar de convencer a los monarcas de la zona que se alineen con nosotros en la guerra. Aun así estoy asqueada por la situación.

Mi consejera sigue haciendo bocetos para el posible vestido, en secreto me ha dicho que será morado, lo cual me alivia bastante. Me ha pedido paciencia para Irvenne, según ella, lleva unas semanas tristes y largas.

Al igual que tu.

Bebo mi copa, esta será la cuarta o quinta de la noche, en momentos como este, es necesario estar ebria para poder aguantarse a uno mismo. Saboreo el líquido, notando todo el sabor a uvas en mis labios, uvas de condado cementerio, uvas casi radioactivas, llenas de peligrosas sustancias, uvas que me enamoran y endulzan.

Me paso la lengua por los labios y miro fijamente mi copa, me hipnotiza el movimiento del líquido, vuelvo a probarlo y sigo saboreando, me sumerjo en el alcohol y me hundo hasta hartarme, necesito escapar de aqui pronto o me volvere loca.

El ruido en la sala cesa de golpe y se que mi marido ha llegado, todas las damas miran hacia abajo, sumisas y miedosas. Las comprendo, yo también me sentía así, pero ahora estoy tan cansada y de tan mal genio, que no puedo ni siquiera pensar en lo que hago.

—Ya es medianoche —dice, atemorizando a las doncellas—. ¿Qué diablos sigues haciendo aquí?

Rio entre dientes, deseosa porque todas se marchen.

Irvenne me echa una mirada rápida y me sonríe con sinceridad, coloca brevemente todos los vestidos en sus cajas y se marcha tras una reverencia. Mi consejera en cambio, asintió y se fue con sus bocetos en la mano, supongo que igual de cansada que yo.

La sala quedó vacía a excepción de nosotros dos, la mirada de Mazk se posó en el pequeño desastre que habían formado en la sala principal, luego la cambió a mi y al vestido, frunció el ceño de inmediato y se acercó a mi.

—No te vas a poner eso.

Lo mire con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué no? —No me lo iba a poner de ninguna manera, pero era entretenido enfadarle.

—No eres tú con el puesto —murmuró ayudándome a desabrocharlo—. No tienes tu esencia si te lo colocas.

Sonreí, creo que por primera vez en el día.

Mazikeen #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora