35

105 5 2
                                    

-Valentia-

“¿A donde HUÍS si todo es abismo?”

Estamos de camino al consejo real, nuestro paso está calmado. Noto la mano de Mazk en mi espalda, guiándonos hacia ese castillo. Estamos en silencio, rodeados de guardias, mientras caminamos por toda Plaza Zina.

Bueno, sus restos. Los ataques masivos, seguidos de las tormentas, han destruido buena parte de la infraestructura de la ciudad. Dejando montones de escombros y pequeños comercios de artesanos, completamente demolidos.

Veo a la gente hacer reverencias, alabarnos, adorarnos, aun a sabiendas de que cada una de sus penurias, es por nuestra culpa, como el respeto, el miedo, la tradición, como cada uno de esos elementos ciegan a la población, es simplemente, terrorífico.

Mis tacones dorados resuenan por la piedra y mi vestido, blanco como las perlas, se ensucia por las puntas, debido al paseo, aun así sigue siendo bellísimo, se fija bien a mi figura, deja un escote pronunciado en la parte delantera, tiene hilos dorados, costosos, atravesándose por todo mi pecho, dejando, bastante poco a la imaginación.

El atuendo no fue idea mía, sino de Aradia, creía yo que una consejera cosiera tan bien, pero desde hace unas quincenas, es ella, la que en la mayoría de las ocasiones, diseña y confecciona la mayoría de mis prendas, dice que tengo que exhibirme un poco, que el reino tiene que ver la preciosidad que soy.

Yo no término de creérmelo, es decir, soy bastante normal, una figura delgada, con sí, un poco de curvas, pero nada más. Seguía estando raquítica, mis huesos se marcaban demasiado, de hecho, Mazikeen me había obligado a comer antes de salir, me ha estado convenciendo para que ingiera más comida.

Resaltando que necesito fuerzas.

Escucho los gritos de la multitud, muchas voces en un mismo sitio. Me detengo al escuchar los pasos. La mano de Mazk me insta a continuar, pero mi instinto me dice que me mantenga quieta. Giro mi cabeza y veo el origen de esas quejas.

Una señora, con un dibujo de una nena en sus brazos, esta cae en llanto, está gritando, pero no logro entender debido a todo el ruido exterior. Decido ir hacia allá. Mazk intenta agarrar mi mano y detenerme, pero yo voy más rápido, quiero saber qué sucede.

—¿Qué quieres hacer? —La mano de mi marido logra hacerme parar.

—Quiero comprender qué está ocurriendo —había respondido, de manera seca, mientras continuaba acercándome.

Los guardias habrían camino por la zona, yo iba, a paso rápido, hacia aquella dama, escuchaba los murmullos de la población, cómo poco a poco se iban calmando, como me observaban, curiosos por mi decisión.

Una vez estuve a pocos metros de esa señora, nuestras miradas se cruzaron y la esperanza en sus ojos me hizo sonreír. La iba a ayudar, en lo que fuera que hubiera pasado. Quería, no, necesitaba ayudarla.

—¡Su majestad! —Las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Debe de ayudarme con esta injusticia, con este abuso a la autoridad.

Asiento, decidida, pero la mano de Mazikeen apretando la mía, me molestaba.

—Es peligroso que estés aquí.

Ignore sus comentarios y con un gesto, inste a la señora a conversar.

—Mi niña pequeña, mi angelito, solo tenía seis años —murmuraba con la voz rasgada, rota y llena de tristeza—. Ella murió hace una quincena, cuando —Los ojos se le vuelven a empapar de lágrimas—. ¡Cuando varios de sus guardias abusaron de ella!

Mazikeen #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora