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-Ataques y engaños-

"Si lograste engañar a una persona, no quiere decir que sea

 tonta, quiere decir que confiaba en ti más de lo que te merecías."

Es medianoche, cuando escucho los gritos, me sobresalto a la vez que Mazk, quien, después de vestirse, se asoma al balcón. Miro por toda la habitación, buscando una bata, en el escritorio, corro hacia allí y cuando por fin voy a salir al balcón, mi marido se pone en medio.

—Tenemos que hablar con el ejército, vístete, nos vamos.

Con rapidez me coloco un vestido azul oscuro, agarro los zapatos de tacón en una mano y corro escaleras abajo. Ni siquiera miro por las ventanas, tampoco escucho los cuchicheos de las sirvientas, no quiero saber nada que no esté confirmado.

Aun así, mi instinto me alerta.

<<Se están quemando las casas>>

La mano de Mazk agarra con fuerza mi brazo y me guía hacia uno de los jardines. Veo cómo en ella hay decenas de personas arrodilladas, siendo interrogadas, torturadas y ejecutadas. Veo cómo las encadenan, las gritan, como con las antorchas las queman.

Trago saliva.

—¿Qué demonios está sucediendo?! —El tono que usa Mazk hace temblar a cada uno de los guardias presentes.

—Han atacado en masa a los edificios de Plaza Zina —murmura uno de los comandantes—. También han asesinado a más de cien guardias de la frontera, han tomado el control de siete torres del muro de monstruos, estamos esperando órdenes para poder actuar.

Veo cómo Mazikeen suelta un fuerte bufido de frustración.

—¿Han detenido a todos los culpables? —pregunto, curiosa.

—Tenemos retenidos a casi veinte brujas y a varios guardias, que parecen del ejército mortal y de Quanda de Rosas.

—¿Y los chivatazos? —La voz de Mazk inunda de nuevo el ambiente.

—Eran falsos, tenía razón, majestad.

El silencio reina en el jardín, a excepción de los gritos de los torturados.

—¿Qué hacemos, majestad? —El tono preocupado del comandante me revuelve el corazón.

Mazikeen le hace un gesto para que se calme, parece necesitar pensar.

—¿Cuántos guardias hay disponibles? —inquiero, buscando ayudar.

—¿Completamente formados? —asiento—. Menos de cinco mil.

Cálculo mentalmente todo el número que habrá en los reinos enemigos, duele llamar a mis tierras así, pero ahora lo son. Tendrán más, bastantes más, y además, buscarán ayuda de los mortales; estamos en una peligrosa desventaja.

—¿Una orden de alistamiento obligatorio? —sugiero a lo que Mazk asiente.

—Podríamos empezar con un aumento de sueldo significativo para todo mayor de veintiún que quiera ser guardia —propone mi marido.

—De acuerdo.

—Y si luego vemos que estamos en total desventaja, accederemos al alistamiento obligatorio, solo en caso de peligro extremo.

—Eso supondría múltiples problemas económicos —dice Henry—. Todas las damas del reino solas tratando de ocupar todos esos puestos de trabajo...

—¿Y por qué no iba a ser obligatorio también para las damas? —mi pregunta parece dejarlo sorprendido.

—Mire en mis filas, hay menos de treinta mujeres.

Mazikeen #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora