El último robo

692 33 4
                                    

Los ojos de Beatriz persiguieron constantemente a los hombres que pasaban, todos hombres de una edad y una condición económica determinada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los ojos de Beatriz persiguieron constantemente a los hombres que pasaban, todos hombres de una edad y una condición económica determinada. Beatriz se acomodó las gafas, fingiendo una cara triste, y intencionalmente se chocó con un hombre, pidiéndole disculpas de manera nerviosa y preocupada, lo cual terminó en un insulto proferido por el hombre.

Esto era signo de que su estrategia estaba dando resultados, al menos para ella. Pero para todos los que la observaban, solo era una mujer más, una fea más, confundiendo su vacío interior con una desconsideración para el resto del mundo.

—¡Quítese, monstruo! —dijo el hombre, limpiando su camisa—. Usa lentes pero lo ciega no se le quita.

—Que pena con usted, señor —interrumpió Nicolas, colocándose detrás del hombre—. Pero no me la trate así, que usted no es muy agraciado. ¡Ahora, Betty!

Nicolas, con una mirada burlona, mantuvo al hombre entretenido con sus palabras mientras Beatriz aguardaba la oportunidad de tomar el maletín de su presa. Trató de hacerlo, pero el hombre, sorprendido, se aferró con todas sus fuerzas el objeto, solo para que Nicolas lo empujara y pudieran escapar rápidamente, burlándose de la ira del hombre tras ellos.

De pronto, sintieron el latido de su corazón, la respiración agitada y el miedo, aún presente. Sin embargo, a Beatriz, la adrenalina le dio una sensación de excitación que no podía disimular. Ella sonrió a su compañero de robos y exclamó, de manera jadeante pero emocionada.

—¡Ay, que pena por él! Porque dos monstruos le robaron —rió de manera rara, acompañada a coro por su amigo.

—¿Sí vio, Betty? —contestó—. Le dije que era buen negocio, ahora piénselo. Con toda esta plata no vamos para cartagena, mire mire.

A medida que Nicolas le mostraba el contenido del maletín, Beatriz sintió un nivel creciente de emoción, como una mezcla de temor y alegría, pues seguía consciente de que se trataba de un acto ilegal. Sin embargo, no podía disimular la emoción que sentía al ver el caudal de dinero delante de sus ojos, era una cifra considerable. Decidieron que sería mejor hacerle creer a su jefe que sólo habían logrado sacar una parte de la suma, mientras ellos se quedarían con el resto.

Mientras Beatriz caminaba, sabía que la lluvia pronto irrumpiría y la tomaría desprevenida, por lo que salió corriendo apenas oyó el primer relámpago

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mientras Beatriz caminaba, sabía que la lluvia pronto irrumpiría y la tomaría desprevenida, por lo que salió corriendo apenas oyó el primer relámpago. No era un día perfecto, el cielo oscuro reflejaba la tristeza del día y una pálida y fría lluvia comenzó a caer como forma de su llanto.

Una vez más, la suerte no parecía estar de su lado. Sintió la lluvia recorriendo su rostro, mojándola de pies a cabeza. Buscó refugio de inmediato debajo de un toldo, pero su ropa ya estaba empapada. Aunque no era la primera vez que pasaba algo así, la sensación de frío la aterrorizaba cada vez que le pasaba. Se sintió desamparada, pero su esperanza creció luego de ver el bus aproximadandose.

—Muchas gracias —Habló Beatriz, luego de llegar.

Una vez dentro de su vivienda, la ausencia de cualquier otra persona la asaltó. Beatriz atravesó el salón y entró al baño, donde se aproximó al lavadero y se miró en el espejo. Ahora, era hermosa y todo lo que había soñado en otro tiempo; pero, aunque se sentía contenta con lo que había logrado, tenía la sensación de que la faltaba algo más en su vida. A pesar de la hermosa apariencia, su corazón aún estaba vacío y la resignación era la única amiga de todas las noches.

—Betty, mija —llamó su papá—. Ya llegué, ¿donde se metió?

—En el baño, papá —respondió en voz alta—. Espereme un minuto que ya salgo.

De inmediato, se dirigió hacia su cuarto con cautela para evitar hacer ruido. Seleccionó una prenda entre su gran cantidad de ropa, y regresó al baño. Se cambió lo que tenía puesto y procedió a colocarse una toalla en el cabello, mientras la prenda secaba. Así, podría evitar que su padre se diera cuenta de que estaba embarcada en otra de sus aventuras como ladrona.

—¿Qué hubo papá, cómo le fue? —saludó Beatriz, aproximándose a él—. ¿Le cocino algo?, ¿o ya comió?

—No mija, ya comí por allá —contestó—. Cuénteme, ¿cómo le fue en la empresa, ah?

Antes de convertirse en la hermosa mujer de hoy, Beatriz estaba obligada a mentirle a su padre sobre su trabajo. Le decía que era asistente en una importante empresa de modas, cuando en realidad obtenía el dinero de formas poco honestas. Y aunque este pequeño ingreso les permitía vivir sin penurias, el dinero no era suficiente para satisfacer todas las necesidades de la familia. Por esa razón, don Hermes a pesar de su edad, consiguió un trabajo para colaborar con los gastos.

—Ah, bien papá —respondió—. Mañana me toca ir más temprano.

—No, yo no le permito ese descaro. Ya tiene suficiente con su horario, ¿para qué necesitarla más temprano? Allá la explotan, mija —contestó enfurecido—. Mañana mismo renuncia.

—No papá, ¿cómo así? La plata nos ayuda con los gastos. Lo suyo sólo alcanza para comer.

—Somos los Pinzón, Betty —recordó—. Podemos salir de esta. Además, que no se le olvide, que para eso se esforzó estudiando. Puede conseguir otro trabajo, uno mejor que ese donde la exigen demasiado.

—No, papá —interrumpió—. Déjeme estar en ese trabajo, yo le prometo que apenas consiga mi sueldo del mes, me buscó otro.

El padre de Beatriz, Don Hermes, miró a su hija con tristeza, frente a él estaba la niña que había cuidado desde que era una bebé. Nunca había deseado que ella pasara por eso en su vida. Pero él ya era un anciano, y sabía que no podía seguir trabajando en tareas tan exigentes, aunque lo necesitara. Y no podía permitir que su hija trabajara con tanta intensidad, sintiéndose tan agotada y adolorida cada vez que regresaba a casa.

Sabía que Beatriz no estaba satisfecha con su trabajo, y aunque necesitaba el dinero para vivir, se preocupaba de que la vida se le fuera pasando sin llegar a ningún lado. Don Hermes se levantó de su sillón y apagó la televisión, con la intención de irse a acostar. Sin embargo, antes de hacerlo, se acercó a su hija y besó su frente con ternura.

—Perdóname —sollozó—. Soy su papá y es mi obligación cuidarla... Pero, la vida está pasando frente a mis ojos...

—No papá, no tiene por qué disculparse —interrumpió Beatriz, abrazando a su padre en ese eterno silencio.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora