Capítulo 29

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Los acontecimientos transcurrieron inadvertidos para la mayoría, la cotidianidad siguió su curso y la población permaneció ajena a lo que ocurría en Bogotá. Nicolás fue detenido y encarcelado como cualquier otro delincuente, mientras que Beatriz permaneció ajena a los sucesos, ya que su padre no le permitió salir durante dos o tres días.

—Betty, mija... Hay un señor que la está llamando —dijo Hermes, entregándole el teléfono—. Conteste, parece un señor importante.

—Gracias, papá... ¿Aló? —contestó y del otro lado, reconoció inmediatamente la voz de Roberto.

—Beatriz, ¿cómo le va? Lamento ser muy inoportuno, pero la necesito acá —respondió Roberto—. Es muy importante, ¿será que pueda venir?

—Hm... Bueno, tengo que pedirle permiso a mi papá —informó, mirando a su papá—. Papá, dice don Roberto que si me deja ir a su empresa. Necesita mi ayuda, porque su empleado renunció.

La decisión de Hermes de excluir a Beatriz de la familia y castigarla por su acción, le recordó que se había ido de la casa tiempo atrás, y que, aunque desconfiaba, ella ya era una mujer adulta, no una niña. Sin embargo, a Hermes no le importaba el tiempo pasado, porque sentía que ella siempre sería su niña, a la que había que cuidar y proteger.

—Vaya... Pero nada de robos, ¿me oyó?

Beatriz le agradeció y besó su mejilla antes de tomar sus llaves y salir de la casa. Fuera de ese hogar, la esperaba su propia realidad, de la que se había mantenido oculta por temor a perder aún más. Y al llegar a la casa de Roberto, se dio cuenta de que esa realidad la estaba esperando.

—¿Cómo está, don Roberto? —saludó, acercándose a su escritorio—. ¿De qué necesitaba hablarme?

—¿Has visto a tu amigo, Nicolas? —preguntó—. Llámalo, y averigua donde está.

Beatriz sostenía el teléfono entre sus manos temblorosas, sintiendo el frío del dispositivo contra su piel. Con determinación marcó el número de su mejor amigo y esperó. El tono empezó a sonar, pero al levantar la mirada, observó con decepción que el celular de su amigo reposaba sobre la mesa, llamando en vano la atención de su dueño ausente. Ninguno de los dos sabía que aquel llamado quedaría sin respuesta.

—¿Donde está Nicolas? —preguntó asustada.

—Mire, Beatriz... Su amigo se metió en un pequeño problema —contó—. Se fue para el apartamento de Daniel, al parecer... Quiso vengarse, o eso es lo que sé. Pero se fue a una trampa, Betty, a su amigo lo metieron para la cárcel. No, no se preocupe, él está bien pero.. Yo puedo ayudarla.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, intrigada.

—La plata, déjeme le cuento algo, Beatriz —Roberto se inclinó y le enseñó un plano a Beatriz—. ¿Vio ese plano, Betty? Es de un teatro, o al menos, es lo que le queremos que los policías crean. Allá habrá mucha gente, todos narcotraficantes y personas con mucha plata.

—¿Quiere que le robe todo a esas personas?

—Mire, algo así. Adentro del teatro van a hacer una subasta, y Juan Manuel es el que está al mando de eso. Él tiene a sus carteristas, Beatriz —contó—. Cuando ese señor recoja toda la platica de esos tipos, la va a guardar... Seguramente en una bolsa de papel, y lo que yo quiero es que usted le quite toda esa plata, millones pero en dólares. Si lo hace, yo hago lo que sea para sacar a su amigo de la cárcel, ¿le parece?

—Sí, señor —respondió—. ¿Qué más tengo que saber?

—Ah, sí. Usted no puede hacerlo sola, así que mi hijo la acompañará —informó, señalando a Armando—. Beatriz, escucheme bien. Esa subasta dura dos horas, así que sean muy inteligentes. Armando te explicara el resto del plan, pueden irse.

El plan parecía ir sobre ruedas. Beatriz llegó al teatro falso y se deslizó por la entrada trasera, siguiendo al pie de la letra las indicaciones de Armando. Ascendió las escaleras hasta encontrar un balcón solitario, alejado de todas las miradas, y se mantuvo allí hasta que Armando subiera junto a ella.

—Betty... ¿Ese no es Daniel? —dijo Armando, señalando a Daniel—. Mire, está al lado de ese tipo... Juan Manuel.

—¿Qué hace allá? —preguntó desorientada.

—Yo no sé, pero... Betty escúcheme —ordenó, capturando la mirada de Beatriz—. Acá atrás hay muchas maderas, cosas inflamables... Voy a prender fuego esa parte, el humo va a ser su ayuda, ¿me oyó? Saquele la llave a Daniel, ¿vio el auto negro de afuera? Ese es el auto de Juanma, abra su maletero y saque la plata. Pero no vuelva, ¡¿me escuchó?! No Mire para atrás.

—¿Qué hay de usted, ah? —preguntó—. ¿Se va a quedar acá?

—No, Betty, ¿cómo se le ocurre? Yo... yo me salgo para afuera, esos tipos me conocen, no puedo ayudarla mucho —confesó—. Cuídese.

Armando acarició la mejilla de Beatriz con una sonrisa triste, sembrando la inquietud en su mente. Antes de que ella pudiera articular una pregunta, Armando abandonó el balcón y se dirigió hacia la parte trasera del teatro, donde los restos aguardaban para ser consumidos por las llamas. Mientras tanto, entre el caos y el humo que inundaba el lugar, Beatriz aprovechó para descender del balcón, deslizándose entre las personas que luchaban por escapar. Con sigilo, se acercó a Daniel en medio del caos y logró arrebatarle las llaves sin dificultad alguna.

Sin embargo, mientras Beatriz emergía del teatro en busca del auto para recuperar las llaves, la lluvia comenzó a empapar su cabello. Corrió hacia el auto negro y extrajo del maletero una bolsa de papel abarrotada de billetes. La facilidad con la que lo había logrado la tomó por sorpresa, sembrando la semilla de la duda en su mente al reencontrarse con Armand, al verlo lagrimear.

—¿Armando?

—Váyase, Beatriz —ordenó, sosteniendo en su mano el mechero—. Muévase, lleve la plata para la casa de mi papá.

—¿Qué va hacer, Armando? ¿Qué están tramando? —interrogó—. Cuénteme por favor, ¿qué están planeando? Todo esto... Es muy fácil.

—Betty, perdóneme —sollozó—. Por favor salga de acá, tiene que ir por Nicolas. Hágalo, se lo suplico, la policía va a llegar y todo esto será en vano, tome mis llaves y llévese mi carro.

Con decisión, Beatriz se detuvo un instante para contemplar el teatro y a Armando por última vez, antes de lanzarse lejos de aquel caos y subir al auto de Armando, dispuesta a desaparecer a toda velocidad. Y cuando llegó frente a la presencia de Roberto, le dejó la bolsa completa con el dinero, sin embargo, Roberto no se inmutó y lo que hizo fue señalarle a Beatriz la presencia de Nicolas detrás de ella.

—Nicolas —suspiró, abrazando a su amigo—. ¿Le hicieron algo, lo lastimaron?

—No, Betty —respondió—. Perdóneme... Fui la carnada perfecta, todo esto es mi culpa.

—¿De qué me está hablando, Nicolas? —interrogó—. ¿Por qué todos están actuando raro?

—No se culpe por esto, Nicolas. Ya estuvo planeado por mucho tiempo, antes de que ustedes llegarán —intervino Roberto—. Beatriz... Por favor venga y abra la bolsa. Y usted, Nicolas, prenda la televisión.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora