Capítulo 25

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Cuando Beatriz y Daniel salieron de la bañera, cada uno se vistió por separado. Mientras Daniel arreglaba su cabello, Beatriz preparaba el desayuno para ambos, consciente de que no había desayunado. Sin embargo, mientras cocinaba, sintió que su estómago se revolvía y tuvo la necesidad de vomitar. Lamentablemente, no tuvo tiempo de llegar al baño, así que vomitó en el lavadero.

Luego sintió un alivio enorme y limpió todo rastro de vómito con agua. Se lavó las manos y la cara, luego enjuagó su boca antes de volver a preparar el desayuno. Por un momento, se tocó la frente buscando alguna señal de fiebre, pero no encontró nada fuera de lo común. Aunque no recordaba haber comido algo que le cayera mal, decidió ignorar su malestar y priorizó su desayuno.

—Betty, tome su amigo el indigente la está llamando —habló Daniel, entregándole el teléfono—. Siéntese, yo sirvo.

—¿Aló, Nicolas? —saludó Beatriz, sentándose mientras veía a Daniel.

—Oiga, ¿acaso el vampirin la llamó Betty y no Beatriz? —preguntó entre risas—. Yo sabía que ustedes dos estaban juntos, pero el frentoza está que me rompe los tímpanos. Disque ustedes no durmieron juntos, ¿ya oyó, frentoza? Betty está con Daniel.

Beatriz retiró el teléfono de su oreja, sintiendo los gritos de Armando de manera abrasadora. Cuando sintió que su grito había terminado, volvió a acercarlo a su oído, temiendo lo que le podía contar. Esperaba, ansiosa, que su amigo y Armando terminaran su discusión, y le dio una sonrisa a Daniel como agradecimiento, por dejarle el plato con su desayuno en la mesa.

—Nicolas, ¿por qué le dijo eso, ah? —preguntó Beatriz.

—¿Para qué más va ser, Betty? Para mortificarlo —respondió entre risas, logrando que Beatriz riera—. Pero, ¿por qué no me aviso que iban a hacer sus cochinadas, ah? En lo que la esperábamos, yo pude comerme algo.

—Ay sí, que pena con usted Nicolas. Pero es que me olvidé de llamarlo —confesó—. Y tenga cuidado Nicolas, que Armando es muy bravo.

—¿Cuál cuidado? Me va a sacar un brazo —informó—. Esta moleste y moleste que le dé el teléfono.

—No, Nicolas. Por nada del mundo le dé su celular, ¿me oyó? Y que ni se le ocurra darle mi número o el de Daniel.

—Betty, páseme el teléfono —dijo Daniel, y Beatriz se lo dió—. Oiga, indigente. Paseme con Armandito.

—¿Qué hubo, Vampirin? —saludó Nicolas, logrando que Armando quedara en silencio—. Sí, ya se lo paso. Tomé frentoza, quieren hablar con usted.

Mientras Armando agarraba con rabia el teléfono de Nicolas, este seguía comiendo su comida, sin inmutarse con el comportamiento agresivo de su amigo. Estaban en un restaurante, sentados a una mesa, con un menú enorme frente a ellos, que acababa de atraer su atención con una deliciosa lista de opciones.

—¿Qué quiere, imbécil? —respondió Armando—. ¿Qué le está haciendo a mí Betty?

—¿Su Betty? —repitió Daniel de manera burlona—. Tch, tch, tch... Se equivoca Armandito, suya no es. No después de... Hacerle el amor en la cama, el baño y, planeamos hacerlo justo ahora en la cocina.

—¡¿Cómo dijo?! ¡Repita eso y juro que lo encuentro por el fin del mundo! —gritó, logrando que Daniel alejara el teléfono de su oído—. ¡¿Me entendió?! ¡Porqué yo lo conozco!, ¡ y no se haga el bobo que con Betty no se va a meter!

—Hm, que lastima —respondió—. Bueno, Armando. Lo dejo, porque ahora me voy a meter con ella, chao.

Mientras colgaba, Beatriz lanzó una carcajada por nervios. Y aunque le resultaban incómodas las discusiones, no podía evitar la satisfacción que le causaba el hecho de que Daniel hubiese sabido enojar a Armando. Pero una carcajada más sonora provenía de lado, donde Nicolas comenzó a reírse al ver que Armando daba vueltas de manera histérica, mientras continuaba gritando a la persona como si fuera un loco.

—¿Pero qué le dijo, o qué? —preguntó Nicolas.

—¡Como le parece que me contó todo lo que hicieron! —respondió—. Que lo hicieron en la cama, en el baño, ¡y que en este momento lo están por hacer en la cocina!

—¿Y qué piensa hacer, ah? Déjelos ahí, que hagan lo que quieran —contestó, comiendo de manera calmada—. Y fresco, frentoza. Que esos dos son como un imán de problemas, ¿cuanto le apuesto que un comentario de Daniel la va hacer enojar?

—¡Que cruz con usted, tontin! —exclamó abrumado—. Ese tipo la llamo con cariño, y en su vida hizo eso.

—¿Cómo así? No pues, ya la perdió —dijo antes de soltar otra carcajada—. Comportese, que así no me lo invitan a la boda.

—¡¿Cuál boda?!, ¡no sea idiota, hombre! Perderla no es lo que me preocupa —respondió, sentándose para calmarse—. Ese imbécil la está utilizando, ¡yo sé porque lo conozco! Piénselo. Está buscando conseguir algo, pero la utiliza a ella para llegar a ese algo.

—Y según su intuición de super macho, ¿cómo qué está buscando?

—Yo no sé, Nicolas, yo no sé —respondió—. Pero le juro que lo voy a saber, y le voy a demostrar a Beatriz que ese tipo es un idiota.

—Ajá, bueno Frentoza. Deje sus celos a un lado y coma su comida que no salió barato.

Beatriz y Daniel se sentaron a comer en completo silencio, disfrutando del momento tranquilamente, como si estuviesen compartiendo un rato acogedor. Cuando finalizaron, Beatriz ofreció ayudar a limpiar los platos, mientras Daniel hizo lo mismo con la mesa. Nadie de los dos estaba acostumbrado al desorden, así que terminaron de dejar la cocina impecable. Pero Beatriz se encontraba absorta en su tarea, que cuando sintió los labios de Daniel en su cuello, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—No estaba bromeando, sí pienso hacerle el amor en la cocina —susurró Daniel—. Pero en la cama toca esperar, a las nueve tengo que ir a la comisaría.

Beatriz rió por nerviosismo, se giró rápidamente, y tomó la cara de Daniel antes de besarlo. Se dejó acariciar por sus manos, y cada vez se sentía más cómoda con Daniel. Cuando él la levantó, la dejó sentada sobre la encimera, y comenzó a desabrocharse el cinturón. Los dos sabían lo que estaba sucediendo, y no era necesario hablar, no había palabras de por medio, más allá de sus besos, y los suspiros que Beatriz soltaba.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora