capítulo 15

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Mientras limpiaba el apartamento, Beatriz observó que había tan poca suciedad, que su trabajo resultó ser más rápido del que esperaba. Al terminar, salió a la calle y caminó hacia "el sitio", que era la plaza donde realizaban sus robos rutinarios. En el camino, se reencontró con Nicolas, y ambos decidieron hacer pequeños robos, sin olvidarse de mirar a las cámaras cada vez que lo hacían. Beatriz les sonreía a todas y cada una de ellas, sabiendo que detrás, estaba puesta la mirada de Daniel.

—Oiga, Betty, Está como... Rara. ¿Qué se hizo? ¿O qué se fumo? —preguntó Nicolas, entregándole una billetera robada.

—No, Nicolas. No sea atrevido, jamás voy a fumar nada, ni más faltaba —replicó—. Lo que pasa es que, mi papá ayer me botó de la casa.

—¿Cómo así, y donde durmió? —interrogó—. ¿Por qué no me llamó, ah?, ¿qué tal y le hubiera pasado algo en la calle?

—No quería molestarlo con mis problemas, Nicolas. Suficiente tiene con los suyos —agregó—. Pero no se preocupe, que ahora estoy en un apartamento... Acogedor.

—¿Pero de donde sacó tanta plata para conseguir uno, Betty? Lo de ayer no fue ni la mitad de lo que cuesta una noche.

—Sí, pero... —Beatriz evitó la mirada de su amigo, y buscó otra excusa—. Nicolas, ¿qué pasó con Armando? Usted dijo que hoy lo íbamos a contratar.

—No crea que se salvó por cambiar de tema, no, no, no —indicó—. Pero cambiando de tema, ayer me hizo creer que no hablaríamos con él. ¿Quiere que lo llame?

—Hágalo, Nicolas —aceptó, sonriendo a otra cámara—. Dígale que venga ya para la plaza, que es urgente.

Tan pronto Beatriz dejó de hablar, Nicolás sacó su celular y marcó el número de Armando. Le indicó la dirección de la plaza y le advirtió que su encuentro debía mantenerse en secreto, confiando en la discreción de Armando Mendoza. Mientras Beatriz y Nicolas esperaban, en un momento en particular, un auto azul oscuro se estacionó en cerca de ellos.

Después de cerrar su puerta, salió una figura que iba adentrándose hacia ellos, y cuando la silueta se aproximó más, una mirada en especial, Beatriz la reconoció en seguida. Era Armando Mendoza, el segundo amor de su vida. Y a pesar del tiempo, jamás creyó que su cuerpo reaccionará en contra de su voluntad, traicionado sus ideas cuando sus brazos lo recibieron con un cálido abrazo.

—Betty —susurró Armando, conmocionado—. La extrañé tanto, más de lo que cree. Mírese, está... tan hermosa como el día que llegó a mi vida.

—No exagere, don Armando —respondió entre risas nerviosas—. La betty que conoció no era hermosa.

—Lo era para mí... Y no me diga don Armando, no soy su jefe.

—Ya oyó, Betty —habló Nicolas—. Desde ahora llámelo frentoza.

—¡Ya, hombre! No sea bobo —regañó Armando—. Se lo digo en serio, Beatriz. Desde ahora soy sólo Armando, nada de señor, de don o cosas así, ¿le quedó claro?

—Sí, señ... Armando —corrigió—. Bueno, a lo que venia. Hay algo que necesito pedirle, pero no estoy segura de confiarle este trabajo.

—No, cuénteme. Le prometo que el secreto me acompañará en la tumba —respondió—. ¿De qué trabajo me habla?

—Se trata de ser parte de nuestro grupo, a usted le va a tocar distraer a la gente mientras Betty y yo les robamos —explicó Nicolas—. Por la plata no se preocupe, que nos repartimos el 25% para cada uno.

—¿25%? —repitió—. ¿Por qué el 25%? Somos tres, ¿o será que hay alguien más detrás de todo esto?

—Pues verá... Algo así —respondió Beatriz—. Tenemos de nuestro lado a un policía, así que toda esta zona vigilada, nosotros somos invisibles a esas cámaras por que él las controla.

—Hm, ¿y como así que "él"? —interrogó Armando, interesado por la respuesta—. Cuénteme, Betty. Con confianza.

—¿Y a usted por qué le importa tanto, ah? —intervino Nicolas—. ¿Acepta ayudar o no? Responda, o conseguimos a alguien más.

—No... No, sí acepto —agregó—. Lo que pasa es que me dio curiosidad, pero bueno. ¿Cuando empezamos con todo, Beatriz?

—Hoy mismo, venga con nosotros —dijo Beatriz—. Le va a tocar improvisar, porque yo me encargo de robar y Nicolas de huir con las cosas. En este trabajo es necesario trabajar de a tres, y me alegra que venga vestido de traje, así no nos complica tanto.

Los planes que Beatriz le planteó a Armando, le recordaron a un plan que él había hecho años atrás con Daniel, cuando tenía tan sólo diecinueve años de edad. Aunque en ese momento, la perspectiva de lo que estaban haciendo era muy diferente, Armando nunca imaginó que estuviese participando en una operación tan similar, pero sin duda, recordaba la base de la situación. Por supuesto, en esos tiempos, Daniel le sugirió ganar plata de manera profesional, casi como un par de fantasmas. Pero también fue Marcela parte de ese grupo, y los tres, en una época de oro, robaban tanto que por un momento fueron los ladrones misteriosos más buscados de toda Bogotá.

—Betty... ¿Sigue enojada conmigo? —preguntó Armando—. Le juro que no me casé, cuando nos fuimos, ella... Se fue por su lado, y yo por el otro.

—Armando, olvidemos el pasado, por favor —pidió ella, suspirando—. Somos diferentes ahora, todo cambió.

—Oiga, frentoza —llamó Nicolas—. ¿Cuál era el nombre completo de su supuesta ex prometida, ah?

—Ah, Marcela Valencia —contestó, y Beatriz se detuvo en seco—. ¿Por qué? ¿Qué le pasa, Betty?

—¿Valencia? —repitió abrumada, uniendo todos los rompecabezas de golpe—. Ella... ¿Tiene hermanos?

—Sí, Betty. Daniel Valencia, el mayor —contestó, extrañado por la reacción de Beatriz—. Y su hermana menor, María Beatriz Valencia.

Beatriz y Nicolas intercambiaron miradas de sorpresa, dado que al recordar aquellos hechos, de repente todo hacía sentido, y podían conectar los puntos, donde Daniel no sentía amistad hacia Armando, sino, todo lo contrario. Mientras reflexionaban, Beatriz se volvió a percatar de una cámara cercana, y no podía evitar sentirse observada, o que alguien escuchara lo que pensaba en su mente en ese preciso momento.

—Tch, idiota —exclamó Daniel, levantándose de su sitio.

Daniel estaba convencido de que Armando le había delatado, y no pensaba tolerar una traición. Abrió la puerta de su sala de vigilancia, en un intento por salir e ir a enfrentarlo. Pero su deseo de venganza se vio interrumpido cuando vio la figura amenazante del hombre que detestaba. Y detrás de él, lo acompañaban otros que le llevaban una fidelidad aparentemente incondicional.

—¿Qué hubo, Danielito? —saludó el hombre.

—Otra vez no —susurró—. Tengo... Tengo un poco de plata, déjeme se lo entregue todo.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora