Capítulo 2

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Mientras se dirigían hacia la plaza, Nicolas y su amiga se dedicaban a bromear entre ellos sobre lo que pensaban hacer con el próximo "vacilón". Parecía ser una tarde de diversión, aunque antes de llegar a su destino, tuvieron que ir a ver a su jefe. El jefe era un tipo aguerrido y detestaba los retrasos, así que debían llegar a tiempo.

—Oiga Betty, como que esta haciendo hambre, ¿no? Será que podemos comer algo antes de ir para allá —sugirió Nicolas, arreglando su cabello.

—No sea bobo, Nicolas. Como lleguemos tarde, don Roberto nos terminará buscando —contestó—. Tanto usted como yo sabemos lo peligroso que es ese hombre, ahora camine.

—Sí, betty. Pero más peligroso soy yo si no desayuno —respondió—. ¿Y qué le dijo a su papá?

—No, Nicolas. Dijo que si yo no renunciaba a la supuesta Ecomoda esa, que me saca a rastras de allá —contó entre risas—. Si supiera en la que ando, mínimo me saca la cabeza.

Entre risas y bromas, los dos amigos entraron a una zona muy poco frecuentada de la ciudad, y de repente se encontraron con una gran casa custodiada por hombres armados. Ellos no pidieron ninguna autorización para entrar, y al llegar a la parte posterior de la vivienda se encontraron con unas cuantas paredes de televisores viejos, desde donde salía una gran cantidad de objetos ilegales.

—Don Roberto, ¿cómo le va? —saludó Nicolas—. Vea, acá está su plata. Ayer nos fue imposible, la lluvia nos quitó parte del trabajo.

—Buenas tardes, muchachos —saludó Roberto, levantándose de su silla y rodeando su escritorio—. Sí, yo sé. Pero no se preocupen.

Con una mirada furiosa y una sonrisa forzada, Roberto tomó los billetes con una mano. Con sus dedos se fijó en el contenido del fajo y extrajo dos billetes, uno para Beatriz y otro para Nicolas. Pero para Nicolas, la repartición no era justa y sentía cólera por el descuido del jefe. Antes de poder protestar, sintió la mano de Beatriz en su hombro.

—Con todo respeto, don Roberto —habló Beatriz—. Pero esta plata no es ni la mitad de lo que a diario le traemos.

—Mire, Beatriz —contestó Roberto, acercándose a ella—. Si quieren un sueldo mayor a este, traigan una suma más grande, eso es cosa de ustedes.

—Sí, señor —dijo Beatriz, mirando los ojos de Roberto de manera desafiante.

—Perfecto, querida. —Roberto le acarició la mejilla y le sonrió.

—Disculpe, señor —interrumpió Nicolas—. ¿Pero un arma, no? Los robos son difíciles, las necesitamos para asustarlos.

—Ah, sí. —Roberto caminó hasta su escritorio y sacó un arma, la misma con la que los apuntó.

—Oiga, tranquilo —suplicó Nicolas, levantando sus manos.

Ambos, con la mente en blanco y su corazón latiendo a toda velocidad, mantuvieron las manos en alto y miraron la punta del arma, preguntándose si su vida acabaría a los pocos segundos. Sin embargo, a pesar de que el dedo de Roberto presionaba el gatillo, nada sucedió. No salió ninguna bala, sino que brotó pequeños chorros de agua. Los guardias se carcajearon, y Roberto sonrió de manera divertida.

—¿Sí creyeron que los mataría? —Roberto le dió el arma a Nicolas y le entregó un pañuelo a Beatriz—. Vean, jamás les haría algo así. Yo no, pero mis muchachos piensan por su cuenta. Además, jamás les daría un arma real, ¿saben los peligros que implicaría algo así?

—Sí, cómo no —dijo Nicolas, recuperando el aliento ante semejante susto.

—Miren, les tengo un trabajo excelente —contó Roberto, sentándose sobre su escritorio—. Hay un hombre que falsifica billetes casi idénticos, es un de los mejores acá en Bogotá. Gana millones a diario, y yo... Necesito la plata real.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora