capítulo 6

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Para Daniel, su trabajo no era del todo fácil. Su horario era de doce horas y esto implicaba que, desde la mañana hasta la noche, debía vigilar las cámaras de la zona, para la seguridad de todos. No obstante, aunque era fácil observar las pantallas, este dejaba una gran marca en su salud. Durante todo el día, sufría el peso de las horas sentado y la fatiga que conllevaba ser vigilante.

—Interesante... —escuchó Daniel, haciendo que su piel se erizara—. Pronto nos meterán cámaras debajo de la cama, en el baño... En el culo. ¿Será que ya lo hicieron?

—Ya dije que le pagaría —respondió Daniel, observando la cara de su verdugo—. Deme tiempo.

—¿Tiempo? Daniel, el tiempo tampoco te quiere —contestó el hombre—. ¿Sabe? Sus hermanas son muy hermosas...

—¡Con ellas no! —gritó, pero fue sostenido por dos hombres más—. No las toque, haga lo que quiera conmigo.

—Mírenlo, tan lindo. —Se burló, sosteniendo un arma con la cual golpeó a Daniel en la cabeza.

—Yo se... Lo pago —repitió—. Pero con ellas no se meta.

La sangre goteaba por la frente de Daniel, como agua en una cascada. A pesar de que su cuerpo reclamaba auxilio, Daniel continuaba en posición erguida, pero no por fuerza o intimidación, sino por el compromiso que tenía. Aquel hombre era un criminal que solo pensaba en el beneficio propio, sin importarle a quien pudiera perjudicar con sus actos. Aunque temblara por dentro, Daniel se disponía a enfrentarlo porque su orgullo así se lo reclamaba.

—Bien... Pero lo que pasa es que, necesito más sangre de usted —habló el hombre—. ¿Qué le haremos ahora, muchachos? Aceptó propuestas.

—Jefe, ¿será que nos llevemos un dedo suyo? —sugirió uno—. De esa forma nos quedará otros nueve más.

—No sea idiota, jefe puede tallar su nombre en la muñeca de este marica —continuó el otro—. Para que le quede claro quien manda.

—Me gusta esta idea —dijo su jefe, aproximándose a Daniel mientras sostenía la navaja en sus manos.

Los gritos de dolor de Daniel sonaban como un coro, con cada suspiro exigiendo ayuda. Aunque todo su cuerpo reclamaba piedad, su mente permanecía firme en defender a las personas a quienes más amaba, y que eran sus hermanas menores. A pesar de que no tenía seguridad de lo que le esperaba a él, seguro estaba de que ese hombre no pondría un pie en el camino de sus hermanas.

—¿Sí vieron muchachos? Con esto le queda claro —confirmó el jefe—. Vamonos... Ah y Daniel, espero ver mi plata

Cuando por fin, la habitación se quedó vacía, Daniel se sentó en el suelo, y se cubrió la herida para detener la hemorragia. El agotamiento lo estremecía, pero en un último esfuerzo, dirigió su mirada hacia las cámaras. Entonces, una pantalla en particular atrajo su atención. Vio cómo Beatriz levantaba su pulgar frente a una cámara, como si deseara comunicarse con él. Y quizás, ese simple gesto fue su luz de esperanza entre toda esa oscuridad, causando una pequeña sonrisa en su rostro.

—¿Y ahora qué, Betty? —preguntó Nicolas, observando la cámara—. Toda este misterio me dió mucha hambre. ¿Nos vamos para un puestito de comida?

—Bueno, Nicolas. Pero vamos para la plaza —respondió, sin mirarlo—. ¿Será que allá se aparece?

—Yo no sé, pero lo que sí sé es que tengo hambre. Hágale, muévase que la comida me está esperando.

La hora parecía tenerse en cuenta para retrasarse. Cada minuto se hacía eterno, y ni Beatriz ni Nicolas podían evitar sentir el peso de la ansiedad mientras permanecían en la plaza. Después acabarse una simple hamburguesa, ambos esperaron un momento más, exhaustos por tanta imputualidad. Pero al mirar el horizonte, Beatriz vio el rostro de Daniel, y el corazón comenzó a latirle a toda velocidad.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora