capítulo 22

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Para Beatriz, los días y semanas que pasó durmiendo en el parque, o por las calles, la habían dejado exhausta. Por mucho que robaba, siempre le costaba conseguir un lugar donde dormir, y siempre pensaba en cómo superar toda esa desgracia. Aunque le pesaba cada vez más en la mente, no podía imaginar alguna solución que la librara de la miseria y la soledad. Y se lo notaba en sus ojeras, pero a pesar de tener plata, siempre se lo enviaba a su padre a través de Nicolas.

—Señorita —La llamó un señor—. Señorita, mucho gusto. ¿Me da unos minutos?

—Eh, sí cómo no. ¿Qué necesita? —preguntó Beatriz.

—Mire, me comprometí a darle estas llaves de un apartamento a usted —informó, entregándole las llaves—. Podrá tener un techo donde refugiarse, y le aseguro que allá tendrá un hogar por lo que queda del mes.

—¿En serio? Pero... Yo no puedo pagarlo, es mucha plata —dijo Beatriz, observando las llaves.

—No, no, no... No se preocupe, está pagado —respondió el hombre—. Es que yo... Trabajo cerca de acá, y la veo muy sola en este lugar. Merece un lugar donde descansar.

—¿Qué quiere a cambio?

—No, nada. No se preocupe, me recordó a... Mi pequeña hermana, e-ella vivió en las calles y yo no pude ayudarla —contó—. Mire, por favor acepte las llaves. Con eso podrá pagarme, ¿sí?

Beatriz, conmovida y agradecida, aceptó las llaves, y dio un fuerte abrazo al desconocido. Las lágrimas se le escurrían por sus mejillas, y se le humedecieron los ojos de agradecimiento. Pues con esa incertidumbre, sentía como el tiempo no avanzaba, y se sentía condenada a una vida en la calle, sin respuestas, sin refugio, y sobre todo, sin un propósito. Pero esa noche se sentía un poco mejor sabiendo que podía disfrutar de unos días en una habitación acogedora.

—Oiga pero... ¿Donde queda el apartamento? —preguntó Beatriz.

—Ah... Déjeme la llevo, ¿sí? —sugirió—. Es que, allá tienen que verme para dejarla pasar.

Beatriz no estaba completamente convencida, pero aceptó la invitación de ese señor. Durante el viaje, comenzó a notar que las calles por las que se movían eran las mismas de su recorrido diario al apartamento de Daniel, y se preguntó si realmente iría para ese lugar. Pero no se equivocaba. Cuando pensó que el viaje terminaría allí, se dio cuenta que siguieron yendo hacia otro edificio, y al darse cuenta, era exactamente el lugar donde vivía Daniel.

—Es ese, tome las llaves y... Descanse —dijo el señor.

—¿Por qué este edificio? —interrogó—. Dígame, ¿cuál es su nombre?

—Mi... ¿Mi nombre? —preguntó, rascándose la nuca mientras la veía.

—Sí, su nombre —contestó—. Usted no me lo dijo.

—Pues... Mi nombre es Wil-Wilson —informó—. Bien, me toca irme para el trabajo. Pero cuídese, ¿me oyó?

De alguna manera, ese nombre le resultó familiar y cuando el señor ya no estuvo en su vista, ella tomó su bolso e ingresó al edificio. El recepcionista de la residencia la saludó con amabilidad, y la llevó al área privada donde estaba su habitación. Beatriz se sintió un poco aliviada al saber que no compartiría el mismo piso que Daniel, porque ella estaba un piso arriba de él, y lo mejor de todo era que la habitación era amplia y muy cómoda. A pesar de todo eso, no podía evitar sentir la angustia de saber que su vida estaba en la manos de un desconocido por haber aceptado toda esa gratitud.

Beatriz estaba convencida de que esa noche había llegado su oportunidad, y estaba emocionada de comenzar a construir un futuro distinto al que conocía. Pero, cuando estaba emocionada por su futuro, escuchó un sonido que la sacó de su alegría. Era el sonido de la puerta de su apartamento, y a medida que se acercaba a abrirla, sintió cómo se le helaba la sangre.

—Está arrestada por robo y fraude, señorita —dijo el policía—. Por favor, colabore y ponga sus manos sobre su cabeza.

—Pe-pero yo no hice nada, ¿por qué me están llevando? Yo no entiendo —preguntó desorientada, mientras le colocaban las esposas.

—Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra. Tiene derecho a un abogado. Si no puede pagar uno, se le asignará uno —Informaba el policía—. Tiene derecho a una llamada. Puede comunicarse con algún familiar o persona de confianza para notificar su situación.

Mientras los agentes la llevaban a la comisaría, no podía evitar sentir que su alma se escapaba de su cuerpo. Con todos los pensamientos en su cabeza, solo se sentía confundida, aunque sabía que había cometido robos, no entendía cómo fue que lograron encontrarla.

—¿Qué hace acá, Beatriz?

Beatriz miró los ojos de la persona que le hablaba, y lo que vio enfrente de ella la dejó atónita. Era Daniel, el hombre al que le había entregado toda su confianza y amor. Y aunque sabía que era él, se sentía profundamente decepcionada al ver la expresión burlona en su cara, la cual le causó una punzada de dolor en el corazón. No pudo soportarlo, y bajó la mirada al suelo.

—¿Usted me delató? Ni más faltaba —susurró desanimada—. ¿Será que también va a meter a Nicolas?

—No, Beatriz. Yo no la metí, acá —comentó, logrando que lo mirara—. ¿Por qué le aceptó las llaves a ese tipo, ah? ¿Es que es una tonta? Señores, liberen a esta mujer, ella es inocente y tengo pruebas.

Un policía se acercó a la reja y la abrió, mientras Daniel le indicaba que saliera. Ella avanzó hacia él y sintió cómo él le tomaba la muñeca, arrastrándola por unos pasillos hasta llegar a una oficina. Al entrar, se encontraron con una mujer anciano que, al verlos, se quitó los lentes antes de masajear su sien.

—¿Y ahora qué quiere, Valencia? —preguntó la anciana—. ¿Por qué liberó a esa detenida sin consentimiento?

—Permítame le explico. Esta mujer no es la detenida correcta —informó, soltando a Beatriz—. Mis cámaras grabaron la cara del verdadero culpable. ¿Quiere saber quien es? El mismo hombre que se le escapó a usted por su falta de vigilancia...

—¿Wilson? —preguntó Beatriz, mirando a Daniel—. Ese señor... Llegó a la plaza, y como yo no tengo un...

—Una experiencia adecuada para decir "no". Así que por eso se metió en este problema —interrumpió Daniel—. Ella vive conmigo, señora Sandoval. Yo la tengo a mi cuidado, la conozco, mis cámaras tienen la evidencia de mis palabras. cuando ella se cruzó con... Ese tal Wilson, le entregó las llaves robadas del apartamento.

—Sí es así entonces... Le pido disculpas por el inconveniente, señorita —dijo la mujer—. Permítame ofrecerle algo como sincera disculpa, ¿le parece? Es que... Ya estoy muy anciana, y tomaré esta equivocación como una señal para me retiro

—Hm... ¿Y qué planea ofrecerme? —preguntó Beatriz.

—Primero déjeme preguntarle algo, ¿qué relación tiene con Valencia? —interrogó la señora—. Es que... Este hombre no ayuda ni una mosca y...

—Sí, saltemos esa parte —interrumpió Daniel—. No es necesario darle mi biografía completa, ¿no?

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora