capítulo 23

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En esa oficina, el eco de la risa de la anciana resonaba, ella conocía a Daniel desde que era apenas un niño. Conocía su transformación tras la pérdida de sus padres y cómo el trauma le había causado un trastorno de personalidad antisocial. A pesar de ello, le tenía un aprecio incondicional.

—Mire, señorita. No tengo mucho para ofrecerle, además de que no acostumbro a dar regalos, pero... Le ofrezco la posibilidad de hospedarse en la habitación que ese ladrón le ofreció —Continuó la anciana—. Y no se preocupe que desde ahora, ese apartamento será suyo, yo me encargaré personalmente de pagarlo.

—Hm, se lo agradezco señora Sandoval...

—Llámeme Inés —interrumpió—. O Inesita, como prefiera.

—Bueno, Inés... Lo que pasa es que, yo no quiero abusar de esa manera —explicó Beatriz—. Sé que se equivocaron, pero también fue mi error aceptar ayuda de un desconocido. Así que, no se preocupe por ese regalo.

—Muy bien, muchacha —respondió—. Valencia, necesito decirle algo. Yo lo conozco desde que era un niño, y le tengo mucho aprecio, por eso... Le entrego mi cargo, porque no sólo confío en usted, sino también en su inteligencia y sabiduría como líder.

—Gracias, señora —respondió Daniel—. Le agradezco por su confianza.

—Mire, mañana mismo viene para esta oficina que ahora es suya, ¿me entendió? —agregó Inés—. Ahora... Si no es mucha molestia, querido. ¿Puede salir a comentarle de esta decisión a los demás? Yo lo alcanzo.

Mientras la anciana le hablaba a Daniel, este asintió, saliendo de la oficina, cerrando la puerta a su paso. Pero una vez fuera, la anciana se acercó a Beatriz, y con delicadeza, le tomó la mejilla acariciandola con ternura. Acompañado de su sonrisa, que tenía una ternura aparente.

—Ese hombre está enamorado, querida —comentó—. Cuidelo mucho, ¿sí? Él ya pasó por muchos problemas, y me alegra que te haya conocido, porque lo veo recuperar su brillo.

—¿Qué clases de problemas? —interrogó Beatriz.

—Mire, no quiero hablar mucho sobre él, pero sé que si no lo sabe, estoy segura que él jamás se lo contará —respondió—. Daniel perdió a sus papás cuando era adolescente, y desde ese momento, su trauma le creó ese trastorno que le imposibilita ser... Cortés, y por mucho tiempo se olvidó lo que es vivir.

—¿Qué les pasó a sus papás?

—Como le parece que murieron en un accidente aéreo —contó—. Yo los conocía, eran muy buenos padres. ¿Será que conoce Ecomoda?

—Eh, sí —contestó, intrigada—. La empresa de modas.

—Ellos eran dueños de esa empresa, Daniel recibió esa herencia junto a sus hermanas pero... Las vendió a ese señor llamado, eh... ¡Ah! Juan Manuel —agregó—. Por favor, no diga que yo se lo conté, ¿sí?

—No, ¿cómo cree? En todo caso, muchas gracias por contarme todo esto —Beatriz la abrazó—. Lo que pasa es que él y yo nos peleamos, pero ya mismo le hablaré.

Beatriz emergió de la oficina buscando en los rostros de los agentes a su amado. Pero, a pesar de mirar a un lado y al otro, no lograba localizarlo. Con la confusión instalada en su interior, salió de la comisaría en un intento por buscarlo, y luego de unos segundos, lo encontró, casi lejos de la policía, mirando al cielo estrellado, mientras sus manos se apoyaban en su cintura.

—Gracias —dijo Beatriz—. Y perdóneme por... Por pensar que me metió allá.

Daniel retiró su mirada del cielo estrellado y la clavó en Beatriz, quien lo miraba con una mezcla de ternura y preocupación. Entonces, sus ojos parecían tratar de transmitirle un mensaje. Luego, con aire determinado, sacó del bolsillo interior de su abrigo las llaves de su apartamento, y se las entregó esperando que ella las aceptara.

—¿Por qué me los da? —preguntó, sosteniendo las llaves.

—Quédese en mi apartamento, Beatriz. Mi nuevo cargo, me alejara de ese lugar —respondió—. Seguiré vigilando las cámaras, por eso no se preocupe. Pero procure que ningún otro policía la detenga desde ahora.

—Sí, ya aprendí —comentó—. ¿Pero cómo así que se alejará de su casa?

—Sólo será un día, quizás dos... No sé, pero quédese allá por el momento —agregó, mirando el cielo.

Beatriz guardó las llaves en uno de sus bolsillos del pantalón, y se acercó lentamente a Daniel, abrazándolo con una mezcla de timidez y agradecimiento. Y mientras sentía su calidez, temió que él se alejara. Pero en lugar de eso, notó cómo Daniel acariciaba su espalda con delicadeza, como si ella fuera algo frágil que no deseaba romper.

—¿Qué le dijo Inés sobre mí, Beatriz?

—Hm, no. Sólo que usted estaba enamorado.

El estruendo de la risa de Daniel resuena en los oídos de Beatriz, y cuando la oyó, pensó que no era una risa de alegría, sino más bien una carcajada de ironía. Entonces, en un intento por entenderlo, levantó la mirada hacia su cara. Allí, reconoció la irónica sonrisa de su boca, la misma que mostraba cuando consideraba una situación con total estupidez.

—¿Y por qué le dijo eso, ah? —preguntó, bajando la mirada—. ¿Por qué la saqué de allá?

—No —respondió, acariciando su mejilla—. Porque ella vio que su brillo volvió después de todo lo que le pasó.

—Se quitó los lentes, la luz le habrá pegado mal —contestó—. Es una anciana, Beatriz.

—Bueno, si usted no lo está... Entonces déjeme contarle que yo sí —Beatriz alejó su mano y retrocedió—. Pero, gracias por las llaves y no se preocupe, allá sólo me quedo una noche.

Mientras Beatriz se retiraba de su cercanía, a Daniel le invadió un deseo profundo de llamarla, tocarla o incluso besarla. Pero, a pesar de ese impulso, sus pies permanecieron inmóviles. Sabía que ella lo amaba, lo sabía desde que, a pesar de su mala actitud, ella siempre volvía a su lado, buscando darle una oportunidad.

Pero Daniel no estaba preparado para amar, ni siquiera sabía qué se sentía dar amor a una persona, o la libertad de entregarse uno mismo. Y al encerrarse en su propia reja de seriedad, había olvidado lo que era el afecto, y lo que sentía al vivir sin barreras. Ahora, sólo se encontraba al borde de la resignación, y temía que fuera demasiado tarde para que alguna vez volviera a sentirse libre junto a alguien.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora