capítulo 8

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Una vez que los tres estuvieron listos, salieron del lugar donde se habían preparado por semanas , y se encaminaron hacia la plaza, a la que se referían como "el sitio". Durante el camino, Daniel los instruía, les daba todos los detalles, y les advertía de todo lo que podía salir mal. Ambos asentían, e intentaban retener todos los detalles, ya que la idea de su primera "misión".

—En esto siempre deben trabajar de a tres, uno distrae, otro roba y el otro se escapa —explicó Daniel, buscando su víctima—. La mochila es mejor que los bolsillos, los bolsillos traseros son mejores que los bolsillo delanteros y... Jamás practiquen con los bolsillos delanteros, todavía no sirven para eso.

—No, pues que linda su fe por nosotros —dijo Nicolas.

—Mire, allá hay uno —señaló Beatriz, y Daniel volteo para esa dirección—. ¿Quién va a distraer?

—Hoy me toca a mí, Beatriz a usted le toca robar y usted, indigente. Le toca escapar —indicó—. Pero no sea idiota y se pone a correr, caminé normal, cómo si nada estuviera pasando. Y oculte las cosas debajo de todos los lugares que tenga su traje, ¿me oyó?

El momento en que la oportunidad llegó, Daniel se acercó a la persona elegida como víctima. Usó el mismo truco del cigarrillo, mientras Beatriz le robaba la billetera. Al hacerlo, la entregó a Nicolas, y luego, como acordado, tocó la espalda de Daniel para hacerle saber que debían escapar del lugar, lo que hicieron sin demora alguna. De camino, Beatriz intentaba calmar su entusiasmos, porque su entrenamiento había resultado.

—Que asco —dijo Daniel, tirando el cigarrillo a un lado.

—¿No fuma, señor Valencia? —preguntó Beatriz—. Verá yo pensé que sí, ¿cómo le hace para no consumirlo?

—No fumarlo —respondió irónicamente—. Vaya Beatriz, le toca distraer.

Beatriz empezó a buscar su siguiente presa, y al poco tiempo, encontró a una mujer. La observó de una distancia prudente, y pudo notar la gran cantidad de billetes en su bolso. Por eso, le dirigió una sonrisa amistosa mientras se acercaba a la mujer. La mujer sonrió a su vez, sin tener la más mínima sospecha de los planes que Beatriz y sus acompañantes tenían.

—Perdóneme las molestias, ¿pero será que puedo preguntarle una dirección? —habló Beatriz.

—Sí, como no —respondió la mujer—. Cuénteme, ¿para donde quiere llegar?

—Eh, lo que pasa es que... Me contaron que hay un banco por acá cerca —continuó Beatriz—. Pero llevo caminando por horas y me perdí.

—Mire, siga por allá derecho. Luego doble a la primera cuadra y caminé otras dos —indicó—. Vea, tiene que tomarse un bus al llegar porque le aseguro que se va a cansar.

Cuando Beatriz notó que Daniel se iba, se dio cuenta de que ya habían completado el robo. Así que, con una sonrisa, le agradeció a la mujer la generosidad que mostró al prestarle información, y se unió a su amigo y a Daniel. Ninguno de ellos dijo una palabra mientras continuaban su paseo, ya que tenían por delante una nueva misión.

El tiempo parecía no pasar. El día iba avanzando con cada nuevo objeto robado, y sin embargo, nadie se enteraba de nada. Las personas iban caminando y no sospechaban nada de esos tres que, a pesar de todo, tenían un rostro amable y una sonrisa constante. En la medida que pasaba el tiempo, a Beatriz se le hacía más fácil robar, y empezó a soltarse cada vez que le tocaba distraer.

—Déjeme ese señor a mí, Nicolas —pidió Beatriz, y Nicolas asintió.

Beatriz estaba acostumbrada a robar a gente que no conocía, pero esta vez sintió una sensación nueva y desagradable. Al acercarse a una persona que tenía el rostro oculto, y al ponerle la mano en el hombro, vio con horror que la persona era alguien con quien ella estaba familiarizada. Era su propio padre, y por primera vez, comprendió el miedo y la angustia que implicaba su trabajo.

—¡¿Papá?! —dijo Beatriz con preocupación.

Beatriz intentó detener a Daniel antes de que se acercara a su padre. Pero, antes de que lo hiciera, Nicolas logró apretarle el brazo, pidiéndole que no se acercara más. Entonces, su papá volteó y vio a una figura conocida, la figura de Nicolas acompañado de otro hombre.

—Nicolas, venga para acá —ordenó don Hermes, y vio que el mencionado se acercaba—. ¡¿Se puede saber qué hacen ustedes dos acá?!

—N-no, papá lo que pasa es que... Que nosotros. —Volteó para ver a su amigo y Nicolas la miró con complicidad.

—Buenas tardes, señor. Es un placer conocerlo —intervino Daniel, extendiendo su mano a don Hermes—. Mi nombre es Daniel Valencia. ¿Usted es su papá? Déjeme felicitarlo, su hija es una excelente empleada. Aunque... Su amigo no lo es tanto.

—Respete —susurró Nicolas, pero fue pellizcado por Beatriz.

—Ah, pues el placer es todo mío. Mi nombre es Hermes Pinzón, para servirle —respondió su saludo—. Oiga, ¿entonces es usted el jefe de esa empresa...? ¿Cómo se llamaba, mija? ¡Ah! Esa empresa Ecomoda. Déjeme decirle una cosa, no permito que mi pequeña llegue a casa a altas horas de la noche, y le pido un favor, no cambie sus horarios que ella llega muy cansada, también sé que es parte del trabajo... ¿Pero porque siempre llega con moretones? ¿No será que allá me la maltratan?

—Ay no, papá por favor —interrumpió Beatriz—. Nicolas hágame un favor, por favor llévese a mi papá para la casa.

—No, Betty. ¿Cómo así y usted que va hacer? —preguntó don Hermes.

—Mire... Señor Pinzón —habló Daniel, observando la hora en su reloj—. Me temo que se confundió de jefe. Yo no soy esa bestia que controla Ecomoda...

—¡Es mi nuevo jefe! —interrumpió Beatriz—. Yo renuncié a Ecomoda, papá. Él es mi nuevo jefe y ahora nos estábamos devolviendo para el trabajo.

—¿Ah, sí? Me alegro, mija. Esa empresa la estaba exigiendo mucho —contestó—. ¿Y de qué decidió trabajar ahora?

—Es mi asistente, señor Pinzón —respondió Daniel—. Soy policía, pero también trabajo como gerente de recursos financieros del gobierno

—Bueno, don Hermes —intervino Nicolas—. Déjeme yo lo llevo, usted sigan que los alcanzo después.

—No, Nicolas. Yo me puedo ir solo —informó don Hermes—. Fue un placer, doctor Valencia. Y ustedes dos no se metan en problemas, ¿me entendieron? Y oiga Betty, ¿por que lleva puesto esa falda tan corta, ah?

—Ya, papá —suplicó—. Yo se lo explicó en la casa, es que nos urge volver para el trabajo.

Don Hermes le clavó una mirada de desaprobación a su hija, pero guardó silencio. Luego, le sonrió a Daniel de una manera cortés y agradable. Se despidió de ellos, con un gesto de disgusto en su rostro, y partió de la plaza, con una expresión solemne y seria en su cara. Los tres observaron cómo se iba, y al momento, el alma de Nicolas y Beatriz regresaron a su cuerpo.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora