capítulo 16

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Mientras Armando distraía a su víctima, Beatriz y Nicolas robaban y huían. Su movimiento era rápido, y pronto se encontraron con la oportunidad de escapar con algo de valor, pero Beatriz, aceptando el reto del juego, mostró algo de lo que había robado ante las cámaras, y ese fue un grave error, pues, detrás de esas cámaras no los veía Daniel.

—Increíble... Que hermosa muchacha, ¿cierto chicos? —preguntó el líder, y todos asintieron—. Parece que Daniel consiguió un poco más de entretenimiento.

Daniel no pudo responder, pues todo lo que salía de sus labios eran gritos de dolor. El cuchillo atravesando su carne, teñía de rojo todo lo que se encontraba a su alrededor. Su cuerpo temblaba a cada cortada, y se sentía aturdido de pies a cabeza. Estaban torturándolo, como lo habían hecho muchas veces antes, pero esta vez, su jefe le dijo que uno de sus hombres grabaría su nombre en el otro brazo sano.

—Listo, jefe —informó uno de sus hombres—. ¿Qué le hacemos ahora?

—Nada, suelten a ese idiota —ordenó, viendo como tiraban a Daniel—. Mira... Te daré otra oportunidad, porque veo que tienes más equipo, así que quiero mi plata lo más pronto posible. Además... Ya no tienes brazos sanos, ¿qué te cortaremos ahora, ah?

El hombre que dirigía la banda de ladrones se alejó de su sala de vigilancia, mientras su risa seguía desprendiéndose de su boca, mostrando una crueldad total. Daniel se sentía inseguro y asustado, temblaba en el suelo, y la sangre brotando de sus heridas teñía el piso y su ropa. De la esquina de sus ojos, pudo observar una cámara que señalaba a Beatriz, y cuando la miró con atención, observó que ella sostenía un reloj caro que había robado, y todo esto lo hacía con una sonrisa de triunfo en su rostro.

—Betty, ¿por qué le enseña todas las cosas, ah? —preguntó Armando, observando la cámara—. ¿Ese hombre se lo pidió?

—Eh, no. Es un compromiso que tomé —informó—. Es para que vea lo grandiosa que me he vuelto.

Nicolas y Beatriz se partían de la risa, pero eso no pasó desapercibido para Armando, que los observó con una expresión glacial. Antes de que pudiera decir algo, todos fueron interrumpidos por el sonido de un teléfono. Beatriz respondió la llamada, y en ese momento, las risas y los sonidos de la habitación se callaron en absoluto.

—¿Aló? —contestó, quedando en silencio por un largo tiempo—. Bueno, le doy mi palabra que estoy allá puntualmente, chao.

—¿Quién era, Beatriz? ¿Mi papá? No vaya —habló Armando, atemorizado.

—No, no. Era ese policía del que le hablé —respondió—. Escúcheme, Nicolas. En una hora tenemos que ir para su sala de vigilancia.

—¿Quiere que los acompañe, Betty? —interrumpió Armando.

—En otra ocasión será, Armando —informó ella—. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos robando o comemos algo?

—Que falta de respeto, Betty. Hay que priorizar la comida —dijo Nicolas.

Beatriz asintió y siguió a Nicolas hasta un restaurante cercano. Pero por mucho que se esforzara, no podía quitárselo de la cabeza: la voz débil y apagada de Daniel por teléfono. Su preocupación aumentó por momentos, y la inquietud de no saber qué le sucedía a Daniel le nubló el humor. Trató de sonreír, pero fue más bien una mueca forzada, mostrando carente interés por la historia de su amigo, y Armando lo notó.

—¿Se encuentra bien, Beatriz? —le preguntó—. La notó como... Rara.

—Ah, es por el hambre —respondió ella entre risas—. Cuénteme, Armando. ¿Cómo le fue fuera del país?

Beatriz hizo un esfuerzo enorme para dejar de pensar en la voz apagada y preocupante de Daniel, y trató de disimular su inquietud escuchando a Armando. Pero su plan falló completamente cuando llegaron al restaurante, y su apetito desapareció por completo. Trató de fingir interés mientras oía las historias de Armando, pero no era capaz de hacerlo, así que solamente bebió su jugo de mora, esperando que la hora indicada llegase.

—Ahora háblame sobre usted, Beatriz. ¿Para donde se fue que cambió tanto, ah? —le preguntó Armando, sacándola de sus pensamientos.

—Pues, Nicolas y yo... nos fuimos para Cartagena. Allá conocimos a una señora llamada Catalina Ángel, una mujer muy agradable que nos recibió con los brazos abiertos —contó—. Nos ayudó con nuestro cambio, pero por cosas de la vida tuvimos que regresar para Bogotá. Ya sabe, Nicolas tiene a su único familiar acá y yo a mi papá.

—Ya veo, que bonito el gesto de Catalina. Yo la conocí alguna vez, y sí, es una mujer muy agradable —comentó Armando—. ¿Alguna vez pensó regresar para allá?

—¿Pensarlo? Lo deseo. Me gustaría llevar a mi papá, que Nicolas venga y allá formar una nueva vida.

Beatriz estaba emocionada con la perspectiva de regresar a Cartagena, reencontrarse con Catalina y forjar una nueva vida en ese lugar. Por un instante, su mente la transportó a imaginar a Daniel acompañándola en la playa, con un niño en medio; ella sostenía una de sus pequeñas manos y Daniel la otra, mientras corrían por la orilla hacia el agua. No obstante, esta hermosa visión se desvaneció al darse cuenta de lo que estaba pensando.

Porque por más que deseara imaginar ese momento con Daniel, nunca podría ser real. Beatriz se esforzó para seguir escuchando a Armando, pero no podía concentrarse, entonces miró de reojo la hora, y pronto, se disculpó con Armando y le enseñó la hora a Nicolas. Estaba ansiosa por irse, deseaba ver el estado de Daniel.

—Mañana por la mañana nos vemos en la plaza, Armando —informó Beatriz, levantándose—. Gracias por acompañarnos, fue... Fue agradable verlo nuevamente. Rápido, Nicolas. Lléveme en su carro, el lugar queda un poco lejos.

Después de decirle adiós a Armando, Beatriz comenzó a caminar en dirección al carro de Nicolas, y una vez que el motor se encendió, le indicó el camino a donde debían ir con la mayor precisión posible, temiendo que alguna distracción pudiera distraer a Nicolas y que, a partir de allí, quedaran perdidos en algún lugar desconocido. Estaba ansiosa, pero hacía todo lo posible para controlarse.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora