Capítulo 27

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Después de escapar de ese lugar, Armando se encontraba en silencio, sin fuerzas para pronunciar palabra alguna. Con el peso del arma en sus manos disminuyendo, finalmente se la entregó a Nicolás. Luego, se sentó en un banco de la plaza, sosteniéndose el rostro en un intento por ocultar su dolor y sus sentimientos. Mario había sido su primer amigo, y a pesar de las circunstancias que los separaron, Armando no podía evitar sentir una profunda tristeza por lo sucedido.

—Armando, míreme —pidió Nicolas—. No fue culpa suya, ¿me oyó? Era él o nosotros.

—Yo lo mate —sollozó—. Yo no quería, yo no... Él era mi amigo.

—Ya no era su amigo, Armando —respondió, tratando de calmarlo—. Calmese.

—Nicolas —susurró Beatriz—. ¿Por qué no lo vimos? Esa no era nuestra calle... ¿Fue mi culpa?

—Usted también, Betty. No fue culpa de nadie, ¿me entendieron? Que les quede claro, lo que pasó allá fue un accidente —aclaró Nicolas, abrazando a su amiga—. Calmese... ¿Betty? ¡Beatriz!

Cuando Beatriz ya no sintió fuerzas, se desplomó en los brazos de Nicolás. Al presenciar su desmayo, Armando dejó a un lado su propio dolor para acudir en su ayuda, colaborando con Nicolás para acostarla con cuidado en el banco. La preocupación y el cansancio se reflejaban en sus rostros, pero juntos se esforzaban por mantener la calma y buscar una solución a la difícil situación en la que se encontraban.

Por otra parte, mientras salía de la comisaría despidiéndose de sus compañeros de trabajo, Daniel llamó a su chófer. Al llegar a su apartamento, se encontró con la puerta semiabierta y visiblemente destrozada. Al decidir entrar, su mirada se posó en el caos que reinaba en el interior. Sus muebles y decoración estaban hechos añicos, incluso las flores que le había regalado a Beatriz yacían en el suelo.

—¿Cómo le va, Daniel? —dijo un voz, pero cuando Daniel lo vio, sintió un fuerte golpe en la nuca.

En su apartamento, Juan Manuel estaba acompañado, como siempre, por dos hombres. Mientras Daniel recibía golpes uno tras otro, un sentimiento de determinación crecía en su interior. Por primera vez se sintió libre, decidido a no permitir que Juan Manuel le arrebatara su libertad, al menos no en ese momento. Así que golpeó a uno de los hombres y lo usó como escudo para los golpes del otro, esquivó varias patadas, pero intentó acercarse a Juanma, observó que este sacaba un arma.

—Ya basta, par de idiotas —ordenó Juanma—. Hagan lo que les pedí, o se mueren junto nuestro querido amigo Daniel.

Tratando de calmar a Daniel, uno de los hombres le asestó un fuerte golpe en la cabeza, lo que lo hizo caer al suelo. Y, cuando intentaba levantarse, alguien lo agarró de las muñecas y le metió la cabeza en una bañera llena de agua. Daniel no podía moverse, y sabía que estaba a punto de ahogarse, pero lo único que podía hacer era luchar por respirar.

—Sabes, Daniel... No estoy acá por la plata, es lo de menos en realidad —contó, viendo cómo recuperaba el aire—. ¿Sabes por qué vine?

—No... —respondió, escupiendo el agua que había tragado.

—Enviaste a tus amigos para mí zona, mataron a uno de mis hombre y se robaron la plata que me pertenece —contó, asustando a Daniel—. ¿Cómo se llamaba esa linda mujer, muchachos? La líder...

—Beatriz Pinzón —contestó uno de ellos—. Fue ella, señor.

—Exacto, Beatriz Pinzón... —repitió—. La conoces muy bien, ¿o me equivoco, Daniel?

—Imbécil —susurró Daniel, pero le metieron la cabeza a el agua.

—Déjenlo respirar... Mira, Daniel, te propongo un trato que no podrás rechazar —agregó Santamaría—. El trato es este... Tú y yo, fingiremos que nunca nos conocimos, yo olvidaré tu traición, y tú serás libre de todas la deudas. Pero, lo que pido a cambio... es a la líder de ese trío tan espectacular que mandaste para mi zona.

—¡No! —respondió, pero fue golpeado.

—¿No? —repitió—. No pues, que pena. Porque la tomaré a la fuerza, tú aún quedaras con deudas y juro que mataré a tus adoradas hermanitas frente a ti. ¿Qué te parece, hacemos un trato o no?

Daniel se sentía decepcionado, tanto consigo mismo como con todo y todos a su alrededor. Justo cuando pensaba que todo estaría bien y se había dispuesto a confiar en alguien, descubrió que la mujer a la que le había entregado su confianza, lo traicionó al adentrarse en la zona prohibida justo cuando le pidió que no lo hiciera. A pesar de sus advertencias, ella lo ignoró.

—Ella no es la líder —dijo Daniel, intentando persuadir a Juanma—. El líder es su amigo, quédese con él.

—¿En serio? Que pena... Entonces no quiero al líder, la quiero a ella —respondió—. Es tu decisión, Danielito. Piénsalo, ¿por qué arriesgar tu vida por ella, ah? Es una mujer cualquiera, déjala ir y tú ganarás.

—Quédate... Con ella —aceptó, y Juanma sonrió.

—Bien hecho, suelten a ese señor. Desde ahora nadie lo conoce.

Mientras Juanma abandonaba el apartamento, los dos hombres que lo acompañaban arrojaron a Daniel al suelo y lo golpearon hasta hacerlo sangrar, para luego marcharse tras su jefe como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, Daniel no soló sentía el dolor de los golpes, sino también el peso de la decisión que acababa de tomar, y como si fuera la primera vez, se cubrió la cara ensangrentada mientras su orgullo le ordenaba que no llorara.

—¡Nicolas, Betty ya despertó! —informó Armando—. Betty... ¿Cómo está? ¿le hicieron algo?

—No... Que pena, es que no qué me pasa —respondió, sentándose en el banco—. Yo... me estuve sintiendo mal desde hace días. Vómitos, mareos, y ahora este desmayo, ¿Nicolas, que me está pasando?

—Pues, dos opciones —contestó—. Contrajo una enfermedad o está embarazada. ¿Será que siente náuseas cuando huele una comida específica?

—El queso, ay no... Me dan ganas de vomitar de soló recordarlo

—¿Está seguro de eso, Nicolas? —preguntó Armando, desconcertado—. Betty... ¿Quiere hacerse unas pruebas de embarazo? Nosotros la llevamos para el hospital, y ahí nos enteramos qué tiene.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora