capítulo 18

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A pesar de que era de costumbre para Daniel despertarse a las seis de la mañana, ese día, el despertador no tuvo que sonar. El sol había tomado posesión de la habitación, y le dejó claro que había dormido más de lo acostumbrado. Al darse cuenta de esto, Daniel decidió sentarse en la cama y apoyar su espalda en la cabecera. Notó que estaba desnudo, a no ser por la manta que lo cubría, estaría totalmente al descubierto.

Al poner sus pies en el suelo, vio a su lado la ropa que Beatriz le había preparado, consistente en una camiseta gris y unos pantalones negros que había utilizado una vez desde que lo compró. Se levantó con lentitud, y antes de meterse al baño para darse una ducha, se quitó la venda sucia de su muñeca y la dejó en el piso. Se bañó con esfuerzo y entonces, salió del baño completamente vestido mientras secaba su cabello.

Con la toalla aún en sus manos, Daniel notó un aroma delicioso y reconoció que salía de la cocina. Se dirigió hacia la estancia y a su llegada, encontró a Beatriz preparando el desayuno. Al verlo, la mujer dejó lo que estaba haciendo y con una sonrisa acercó sus labios a los de Daniel, y le dio un leve beso en la boca. Daniel se quedó sorprendido, porque no era lo habitual en su rutina, o al menos no después de estar con una mujer. Sin embargo, lo dejó pasar.

—¿Sabe? Yo pensé que no se iba a levantar, mire ya son las doce —informó Beatriz, enseñándole la hora—. ¿Qué le provoca? ¿Jugo o un tinto?

—Ah, eh, café esta bien —respondió, observando el desayuno en la mesa—. Beatriz, llame a su amigo el indigente. Dígale que nos encuentre en el local donde entrenaron.

—Ya mismo lo llamo —contestó—. Pero primero, comase todo o no vamos para ningún lado. Ahora muéstreme su brazo que le voy a poner su venda.

Aquella atención era algo nuevo para Daniel, no recordaba que alguien le hubiera dado tanto amor. Nadie le había preparado el desayuno, nadie lo había ayudado a tratar sus heridas, nadie había estado allí para sentirse preocupada por él. Por un momento, pensó que todo eso era una simple ilusión. Pero cuando se dio cuenta, Beatriz seguía delante de él.

—Ya está, ahora llamo a Nicolas. Mientras coma todo que yo ya vengo.

Daniel intentó encontrar las palabras apropiadas para esa ocasión, sin embargo, era como si no hubiera una forma correcta de describir lo que estaba sintiendo. Él no estaba acostumbrado a esas muestras de cariño, y aunque tenía tantas cosas por decir, no encontraba las palabras que necesitaba para mostrar su agradecimiento. La sensación de que estuviera todo eso escrito en el destino, fue como un extraño regalo en su vida.

—Nicolas dice que para allá va —informó Beatriz, entrando a la cocina—. No me va a creer pero disque me va a matar por dejarlo solo ayer.

—Que lo haga en otra ocasión, necesito la plata, Beatriz —respondió, comiendo su pan—. Ah, ¿y armandito va a estar? Porque no quiero verlo.

—Hm, no sé —contestó—. Lo que pasa es que, Nicolas no respondió a esa pregunta. En su lugar, se la pasó regañandome como lo hacía mi papá.

—Bueno, cambiemos de tema. ¿Cómo descubrió su papá que su hija era una delincuente?

—Para cuando llegue a mi casa, encontré a mi papá en mi habitación —contó, dándole una servilleta a Daniel—. Yo tengo un diario, uno que dejé de escribir después de mi cambio. Pensaba quemarlo, pero no lo hice y él lo leyó todo.

—Tch, tch, tch —negó—. Sólo a usted se le ocurre escribir todo en un diario.

—Sí, por eso me paso todas las desgracias que existen, y como si fuera poco, el destino se inventó unas nuevas y me las lanzó —respondió entre sus risas características—. Pero no estoy enojada con mi papá, y le entiendo su rabieta.

—Cuénteme, Beatriz. ¿Qué le dijo Armando sobre mí? Porque, si no me equivoco, usted se enteró de algo nuevo.

—Ah, sí. Que... Que su ex prometida era Marcela Valencia, su hermana —respondió, incómoda—. Mire, yo sé que mis relacion con Armando estuvo mal pero... Le juro que no supe nada de ella.

—Le creo, Beatriz. ¿Pero que tal si usted lo hubiera sabido? El resultado sería el mismo, de alguna u otra manera, el compromiso de mi hermana con ese idiota no le importaría —agregó, desconcertado a Beatriz—. Porque, el amor que siente una fea por alguien que la trata... más o menos bien, le nubla la vista. Y en su caso, se le nublaría el doble sin sus lentes puestos. Armando es un payaso, Beatriz... Y usted fue su mascota, ¿o me equivoco?

—Yo no... Entiendo, ¿por qué me hace esto? —preguntó desorientada—. Me pide que me quede, me ordena que me vaya. Me trata de manera dulce, y ahora me ofende por una cosa de mi pasado. ¿En serio cree que fui la mascota de Armando? Yo pienso que fui mascota suya. ¿Por qué no mejor me pide que me largue de su vista? Así se ahorra todo su veneno para otra persona.

Beatriz se levantó de la mesa con desgano, y dejó la servilleta en su lugar antes de abandonar la mesa. Trató de calmar su ira al ver la expresión burlona de Daniel, que no estaba tomando en serio lo que ella decía, y parecía encontrar gracia en cada palabra que ella se tomaba el tiempo de decir. Y cuando se disponía a salir de la cocina, su escuchó la voz de Daniel.

—Beatriz... —llamó, y ella lo miró—. Deje las llaves en su lugar, y cierre bien la puerta antes de irse. Ah, y no se preocupe por su bolso, se lo alcanzó en el local.

—Idiota.

—Perdóneme, Beatriz —susurró, sabiendo que ella ya no estaba.

Daniel estaba plenamente consciente de lo cruel que había sido con Beatriz, pero en ese momento, tenía muchas cosas en su mente, y necesitaba desahogarse, aunque eso significara herir a alguien. Sabía que era necesario que Beatriz estuviera alejada de él, aunque eso le causara el mayor de los dolores. Porque sabía que, no solo se jugaba su vida, sino la de sus hermanas, y al tenerla cerca, también el de ella.

Al fin y al cabo, valía la pena correr el riesgo de perder a Beatriz, si eso significaba asegurar la seguridad y la vida de ella. Aunque se sentía miserable por lo que había hecho, no podía dejar de pensar en el bienestar de las personas que amaba, así que, sin importar el daño emocional que esto le causaba, seguiría a la delantera, porque era lo que se esperaba de él.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora