capítulo 9

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Pasaron el resto del día haciendo lo único que sabían hacer; robar. Llenaron sus bolsillos hasta el punto de que no pudieron más, y decidieron alejarse de la plaza. Así, los tres caminaron hacia la parte opuesta, algo lejos, en un intento de no ser descubiertos por las personas que ellos habían estafado. Eran ya las cinco de la tarde, y el sol debajo de las blancas nubes.

—Betty, la invito a comer —dijo Nicolas, abriendo una billetera robada—. Hágale, elija donde quiere ir.

—No sea bobo, Nicolas —contestó risueña—. Yo lo invito a comer, mire yo traigo más.

—El trato es este, 25% para cada uno —informó Daniel, interrumpiendo al par—. Esa es mi condición por todo lo que saben.

—33% —corrigió Nicolas—. Somos tres, no cuatro.

—No, indigente. Vamos a ser cuatro —contestó—. Consigan a otra persona, yo no estaré con ustedes en los robos. Mi ayuda será a través de esas cámaras.

—Mírelo, Betty. Tan considerado —soltó Nicolas—. Claro, déjenos el trabajo duro a nosotros.

—Ya, Nicolas —intervino Beatriz—. Nos beneficia mucho que él vigile las cámaras, imagínese que otro señor las viese. No, ni más faltaba.

—Bueno, bueno. Celebremos este triunfo, ¿no? Es que tengo hambre —sugirió Nicolas—. ¿Qué le parece la idea, Betty?

—Hm, pues... ¿Usted vendrá, señor Valencia?

Daniel miró al sol que ya casi se estaba poniendo, y al momento, vio su reloj. Se dio cuenta de que le faltaba poco tiempo para regresar a trabajar, pero supo que no le haría ningún daño faltar un día. Beatriz parecía tan contenta con la posibilidad a celebrar en un restaurante, que no podía decir que no. Así, sin oponerse, los acompañó.

—Entonces su papá no sabe que su hija es una delincuente —recordó Daniel—. Tch, tch, tch no sólo una delincuente, también una mentirosa. Cuénteme, Beatriz, ¿trabajó en Ecomoda?

—¿Usted la conoce? —interrogó, ignorando sus burlas y también su pregunta.

—Por supuesto —contestó—. Ese lugar es un circo, ¿será por eso que usted vestía como un payaso?

—Parece que usted trabajó allá, porque se cree muy chistosito —respondió Beatriz—. Vea, señor Valencia. Yo intenté trabajar en esa empresa, pero me rechazaron porque una mujer rubia consiguió el puesto y yo...

—Tch, tch, tch —interrumpió—. Patricia es menos atractiva que usted, Beatriz. ¿Qué hizo para no conseguir el puesto de asistente, ah? No, déjeme adivinar. ¿Se vistió como indigente igual que su novio?

—Primero, Nicolas no es mi novio, señor Valencia —contó—. Y segundo, ¿cómo sabe que la mujer se llamaba Patricia?

—Sí usted lo dijo, Betty —interrumpió Nicolas—. Este tipo trabajó allá, pero lo expulsaron del circo porque sus chistes ya no entretenían.

Justo en ese momento, Nicolas soltó una carcajada tan fuerte, que se mezcló con el estruendo de la bocina de un auto que pasaba en la calle. Beatriz sujetó a su amigo con fuerza, lo que lo salvó de ser atropellado por el vehículo. Daniel, en cambio, se burló de la situación.

—No sea estúpido, Nicolas —regañó—. Fíjese por donde camina.

—Ya oyó a su mamá, indigente —continuó Daniel.

Y de allí en adelante, nadie decía nada. Nicolas guardaba un silencio frío, mientras que Beatriz decidió no volver a indagar más sobre su pasado. A Daniel tampoco le agradaba la idea de hablar de sí mismo. En medio de aquel silencio, se encontraron con el restaurante cerca de la plaza. Era un pequeño lugar, con mesas y bancos al aire libre. El aroma de la comida los llamaba, especialmente a Nicolas que ya estaba sentado en una de las mesas.

—Buenas tardes —saludó el mesero—. Acá les dejo su carta.

—Gracias —dijo Beatriz—. ¿Qué va a pedir, Nicolas?

—No, Betty... Pues todo —contestó—. Ya sé, mire voy a pedir este de acá. Es que tengo antojo de carne.

Beatriz, a pesar de contar con dinero, aún estaba acostumbrada a comprar lo más barato. Así que, aunque veía una gran variedad de platos, no sabía qué pedir. Daniel, por su parte, ni siquiera sabía cómo escoger entre los platos. Ninguno de ellos se veían como los platillos que él solía comer. Los dos se quedaron callados unos minutos, hasta que el camarero apareció nuevamente.

—¿Qué les provoca? —preguntó, sacando su pequeña libreta.

—Vino, porque al parecer no tienen nada más que... Jugos —habló Daniel—. ¿Y este plato qué contiene?

—Ah, ese lleva carne, arroz, verduras pero también está mezclado con pollo —contestó—. El arroz mezclado con carne y pollo, pero las verduras separadas.

Daniel hizo una mueca de asco al oir la mezcla de dicho menú. Se tomó su tiempo, y buscó otra cosa. Beatriz, por el contrario, trataba de contener la risa al verlo indeciso. Mientras que, Nicolas, pidió un platillo que consistía en unas carnes con papas fritas, y un jugo de mora. Beatriz, tratando de no gastar mucho, escogió un platillo ligero.

—Ay no, que pesar —susurró Beatriz—. A mi mejor deme arroz con agua.

—El agua se cobra aparte —informó el mesero.

—Entonces sin el agua —contestó, causando que Nicolas riera.

—Mejor anotele lo mismo que yo —interrumpió Nicolas—. No se preocupe por la plata, Betty.

—Perfecto, ¿y usted? —Le preguntó a Daniel.

—Con el vino estoy bien —contestó, entregando la carta—. No me provoca nada.

Cuando el mesero se marchó, Beatriz estaba preocupada por el hecho de que Daniel ni siquiera parecía querer comer. Ella tenía la sospecha de que, como no sabía cuándo era la última vez que había comido, posiblemente tenía una dieta irregular. Pero, a pesar de todo, no sabía cómo ayudarlo. Buscó otro platillo que según ella pudiera gustarle, pero no sabía si le gustaría así que esperó a que su pedido llegara, posiblemente para ver si le provocaba el suyo y se lo compartía.

—¿Mañana no vendrá con nosotros? —habló Beatriz, rompiendo el silencio—. Porque... No tenemos a quién pedirle ayuda.

—No es mi problema —dijo Daniel, acomodándose en la silla—. Consigan a alguien, ya es asunto suyo si los traicionan.

—No, Betty... Sí hay alguien —informó Nicolas, evitando la mirada de su amiga—. Mire... ¿Se acuerda que yo salía de los entrenamientos para comer? Me encontré a alguien en una de esas.

—Hable, Nicolas —ordenó—. ¿Por qué tanto misterio, ah?

—Pues... —Nicolas retiró su mirada de Beatriz y continuó—. Me encontré con el frentoza ese, el Armando Mendoza.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora