capítulo 11

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Daniel era una persona inteligente, y había sabido desde un principio que Beatriz era la amante de Armando. No obstante, deseaba que ella le dijera la verdad, y no quería aceptar que sus conclusiones fueran ciertas. En el fondo, quería oír a Beatriz decir que todo eso era una mentira, aunque sabía que era imposible. Necesitaba esperar a que ella le diera la explicación.

—Sí... ¡Pero le prometo que yo no sabia que estaba comprometido! —contó, tratando de calmar el ambiente—. Le aseguro que yo no sabía. Porque yo...

—No, Beatriz —interrumpió Daniel, levantándose de su silla—. No me interesa su mentira. Suficiente información es saber que no tuvo la dignidad de rechazar a un hombre comprometido.

Entonces, Daniel tomó su abrigo y sacó la billetera de uno de sus bolsillos. Dejó el dinero en la mesa, para pagar la comida, y escapó del restaurante a toda velocidad. Aunque él era muy seguro de sí mismo, la decepción que sentía no se la habían provocado nunca. Desde la muerte de sus padres, jamás había sentido tanto dolor. Había considerado a Beatriz como la mujer indicada, con la que podría hablar de manera normal, sin necesidad de llegar únicamente al sexo. Pero qué grande se había equivocado, porque esa misma mujer, resultó ser una vergüenza.

—¿Ya vio lo que hizo, Nicolas? —emitió Beatriz, levantándose de su lugar.

—¿Me culpa a mí, Betty? Usted fue la que insistió tanto

—¡Pero me hubiera susurrado! —exclamó exaltada—. Yo le iba a entender, Nicolas.

—¿Por qué tanta preocupación, ah? Ni que ese tipo fuera... Esperé, Betty. ¿No se enamoró de él o sí? —Nicolas se levantó y tomó de los hombros a su amiga—. ¡Piense, no sea boba! Suficiente problemas tuvo con Armando, no se meta en más problemas con ese policía corrupto.

—¡¿De qué habla, Nicolas?! Yo no estoy... Enamorada de ese señor —respondió—. Suelteme, y venga conmigo. ¿Qué tal y se le ocurra hacer algo? Con lo que sabemos, parece que él conoce también a don Roberto.

Beatriz llamó al mesero y le pagó la cuenta, antes de ir detrás de Daniel, con Nicolas a su lado. Aunque no sabía dónde él se había ido, estaba convencida de que no debía dejarlo ir sin ninguna explicación. Pero de una cosa estaba segura; no estaba enamorada de Daniel. O era lo que creía, En su mente tenía la duda de si realmente era un sentimiento de amor o solo un interés.

—Espere, Betty. Mire allá —dijo Nicolas, señalando frente a ellos a un grupo de tres robando a las personas, usando exactamente el mismo truco que ellos.

El nuevo objetivo de Beatriz y Nicolas era seguir al grupo de tres, que se dirigía a la plaza de la ciudad. Después de unos minutos caminando, el trío llegó y Beatriz y Nicolas se escondieron detrás de un árbol. Tanto ella como su amigo, quedaron impactados al ver que los tres chicos, se reunían con Daniel Valencia.

—No, pues... Parece que no fue la única, Betty —habló Nicolas—. ¿Sí creyó que no habría nadie más detrás? Sólo imaginese, debe tener a cientos de chicos, iguales de tontos que nosotros. Debe tener mucha plata, está que se baña en oro.

—Se está yendo, Nicolas —respondió Beatriz, señalando el carro que recogía a Daniel—. Rápido, vayamos al carro hay que seguirlo.

—Le apuesto algo, debe estar viviendo en una mansión.

Nicolas encendió el motor del carro y le abrió la puerta a Beatriz. Luego, comenzaron a seguir al vehículo que llevaba Daniel. Mientras iban en la carretera, que resultaba ser un viaje largo, notaron que el otro auto se detenía frente a un apartamento sencillo.

—No es una mansión —comentó Beatriz.

—¿Y ahora qué? —preguntó Nicolas—. ¿Se va a meter y le va a rogar que la escuche?

—No, ni más faltaba... —respondió, observando su reloj—. ¡Mire la hora, Nicolas!, ¡lléveme ya para la casa!

Ante la imposibilidad de continuar siguiendo al otro auto, Nicolas obedeció a Beatriz y la regresó a su casa. Aunque no estaba seguro de lo que estaba sucediendo, le preocupaba mucho que Beatriz pudiera enfrentar un problema. Su padre era una persona dura y explosiva, y no deseaba provocarle más problemas. Así que, en silencio, la dejó frente a su hogar y se despidió de ella.

—Ya llegue, papá —saludó Beatriz, dejando las llaves a un lado—. ¿Ya comió o le preparo algo?

En cuanto no recibió ninguna respuesta de su padre, Beatriz comenzó a buscarlo en todo el hogar. Recorrió la cocina, la sala, hasta revisó las habitaciones, pero no lo encontraba por ninguna parte. Su corazón comenzó a latir con más fuerza y un instinto en su interior le dijo que debía revisar su propia habitación. Subió las escaleras a toda velocidad y, cuando abrió la puerta, lo encontró sentado en el borde de la cama, con su diario en la mano y lágrimas corriendo por sus mejillas.

—¡No lea eso, papá! —ordenó, arrebatando de sus manos el diario—. ¿Qué hace en mi habitación, y por qué revisa mis cosas? Ya no soy una niña, merezco privación.

—¡Beatriz Aurora Pinzón! —gritó enfurecido—. ¡¿Cómo se le ocurrió meterse en la delincuencia, ah?!, ¡¿por qué le hizo todo eso a unos inocentes?! Todo este tiempo, la plata... La consiguió de forma deshonesta, ¡yo no la eduque así, señorita!

—Papá, escúcheme...

—¡Escucharla, nada! —interrumpió, acercándose para abofetearla. Luego de hacerlo, don Hermes sintió que se le rompía el corazón.

—Papá —sollozó, pero recibió la espalda de su padre.

—Ya no es... Mi hija —contestó, conteniendo su llanto—. Yo intenté protegerla, intente ser un padre y madre para usted... ¿y así es como me lo paga? Váyase de mi casa, Beatriz. No acepto a una delincuente debajo de este techo, váyase con Nicolas y quédese ahí porque ninguno será recibido.

Las lágrimas corrieron por las mejillas de Beatriz, al ver a su padre marcharse de su habitación. Se adentró, dejó caer la ropa al suelo, y la recogió rápidamente, guardándola en un bolso que tenía debajo de su ropero. Después, salió de la casa sin decir una palabra más, y en la oscuridad tomó un bus.

Una oleada de angustia se apoderó de Beatriz. No sabía a dónde ir, ya que no deseaba molestar a su amigo. Nicolas tenía muchos problemas, y no le parecía correcto imponerle a él que la recibiera en su casa. Entre sollozos, la joven se quedó sentada dentro del bus, y una idea surgió en su mente. Se decidió por ir al apartamento de Daniel, y desde allí, haría lo posible para convencerlo de darle refugio por una noche.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora