Capítulo 4

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Cuando la mañana se hizo presente, Beatriz se levantó con una esperanza renovada y más intensa que el día anterior. Quería empezar el día con actividades que la distrajeran y mantuvieran su mente lejos de todo lo que había ocurrido en la noche anterior. De manera inesperada, empezó a preparar el desayuno para su padre, y para Nicolas también, quien se apareció en la casa para acompañarla.

Luego de preparar la comida, salieron juntos de casa, en un carro que tiempo atrás lograron comprar entre los dos, pero Beatriz se lo dió completamente a Nicolas. El día era fresco y el cielo estaba cubierto por unas nubes grises, pero eso no les impidió disfrutar el recorrido, y en algún momento, Beatriz comenzó a escuchar con atención las palabras de su mejor amigo.

—Betty, don Roberto quedó satisfecho —comentó—. Ayer, personalmente me encargó que hoy consiguiéramos más plata. Pero cómo verá, va a llover y casi nadie sale, ¿cómo le hacemos?

—Renunciar —sugirió—. Nicolas, hay que renunciar.

—¡No, Betty! ¡¿Usted está loca?! —respondió—. Ese tipo es peligroso, ¿qué tal y nos busca? Pueden matar a su papá, a todo lo que se mueva e implique ser miembro de nuestra zona afectiva.

—Nicolas, mejor deje de decir habladurías y lléveme al restaurante que le dije —ordenó—. Se tarda tanto en conducir que de acá a mañana, llegamos pero al siguiente día.

—Cuénteme, Betty —pidió—. ¿Cómo para qué irse a un restaurante? Y lo peor, ¿por qué no me invita, ah? Respete, respete qué yo también merezco ir.

—No, lo que pasa es que allá voy a reunirme con alguien —contó—. Me tiene que devolver mi reloj, porque ¿como le parece que me haya robado el celular y el reloj sin darme cuenta? Lo tenía al frente, y sólo le tomó diez segundos robarme.

—¿Cómo así, se va a reunir con el ladrón? —interrogó, mirándola con preocupación—. ¿Qué tal y sea peligroso? Mucha más razón para que yo la acompañe.

—Nicolas, yo puedo encargarme —comentó, tomando su abrigo antes de salir—. Nos vemos en la plaza a las once, ¿sí?

—Tenga cuidado, Betty —suplicó—. Mucho cuidado, por favor.

Beatriz asintió y se alejó del automóvil para adentrarse en el restaurante, que en ese momento, era el punto de encuentro entre ella y el hombre a quien había visto el día anterior. El lugar estaba lleno de personas aparentemente refinadas, vestidas con ropas costosas, pero también había hombres de aspecto sombrío jugando a las cartas en un rincón. Buscó con la mirada al hombre y, en el centro del restaurante, pudo ver su mirada seria clavada en ella. Beatriz se acercó y tomó asiento frente a él sin decir una sola palabra.

—Llegó veinte minutos tarde —habló el hombre, observando su reloj.

—Agradezca que no lo dejé plantado —respondió—. ¿Será que me devuelve mi reloj?

Aquella sonrisa burlona, que parecía forzada, irradiaba de la boca de ese hombre. Dejó el periódico en la mesa, y Beatriz lo tomó a su vez, para encontrar su reloj que estaba intacto. Al notarlo, se sintió aliviada, y se lo colocó en su muñeca con un suspiro. Una vez más, sus miradas se encontraron, y el ambiente se volvió más tenso.

—¿Cuál es su nombre? —dijo Beatriz.

—Daniel —respondió, bebiendo su whisky—. Daniel Valencia.

—Muy bien, señor Valencia —contestó—. Mi nombre es Beatriz Pinzón.

—Mire... Beatriz —habló mientras se inclinaba un poco hacia ella—. ¿Qué ve por acá?

La pregunta la sorprendió a tal punto, que Beatriz parpadeó y miró en todas direcciones. Luego volvió a conectarse con Daniel, y este la miró esperando una respuesta. El silencio parecía aumentar cada vez más, y sólo se oía el murmullo de la gente al otro lado del restaurante, los autos pasando por la calle y la sala de música de fondo.

—Personas —contestó Beatriz, agradeciéndole al mesero por el menú.

—¿Algo más?

—Personas jugando cartas, hablando entre ellas —respondió—. ¿Qué le ve de malo?

—¿Cómo le explico, Beatriz? Mire... —Daniel recostó su espalda sobre la silla y subió su pierna sobre otra—. Yo veo plata, mucha. ¿Quiere verlo?

Daniel finalizó de decir sus palabras, y se puso de pie. Todavía con el periódico en manos, se dirigió hacia el mostrador, en el cual sabía que era donde se ubicaba la caja registradora. Sin embargo, justo antes de llegar, tropezó con una mesa, y para no caer, se sostuvo con la mano que sostenía el periódico en una de las sillas. Al hacerlo, rozó su mano libre con el bolso de la señora y con sorprendente agilidad sacó una billetera de ella, antes de disculparse y continuar con su caminata.

Daniel bajó la mano a su bolsillo y extrajo una pequeña cantidad de dinero. Sabía que no eran muchos billetes, pero era suficiente para llevar a cabo su plan. Arrugó uno de ellos, y lo lanzó al suelo en una mesa próxima, donde estaba sentada una mujer que tenía una billetera a un lado de la mesa. La mujer no se dio cuenta de lo que estaba, pero Beatriz sí.

—Disculpe, señorita —dijo Daniel, señalando el billete arrugado—. Se le cayó.

—Oh, muchas gracias —contestó la mujer, y al agacharse, Daniel ocultó la billetera de la mesa, debajo de su periódico mientras se marchaba de allí.

Beatriz era consciente de la rapidez con la que Daniel robaba y, además, de lo bien que lo hacía. Su ojo profesional pudo notar una serie de movimientos rápidos, entre ellos, cómo cambiaba un billete del bolsillo de la mujer por una servilleta, mientras esta sostenía una bebida en su mano y estaba distraída hablando con su acompañante. Beatriz inmediatamente sonrió y luego notó la última víctima de Daniel que era el mesero.

—Disculpe, ¿los baños? —preguntó Daniel, acercándose al mesero antes de quitarle su billetera del bolsillo delantero.

—Por allá, señor —contestó el mesero, pero Daniel ya estaba yendo de regreso a su mesa.

Al sentarse, Daniel abrió el periódico con un gesto triunfal. Había tres billeteras y dos relojes colocados dentro de este, y junto a ellos estaban varios billetes de diferentes valores. Beatriz quedó impactada por la habilidad de Daniel para robar, pero fingió una aprobación que en realidad no sentía. Con un movimiento de cabeza, le dio sus felicitaciones y luego esperó a que él hablara.

—Se puede robar sin llegar a la violencia —contó, bebiendo un poco—. Es cuestión de practica, y sobre todo, actuar más como una persona inteligente que como un payaso.

Una vez más, Daniel le hizo una señal al mesero, y este se acercó a la mesa con el ticket en la mano. Esta vez, Daniel pagó la cuenta con uno de los billetes robados. Mientras esperaba que Daniel terminara, Beatriz sabía que debían salir del local y evitar ser vistos por las cámaras de seguridad del restaurante. Quería alejarse lo más posible de allí, porque se daba cuenta que las personas pronto buscarían sus pertenencias.

—Oiga, se le cayó la billetera —dijo Daniel devolviendo la billetera vacía al mesero—. Ahora me voy, y será mejor que usted también Beatriz. Pronto notarán que algo les hace falta.

—¿Cómo lo hizo? Todo eso —interrogó Beatriz, saliendo junto a Daniel.

—¿Acaso no vio? ¿O se le dañaron los lentes? —respondió, tirando el periódico a la basura—. ¿Quiere aprender? Entonces piénselo, y deme su respuesta.

—¿Pero cómo? No tengo su número.

—Vio esas cámaras de allá —señaló las cámaras puestas sobre los locales y también postes—. Esas y las de la plaza, yo las controlo. Toda esta zona está bajo mi guardia, responda viendo una de ella, así de simple.

Mientras Beatriz se disponía a intentar responder, Daniel la dejó atrás y se dirigió a la esquina del restaurante doblando sobre ella. Ella caminó apresuradamente en dirección contraria, sabiendo que debía encontrarse de nuevo con Nicolas. Tenía que decirle todo lo sucedido, y lo que Daniel les había sugerido. Tenía la esperanza de que él la acompañaría en el aprendizaje propuesto y sacarlo de la agresividad.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora