capítulo 19

56 12 0
                                    

Beatriz se encerró en el baño del local, y lloró hasta que no pudo llorar más. Luego, se enfocó en estar lo mejor posible para ir a trabajar. No podía dejar que los demás supieran lo sucedido. Entonces, se maquilló lo mejor que pudo, y se arregló el pelo, aunque se notaba el desaliño en sus ojos. Cuando abrió la puerta del baño, se encontró con la mirada profunda de Nicolas

—¿Qué le pasó ahora, Betty? —preguntó, acercándose a su amiga en silencio, esperando que Armando no se percatara.

—Nicolas... Tenía razón, ese tipo fue peor de lo que pensaba —contó entre palabras ahogadas.

—No, Betty, no me llore —pidió, abrazándola—. Por favor, no llore. Míreme... ¿Betty?

—Nicolas, me siento sucia... Utilizada, me entregué a él como una ilusa —continuó entre sollozos—. Y hoy me humilló mientras se reía de lo que yo decía.

—No, Betty —respondió—. ¿Por qué hizo eso, ah? Era sabido que ese tipo no sabía amar. Es más, esa bestia se escapó del infierno. Bueno, Betty. Ya no llore, limpie esas lagrimas y finja su mejor sonrisa, porque ese tipo no merece ni un tercio de su malestar, ¿me oyó?

—No quiero verlo, Nicolas —confesó—. No quiero verlo... Por favor saqueme de aquí.

—Oiga, betty, escúcheme —ordenó—. El señor frentoza sigue allá, y el vampirin va llegar en unos segundos. Haga su mayor esfuerzo y siga adelante, como la mujer dura en la que se convirtió, no permita que ese par de inútiles la hagan sentir así, ¿Oyó? Ahora entre, limpie su cara y arreglese que parece muñeca de trapo con esa pinta.

El hecho de que Nicolas le hiciera reír, hizo que a Beatriz le invadiera una sensación de agradecimiento, la cual le hizo acercarse más a él y lo abrazó fuertemente, dándole una sonrisa de gratitud. Después, se dirigió al baño, en donde se enjuagó la cara con agua fría para borrar la evidencia de su angustia. Se enfrentó al espejo, y trató de fingir su mejor cara para afrontar la dura realidad que la esperaba.

Al salir del baño, Beatriz vio a Daniel en el umbral de la puerta, avanzando hacia ella, como si nada de lo que había ocurrido antes hubiera pasado. Pero en el rostro de ella, se notaba una furia contenida y trató de ignorarlo al pasar junto a él. Luego, se acercó a Nicolas, quien la agarró por detrás y la rodeó con sus brazos, dándole un cálido abrazo, tomando la osadía de descansar su pecho en la espalda de Beatriz.

—Pero actúe bien, Betty —susurró Nicolas en su oído—. ¿Qué hubo, vampirin? ¿Para que nos llamó, ah?

—Quítese, hombre —ordenó Armando, pero Nicolas lo ignoró.

Armando no sólo se sentía enojado por la aparición de Daniel, sino también por el cariño que Nicolas mostraba hacia Beatriz. Sabía que, entre ellos no era normal comportarse con tanta ternura, y eso lo molestaba. Pensaba que Nicolas lo había traicionado al mostrar una afectividad ajena a la realidad de sus relaciones, y eso lo enfurecía.

—Hola, indigente —saludó Daniel, ignorando la presencia de Armando—. Beatriz, acá está su bolso.

Daniel acomodó la bolsa de Beatriz sobre el suelo, mientras los demás lo miraban con recelo, salió de la sala, y regresó poco después, portando un papel en sus manos. Lo extendió sobre el escritorio, luego lo pegó a la pared, y Beatriz, Nicolas y Armando se acercaron con curiosidad, notando que se trataba de un mapa de la ciudad.

—Yo no estaba bromeando, deben ganar un millón diario —habló Daniel—. Pero para hacerlo, es obligatorio saber algo. Toda esta zona marcada en rojo, es la que yo vigilo a través de las cámaras... Mientras que las de azul, son las zonas prohibidas.

—Técnicamente todo el mapa es prohibido —opinó Nicolas—. Todo ahí está marcado con azul. ¿Pero por qué es prohibido, ah? Tenemos la posibilidad de ganar lo que pide, yendo a esas zonas...

—No sea idiota, hombre —interrumpió Armando—. ¿O qué? ¿Se piensan que este vampirin es el único? No, por supuesto que no. Mi papá es propietario de la zona izquierda, este imbécil es propietario de lo marcado con rojo y...

Mientras Armando hablaba e informaba sobre las zonas, recorría cada lugar con su dedo. Sin embargo, al mencionar la zona derecha, un escalofrío le recorrió la espalda. A pesar de su enemistad con Daniel, ambos se miraron cómplices, conscientes de quién era el dueño de esa zona.

—¿Y? —preguntó Beatriz—. ¿De quién es ese lugar?

—Juanma —respondió Armando—. Un hombre muy peligroso, más que mi papá.

—¿Juanma? —repitió Beatriz, recordando las cortadas de Daniel. Cuando volteó a verlo, él evitó su mirada.

—Sí, Beatriz. Juan Manuel Santamaria, apodado como Juanma —le informó Armando—. El dueño de Ecomoda, pero también, es dueño de toda esa zona derecha. Así que, escúcheme muy bien, por nada se vaya para allá, ¿me oyó? También va para usted, Nicolas.

Después de que Daniel les diera las órdenes respecto a cómo iniciar el plan, todos abandonaron el taller, listos para hacer de este día un éxito, pues tenían el propósito de ganar un millón, y estaban decididos a lograrlo. Por más que cada uno tuviera sus diferencias, todos se sentían unidos por este mismo objetivo.

—Nicolas, hágame el favor y llévese a Armando de acá. Yo los alcanzo después —pidió Beatriz, viendo que Daniel no salía del local.

—¿Qué va hacer ahora, Betty?

—Nicolas, por favor. Después se lo explico

—Bueno, Betty —respondió—. Pero tenga cuidado, y no diga que no le advertí.

Cuando Nicolas y Armando se fueron, Beatriz permaneció un momento sola en el taller, donde descubrió que Daniel había regresado a su asiento. No parecía haber notado su presencia, y permanecía completamente absorto en su mente, escondiendo su cara con una mano. Sin embargo, al momento en que notó que lo estaba mirando, la cara de preocupación de Daniel desapareció, y su expresión se volvió distante.

—Que rápido consiguió remplazo, Beatriz —habló, levantándose de su lugar para sacar el mapa de la pared—. ¿Pero el indigente? Tch, tch, tch que pésima decisión.

—Agradezca que no es Armando —respondió, buscando alguna expresión de enojo pero no la encontró—. Pero se equivoca, señor Valencia. Nicolas no es ningún remplazo.

—Sea directa, Beatriz. ¿Qué quiere? —Daniel se cruzó de brazos y se sentó sobre el escritorio.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora