capítulo 12

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Inmóvil, con el bolso colgado en sus hombros, se quedó contemplando las ventanas del edificio, al tiempo que se secaba las lágrimas. Finalmente, se acercó a la recepción y le pidió permiso para entrar, sosteniendo una débil sonrisa en su rostro. Con mucha suerte, la persona de la recepción la dejó entrar, y Beatriz trató de no romper en llanto.

—Discúlpeme... Soy Beatriz, necesito hablar con Daniel Valencia —pidió, suplicando con la mirada—. ¿Me hace el favor?

—Sí, señorita —respondió, tomando el teléfono antes de marcar al número de Daniel—. Aló, señor Valencia... Hay una mujer que quiere hablar con usted, se llama Beatriz Pinzón... Muy bien. Señorita, dijo el señor Valencia que siga.

—Muchas gracias.

Tras seguir las indicaciones del recepcionista, llegó y se quedó plantada frente a la puerta, todavía insegura si debía tocar el timbre. Sin poder contener la inquietud, hizo sonar el timbre una vez. Y con el corazón en la boca, la joven esperó la aparición de ese rostro que tanto le era familiar. Posiblemente fueron minutos, o quizás segundos, pero cuando él abrió la puerta ella sintió que la espera había valido la pena.

—¿Qué quiere, Beatriz? ¿Y cómo sabe donde vivo? —preguntó con dureza—. ¿O será que me plantó un GPS?

—No, señor Valencia... Perdóneme por las molestias pero, mi papá me echo de la casa y...

—Ese no es asunto mio —interrumpió, intentando cerrar la puerta pero Beatriz la sostuvo—. ¿Acaso me vio cara de héroe? Se equivoca Beatriz.

—Ya es muy tarde... Por favor, ¿me deja quedarme? Le prometo que no le voy a ser ninguna molestia —pidió Beatriz con tristeza—. Mañana por la mañana me voy, le puedo pagar...

—No, no me interesa su plata —soltó cruelmente—. Tampoco su vida, y será mejor que regrese para el circo, porque acá no va a conseguir nada.

Las palabras no pudieron salir de la boca de Beatriz, porque la puerta se cerró de repente, antes de que ella tuviera la oportunidad de pronunciar una palabra más. La joven dejó apoyada en la madera, su rostro contra la puerta. Era una ilusa por creer que Daniel la ayudaría, e incluso pensó que la recibiría en su casa, al menos por una noche. Con torpeza, extrajo el teléfono de su bolso y lo observó en silencio, pensando si debía llamar a su amigo, pero por más que quisiera, no pudo hacerlo.

—Le agradezco por recibirme, señor Valencia... —Se volvió por donde llegó y guardó el celular antes de marcharse.

Aunque trató de ignorar el susurro que provenía detrás de la puerta, Daniel no pudo evitar sentir un sentimiento de anhelo, de responsabilidad, de culpa. No quería considerarse un monstruo, pero esa era la imagen que se había formado de él, por todo lo que había hecho. Pero, aún así, por primera vez, se sentía vacío, y no deseaba dejar a Beatriz pasar una noche sin un techo. Y finalmente, con insultos internos y su orgullo pisoteado, abrió la puerta.

—Beatriz... —Llamó, observando su alrededor para evitar testigos—. Venga... Pero sólo una noche.

La sonrisa de Beatriz resultó simplemente radiante, por más que sus dientes estuvieran frenados. Porque aún con esa imperfección, la belleza natural de la joven lo opacaba, y aquella imagen quedó grabada en la memoria de Daniel. La vista de Beatriz, vestida con un sensual traje y mirando a Daniel con una inocencia tan dulce, le provocó un sentimiento indefinible, capaz de someterlo dentro de una confusión inexplicable.

—¡Muchas gracias, señor Valencia! —exclamó entusiasmada—. Su apartamento es muy bello.

El rostro de Daniel permaneció sin reacción alguna, solo cerró la puerta detrás de sí, dejando a Beatriz a la intemperie. Al sentir la soledad que rodeaba a su ser, huyó a su habitación como un gato persiguiendo su presa. Durante años, la soledad había sido su mejor compañía, al punto que la sola idea de tener una persona cerca lo molestaba. Sin embargo, no era su presencia lo que le molestaba, sino aquella atracción intima que su cuerpo le rogaba.

—Señor Valencia...

—¿Qué, Beatriz? ¿Qué quiere? —preguntó exaltado, oculto en su habitación—. Acomódese, en el sofá, el piso, da igual.

—Sí... Muchas gracias —contestó—. Buenas noches, señor Valencia.

Esa noche, Daniel no tuvo ganas de salir de su habitación. En cambio, Beatriz recorrió todo el apartamento en silencio, observó las dos únicas fotos que había en todo el lugar, las pinturas, adornos y cualquier cosa que llamara su atención. Luego regresó a la sala, observó el sofá y pronto se acomodó para dormir. Sin embargo, ella se sintió incómoda, pero no le quedaba de otra, porque de todas maneras, no podía regresar a su casa. A pesar de que sentía la necesidad de acomodarse y relajarse, el sofá no le ofrecía confort alguno, y no parecía muy apropiado para dormir. Con un suspiro de impaciencia, se acomodó y cerró los ojos.

Afortunadamente, no hacía frío, y de alguna manera Beatriz consiguió una posición cómoda en ese horrible sofá. Sin embargo, en la madrugada, cuando solo la luna y Daniel estaban despiertos, el frío comenzó a entrar a pesar de que todo estuviera cerrado. Esa fue la razón que obligó al enigmático hombre a levantarse. Con una manta en sus manos, caminó a la sala con la intención de dejársela a Beatriz, pero al verla profundamente dormida, no tuvo más remedio que taparla por su cuenta.

—Gracias... —susurró Beatriz, sin abrir los ojos—. Me dio pena pedirle...

—Tch. —Chasqueó la lengua, y se retiró de allí.

Beatriz sintió que su corazón se derretía, ya que ese gesto tan dulce solo lo hacía su madre cuando ella era pequeña. Después de mucho tiempo sin ella, se sintió nuevamente protegida, porque aunque no fuera intencional, le recordó a los abrazos de su mamá. Y en un instante, recordó todos aquellos momentos donde le acariciaba la frente con ternura, le decía palabras cariñosas y a pesar de ser joven, le enseñó a ser fuerte. Esos recuerdos la acometieron con nostalgia, aunque de inmediato se sintió segura y tranquila antes de quedarse dormida.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora