capítulo 13

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Luego de una noche sin mucho sueño, Daniel se levantó de su cama antes de la hora convenida, y buscó en el armario el traje que llevaría a su trabajo. Tras unos minutos de asearse y vestirse, se encontró listo para afrontar el día, olvidando completamente que tenía una visita en su casa. Y al caminar hacia la cocina, no esperaba encontrar algo para desayunar. Ya que no se había acostumbrado a que alguien más estuviera con él, y tuviera las ganas de prepararle el desayuno.

—Buenos días, señor Valencia —saludó, sonriendole de manera dulce—. ¿Le provoca un tinto con su desayuno? Es que... como ve, no tiene frutas, pero con gusto le hubiera preparado un delicioso jugo.

—Ah, eh... —Daniel se acomodó la corbata y observó toda la mesa, incapaz de notar algún desorden—. Gracias... Pero me sorprende que tomara los ingredientes como si fueran suyos, Beatriz. ¿Por qué no se fue, ah?

—B-bueno... Es que no quería despertarlo, y usted se llevó la llave para su habitación —contestó, quitando su sonrisa—. Que pena con usted, yo no pensé que fuera a molestarle que yo le hiciera su desayuno...

—Beatriz, las llaves están acá —interrumpió, ignorando sus palabras para enseñarle las llaves colgadas.

—Sí... Pero lo que pasa es que yo no las vi —respondió, limpiándose las manos—. Ya mismo me voy, y una vez más discúlpeme por las molestias.

—No, Beatriz no se vaya —emitió, incapaz de asimilar sus propias palabras—. Quédese y coma. Porque, asimilando que uso... Casi toda mí mercadería, la misma que no voy a ser capaz de comer por completo, será mejor que colabore para no desperdiciar las sobras.

Beatriz arregló sus lentes de manera automática, y apenas pudo lograr una sonrisa, mientras dejaba de lado sus sensaciones y pensamientos para intentar tener una conversación amable con Daniel. Lo observó mientras notaba la manera en que tocaba su comida, creyendo que no tenía apetito, y sin embargo, estaba segura de que él era un hombre respetuoso y aunque no había conocido más de él, sabía que era incapaz de rechazar un alimento, o al menos esos intuyó.

—¿Será que le puso veneno, Beatriz? ¿O cuál es la razón de mirarme tanto? —interrogó, dejando los cubiertos a un lado—. Aún peor, ¿su comida es tan mala que le cuesta advertirme sobre el desperdicio?

—Eh, no. Yo sería incapaz de ponerle veneno... Lo que pasa es que, me da mucha pena con usted —confesó—. Use sus cosas sin su consentimiento, y estoy segura que quizás este tipo de desayuno... No es de su agrado.

—No, Beatriz —respondió—. No estoy acostumbrado, pero que importa, ya lo preparó. Coma y demuestre que todo esto no es un desperdicio.

Sin más palabras, Beatriz comenzó a comer su desayuno, en silencio. Contemplando a Daniel mientras él tomaba sorbos de su café y sopesaba el pan con delicadeza. Mientras más observaba a ese hombre, más se sentía cómoda con él. Admiraba su delicadeza al comer, la postura imponente, y su seriedad expresada de manera sutil en su expresión, como si fuera algo perfecto.

—Cuénteme, Beatriz —habló, sin mirarla—. ¿Qué hace además de ser ladrona, amante de Armando Mendoza y por lo visto también una indigente?

—Con todo respeto, señor Valencia. Pero se está metiendo en el terreno de lo personal. Además le doy mi palabra de que ya no tengo ningún tipo de relación con Armando Mendoza —contestó, llamando la atención de Daniel—. Porque ese señor y yo, jamás debimos conocernos.

—¿Y su palabra es tan seria como su comida? —preguntó, observando los platos—. Sí, ya sé que salió del circo de Ecomoda. Pero no es para que traiga sus payasadas en esta cocina, un poco más de discreción, ¿no?

Beatriz siempre procuraba no tomarse las palabras de Daniel como algo personal, pero la insistente mala reseña por su cocina era insoportable, y las palabras de Daniel la ofendieron de manera profunda. En su mente sintió una tentación de agarrar su plato y lanzarle todo lo que contenía a su cara , pero de nuevo, le tenía respeto y miedo, miedo a lo que podría pasarle por jugar con un miembro de la policía.

—Si no le gusta la comida, no la coma. Y no se preocupe por el desperdicio del que habla tanto, yo se lo repongo el doble, ahora si tanto le molesta mi presencia... —Beatriz se levantó, y dejó la servilleta en la mesa—. Me voy, perdóneme por las molestias y en todo caso gracias por recibirme una noche... Que por cierto, fui una ilusa al creer que sería acogedor cuando en realidad no fue así.

Sin ser consciente, Beatriz se dio cuenta de que en el momento en que se disponía a salir de la cocina, una mano la agarró por la muñeca. El roce del tacto de Daniel era firme, pero aún así, no la lastimaba, a pesar de que su fuerza la mantenía estancada en su sitio. Sus ojos se unieron con la mirada de Daniel, y se sorprendió al ver que en ellos no había ningún tipo de brillo, casi como si fuera un muerto en vida.

—Perdóneme, Beatriz... —contestó, pero su disculpa le sonó una farsa.

—No se moleste, no finja una disculpa que yo ya no tengo ganas de ser su entretenimiento personal —replicó—. Y también le limpié su sala, para que vea que no soy ninguna indigente de la calle. Ahora suelteme y hágase el favor de no verme por acá, porque por la calle le tocara soportar ver mi cara.

—Beatriz, siéntese —ordenó—. Mire, le propongo algo... Acompáñeme en este desayuno, coma todo, y con eso su deuda conmigo estará saldada. Así de sencillo, ¿qué le parece?

La propuesta de Daniel fue lo único que logró que, a pesar de su molestia, Beatriz regresara a su asiento y se sentara. Permaneció en silencio, esperando que él dijera algo o comenzara a comer, pero no pronunció ni una palabra. En cambio, Daniel tomó un trozo de huevo con su tenedor y se lo enseñó antes de llevárselo a la boca. Aunque Beatriz admitía que lo odiaba, la forma tan divertida en que mostraba la comida antes de comerla, le provocaba risa e incluso cierta ternura.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora