capítulo 10

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A Beatriz le sorprendió oír a su amigo mencionar el nombre de Armando. En su mente, se hizo una ola de recuerdos, que le hizo recordarlo todo, desde el inicio hasta ese mismo momento. Pero, su silencio le hizo preocupar a Nicolas, quien se volvió a mirarla, para observar su cara y ver si tenía alguna reacción física, como la vergüenza, la tristeza u otro síntoma más.

—¿Pero cómo? —susurró Beatriz—. Él se fue del país, estaba lejos de acá, Nicolas. ¿Seguro que no se confundió?

—No, Betty. Me agarro del hombro y casi que no me suelta —contó—. Dijo que yo estaba perfecto, algo que yo ya lo sabía... Y preguntó por usted, creo que hizo más preguntas sobre usted que de mí.

—Que lastima —interrumpió Daniel, fingiendo compasión—. ¿En serio van a elegir a esa otra bestia como compañero? Me sorprende que no lo detuvieran por exceso de idiotez.

—¿Usted lo conoce, señor Valencia? —interrogó Beatriz.

—Lo suficiente para pedirles que no me muestren su estúpida cara —contó—. ¿Sí me oyeron? No lo quiero cerca de mí.

Mientras que Daniel decía esas palabras, Beatriz se enternecía. Pero, más allá de la curiosidad que sentía, no tenía el valor de preguntarle nada más, al ver la cara tan seria que tenía. Su expresión no se veía confiable, y ella temía por lo que podría hacerle a ellos. Sin embargo, la voz de Nicolas la regresó a la realidad.

—Betty, él me pidió que si lo ayudaba para hablar con usted —contó—. Pero, no lo hice, ¿estuvo bien?

—Bueno... No sé, Nicolas —respondió, observando al mesero aproximarse con sus pedidos—. Él,  más que seguro, vino con su esposa y...

—Tch, tch, tch, no Beatriz —interrumpió Daniel—. Ese tipo es todo, pero no es un esposo. Le aseguro que llegó solo, nadie más que su sombra lo quiere cerca.

—¿Cómo es que sabe eso? —preguntó Nicolas—. Betty, este vampirin tiene razón. El frentoza ese llegó solo, por eso mismo es que me rogó que lo comunicara con usted.

Beatriz no podía pensar en nada más, excepto en la gran cantidad de información que había escuchado. Era como un apocalipsis en su cabeza, que no podía procesar todo lo que escuchaba. Mientras miraba hacia el plato, que estaba lleno de carne, y parecía delicioso, se fijó en el rostro de Daniel. No parecía querer estar allí, y ella pensó en lo que podía estar sintiendo. Beatriz supuso que Daniel no tenía intención de comer nada, aunque seguramente tenía hambre. Así que, con una sonrisa, cortó un pedazo de carne con su tenedor y se lo ofreció a él.

—Coma, señor Valencia... Yo no voy a poder sola —pidió Beatriz—. ¿Cierto, Nicolas?

—Ajá... —contestó, lleno por la carne en su boca. Daniel y Beatriz hicieron una mueca al verlo así.

—No sea cochino —ordenó Beatriz, y Nicolas se cubrió los labios con una servilleta—. ¿Sabe qué, señor? Pida otro plato más, yo le doy la mitad de lo mío.

—Gracias, Beatriz —rechazó, evitando su mirada—. No quiero comer.

En cuanto el camarero llegó a la mesa con las copas y el vino que Daniel había pedido, Beatriz lo llamó antes de que tuviera la oportunidad de irse. Con una cara suplicante, le pidió un plato y cubiertos adicionales. El camarero parecía curioso, pero sin decir nada, le dió lo que Beatriz le había pedido. Ella corto la mitad de su carne, lo colocó en el plato y agregó la mitad de sus papas, luego con una sonrisa en su cara se lo entregó a Daniel.

—Sé que tiene hambre —confesó Beatriz—. No sea terco, y coma algo.

En medio del silencio que reinaba en la mesa, Daniel se fijó en los ojos de Beatriz. Ella sonreía, feliz de haber conseguido un plato y cubiertos extra, mientras lo dejaba frente a él. Daniel no podía negar que estaba hambriento, pero aun así estaba decidido a no comer. Pero a pesar de eso, Beatriz no se rindió y, de alguna manera, el corazón de Daniel se ablandó.

Daniel se sentó en su lugar, quitándose el abrigo y permaneciendo únicamente con la camisa puesta. Dobló las mangas para evitar ensuciarse mientras comía, ya que aunque fuese sólo carne y papas, podría salpicarse. Tomó los cubiertos de la mano de Beatriz y ambos comieron en silencio. Durante ese momento, Beatriz observó a Daniel con una mirada afectuosa, y él, no supo hacer nada más que mirar a los lados.

—Oiga, Betty —habló Nicolas—. ¿Sí lo vamos a contratar, o qué? Tengo su número. Podemos decirle que mañana se aparezca por la plaza y...

—¿Pero qué hay con don Roberto? —interrumpió Beatriz—. Suficiente tenemos con hacerlo enfadar por renunciar a su bando.

—Pero si el frentoza no es más que otro hijo rebelde —contó—. Lo que menos haría es contarle todo a su papá, es más, es capaz de traicionar a su propia familia. ¿O no se acuerda lo que hizo por usted?

Nicolas había hablado sin pensar y, cuando se dio cuenta, no pudo dejar de sentirse idiota y en silencio. Se comió un bocado de comida para tener una excusa para no hablar, pero la mirada inquisitiva de Beatriz lo tenía tenso y sudando. Quería cambiar de tema, pero no sabía cómo hacerlo sin empeorar la situación.

—¿De qué está hablando, Nicolas? —preguntó Beatriz.

—Bueno, Betty... No se enoje conmigo, ¿me oyó? O no le cuento nada.

—Pero hable de una vez —ordenó—. ¿Qué hizo Armando por mí?

—Mire... Él se enfrentó a su papá, Betty. ¿Por qué cree que Armando tuvo que irse del país, ah? Porque su papá así lo ordenó —contó—. Betty, yo le dije que él jugó con usted... Pero era una mentira, es más, le hice creer a Armando que la que jugó con él fue usted.

Beatriz se tapó la boca de sorpresa por el secreto que acababa de oir, y Daniel se quedó helado después de escuchar la historia de Nicolas. Daniel nunca había aprobado el comportamiento de Armando, ni su relación con Marcela; su hermana. Aunque jamás lo descubrió, sabía que el prometido de su hermanita tenía una amante, pero no tenía idea de quién era. Y esa persona, según la historia de Nicolas, era la misma que estaba sentada frente a él.

—¿Usted fue la amante, Beatriz? —preguntó Daniel. Mirándola con dureza.

El último robo | Beatriz Pinzón x Daniel ValenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora