La historia de NADIA Y ANDREI está aquí!!!!!!
La habéis pedido, rogado, deseado y anhelado durante AÑOS, que la disfrutéis mis bellas flores!Crucé la doble puerta que separaba el edificio de estilo moderno completamente acristalado del finger que llevaba directamente al avión con destino Madrid cuando escuché por megafonía la voz de la azafata que acababa de augurarme un buen viaje.
—Última llamada para los pasajeros del vuelo AG-405 con destino Madrid, diríjanse a la puerta de embarque H37.
Desde que comencé la carrera en medicina, mis viajes se habían visto limitados al volcar todo mi tiempo en el estudio. Aun así, era contadas las ocasiones en las que había tenido que coger vuelos comerciales puesto que mi padre poseía un avión privado propio y solíamos desplazarnos con mayor intimidad. Ahora era altamente probable que no volviera a coger un avión privado en mucho tiempo, no al menos con mi sueldo de médico residente y más aún cuando mi padre me había cancelado todas mis cuentas por tomar decisiones propias que iban en contra de las suyas.
Me daba absolutamente igual.
Desde un principio había creído que mi vocación por la sanidad era solo un pasatiempo que tarde o temprano acabaría, que me casaría con un hombre de rango y posición elevados y que me dedicaría a tener hijos como una yegua de cría, pues esa debía ser mi función, a pesar de que mi propia madre se divorció de él por esas creencias arcaicas, veinte años después la cosa no había cambiado en absoluto.
Mis dos maletas debían ir en la bodega del avión, de ese modo viajaba ligera de equipaje y solo llevaba conmigo lo esencial en un bolso enorme. Tal vez mi tranquilidad se debía a que mi mejor amiga me había dado las llaves de un lujoso apartamento en el centro de la ciudad en el que seguramente habría un armario lleno de ropa suya que me encajaría perfectamente con mi cuerpo.
Irina. ¿Qué sería de mi sin ella?
Cuando la llamé para advertirle que me habían ofrecido una oportunidad única para ir como médico interno residente a uno de los hospitales más prestigiosos de la capital, no le conté que en realidad me marchaba de Moscú porque mi padre estaba tratando de frustrar mi carrera a través de sus contactos. Lo que comenzó siendo excusas para no permitirme entrar en quirófano o negarme pacientes, acabó por ser algo muy descarado cuando mis horarios laborales comenzaron a limitarse a cuatro horas a la semana.
El director del hospital acabó confesando que sería mejor que me marchara del país si deseaba realmente ser cirujana y al menos tuve que agradecer su carta de recomendación que logró abrirme las puertas al extranjero.
Llevaba estudiando castellano las últimas dos semanas con intensidad y todavía no era capaz de pronunciar zapato o jamón en condiciones aceptables, pero esperaba que en un inicio, el inglés fuese bastante manejable en el hospital.
Vi el hueco de mi asiento cuatro filas antes de llegar, siempre me gustaba entrar la última en el avión porque era absurdo y desesperante, esperar en aquel minúsculo espacio apretujada por otros pasajeros más de cuarenta minutos hasta que dieran el visto bueno de salida. Eso sin contar que no hubiera retraso, por supuesto.